Gustavo Petro, la mosca política

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Bogotá está nuevamente en crisis, esta vez por la destitución e inhabilitación por 15 años de Gustavo Petro, el Alcalde de la capital. Las razones que argumenta la Procuraduría General de la Nación son las irregularidades que rodearon la planeación y ejecución del nuevo sistema de aseo.

Con la crisis otra vez se polariza la situación política en la ciudad, creando distancia entre los que apoyan la decisión y los que argumentan que es una especie de Golpe de estado.

Por eso nos pareció apropiado revivir la entrevista que Shock le hizo para la edición de marzo - abril de 2010, cuando Petro aspiraba a la Presidencia de la República y estaba bien ubicado en las encuestas, como parte de un especial con los 'presidenciables', en los que también incluímos en aquella época a Sergio Fajardo y Antanas Mockus.

Una interesante perspectiva y discusión de ideas para contraponerlas con la situación actual.

Gustavo Petro, la mosca política

El candidato del Polo Democrático Alternativo es el segundo de los presidenciables que se dejó frentear por Shock. La contienda presidencial, ahora sí, está que arde.

Por: Sofía Sánchez y Juan Camilo Maldonado - Foto: David Schwarz.

El hombre no se ríe. Saluda amablemente y se sienta tranquilo y dispuesto. Camisa blanca y pantalón gris, zapatos negros y un anillo en la mano derecha, nada más: una pinta sencilla al extremo, de charla de barrio, de jornada de ocho horas. Gustavo Petro le lanza una última mirada a su equipo que, a las nueve de la noche, en una casa de Chapinero Bajo, ha interrumpido una reunión sobre su propuesta de reforma agraria para que responda unas preguntas. Un par de comentarios para romper el hielo. Petro responde con una sílaba. Observa. Espera.

Tras una hora y media sin parar, los periodistas se darán cuenta de que a Petro, a pesar de su parca apariencia, le sobran palabras. Durante la conversación hablará con generosidad –como es de esperarse– sobre sus propuestas de gobierno. Pero de la misma manera, contará de qué manera los padres lasallistas le mostraron a San Francisco de Asís y le prohibieron a García Márquez; de cómo dirigió su primera operación a los quince años para rescatar de una bodega el mosaico de grado del futuro Nobel de Literatura (honorable y proscrito egresado del
Colegio La Salle, de Zipaquirá). 

Luego hablará de su paso prematuro como dirigente barrial de la guerrilla M-19, de cómo lo metieron preso y lo torturaron, y de la manera en la que, de repente, se pasaron los ochenta y terminó dejando las armas y firmando, con muchos otros, la Constitución del 91.

Con Petro todas las conversaciones conducen al campo. Está convencido de que hay una relación directa entre narcotráfico, desigualdad y tierras. De tanto estar hurgando entre ese tejido se topó, ya siendo senador, a comienzos de esta década, con el escándalo de la parapolítica: los claros y bochornosos indicios que demostraban que detrás de un buen número de honorables congresistas colombianos se encontraban los narcos y los asesinos, “la mafia”, repite, una y otra vez.

Los denunció a todos, solitario. Al comienzo no lo escucharon. Y, en cambio, le llovieron amenazas. Compartiendo su vida entre el búnker en que se convirtió su apartamento y el Congreso, ese otro enorme búnker nacional, continuó denunciando, hasta que la Corte Suprema le hizo caso. No estaba equivocado: en muchas regiones, la política se mezclaba con el narcotráfico hasta el más alto nivel.

Muchos no lo quieren. No le perdonan que siendo quien es, haya dado su voto para elegir a un procurador demasiado cercano a sus propios contradictores. Otros lo ven solitario, alejado incluso de sus copartidarios. “El Polo es un partido sin candidato, y Petro es un candidato sin partido”, comenta uno de sus asesores. Y sin embargo, Petro, con la mirada esquiva y la casa blindada,
aparece de segundo en una encuesta que había sido publicada horas antes de su reunión con Shock. 

Por eso luce alegre, liviano. Y se toma su tiempo, espera a que la cámara se encienda, y comienza entonces a recordar por qué, siendo apenas un adolescente, le dio por dedicarse a la política.

“Fue una cuestión de vocación –dice- una vocación a la reflexión.¿Has visto La mosca? Es una película que ya tiene sus años, en la que un científico está ensayando su transportación y una mosca se mete a la cápsula. El hombre se transforma en mosca y, pudiendo todavía hablar, dice: ‘soy una mosca política’. ¿Por qué? Porque es la única mosca con capacidad de reflexión. Lo dijo también Aristóteles: la reflexión, que es un acto político, es la que nos diferencia de los animales”.

Shock: ¿En qué momento de su vida comienza a reflexionar?

Gustavo Petro: Yo partí hacia la acción política por reflexión religiosa. Mi papá era de familia costeña, el único de una familia campesina que se fue a una universidad a estudiar, y eso me dio una ventaja. Al verlo leer libros me puse también a leer y lo primero que leí me lo daban en el colegio los religiosos jóvenes, que ya estaban metidos en los años 70 en una intensa discusión sobre la teología de la liberación: esas tesis que venían de San Francisco de Asís, que proferían la opción preferencial por los pobres y que hacían volver pobre al que creyera en ellas.Por ahí me metí en el tema de la izquierda. 

Se dice que por esos años usted era un lector fervoroso de García Márquez y que, de hecho, años después en la guerrilla tomaría de allí su alias: “Aureliano”…

Detrás de Aureliano y de Cien años de soledad se encuentra la epopeya del pueblo caribeño en Colombia. Hay un pasaje cuando algún Aureliano o Arcadio, viaja al interior y conoce a Fernanda del Carpio en una ciudad de rejas llenas de sal. Pues esa ciudad se llama Zipaquirá y simboliza el éxodo de jóvenes costeños que, como García Márquez, iban a estudiar en el centro de Colombia porque no había educación en la Costa. Él sale del Magdalena y se va a estudiar a Zipaquirá, en el mismo colegio público donde yo estudié (hoy Colegio Nacional La Salle). Del mismo modo, nosotros éramos una familia costeña que migraba a Zipaquirá.

¿Cómo termina desafiando a los curas por cuenta de García Márquez?

Él ya era un hombre de izquierda en ese entonces, no había ganado el premio Nobel y en mi colegio los curas mandaron a guardar su mosaico de grado para ocultar que él había estudiado allí. Así que organizamos una gran “operación militar” que consistió en que cinco muchachos de 15 años buscamos el mosaico para demostrar que García Márquez había pasado por el colegio y lo encontramos. Es que eso debía ser un gran orgullo. Si lo piensas bien, me puedo preciar de haber estudiado en el único colegio que ha dado un premio Nobel en Colombia, ¡y es público!

¿Cuándo llega al M-19?

Yo era un profesional universitario de 21 años, flaquísimo, mal vestido Como dice la canción: “flaco, ojeroso, cansado”, pero con muchas ilusiones. Y me fui a vivir entre los pobres, más pobres que yo, para construir barrios con ellos, con mis propias manos. Metido entre esas comunidades de pobres, íbamos haciendo barrios. Hasta que al Ejército no le gustó porque esa era la época del Estado de Sitio y nosotros izábamos banderas del M-19. Entonces me cogieron, me torturaron y fui a parar a la cárcel, y en la cárcel me dediqué a enseñar a leer y a escribir a los pobres presos, la mayoría jóvenes. Después descubrí que esa izquierda romántica y heroica que se volvía pobre para estar con los pobres fracasó. En su afán de idolatrarla, terminó empobreciendo a los ricos pero no enriqueció a los pobres.

¿Se arrepiente de haber sido guerrillero?

Para nada. 

¿El M-19 fue guerrillero?

Sí. Pero también lo fueron en su momento el Partido Liberal y el Partido Conservador en el siglo XIX. Pero a los liberales no les dicen guerrilleros, solo a mí. El M-19 tiene la misma lógica de esos partidos: etapas de vida legal y etapas de vida ilegal. Los fundadores del M-19 eran congresistas de la Anapo (Alianza Nacional Popular), de clase media, profesionales, que vivían con su familia y que no habían cogido un arma jamás. A esas personas les robaron las elecciones a la Presidencia el 19 de abril de 1970 (su candidato era el general Gustavo Rojas Pinilla) y entonces pasaron a la acción armada.

En el 84 volvieron a ser partido político y el Ejército asesinó a sus dirigentes. Entonces se tomaron el Palacio de Justicia y volvieron a la guerra. En 1989 se plantea un acuerdo, esta vez exitoso, se convierten otra vez en partido político, ganan las elecciones para la Constituyente, hacen la Constitución y finalmente desaparecen como partido político. Esa es la historia a la que llaman guerrillera.

Durante los años previos a la Constituyente, algunos sectores opuestos a la izquierda asesinaron a muchos líderes, entre ellos candidatos presidenciales. Con una eventual presidencia, ¿no le da miedo despertar a un monstruo violento que puede estar adormecido en la sociedad colombiana?

Yo le apuesto a transformar a Colombia pacíficamente. Es una apuesta que nació hace 20 años, cuando éramos jóvenes e hicimos la Constitución. En aquella ocasión enviamos un primer gran mensaje: la sociedad colombiana no quiere agredirse, el país puede transformarse pacíficamente y por acuerdos. El M-19, en pleno fin de la Guerra Fría, construyó un mensaje precursor: la guerra no va más; dejamos las armas, dialogamos. Y ganamos las elecciones. Y nos volvimos la mayoría de la Constituyente. Y permitimos que todos, incluidos nuestros supuestos enemigos, participaran. Yo quiero recordar ese mensaje hoy porque creo que, con las actuales condiciones de Colombia y 20 años después, es posible mantenerlo.

¿Cómo piensa lograr la paz si llega a la Presidencia?

La madre de la violencia está radicada en el mundo agrario colombiano, donde debemos llevar al campesino a la prosperidad económica a través de la tierra, el crédito y el subsidio del Estado. Hoy el campo está mayoritariamente en manos de la mafia. Lo que hemos propuesto es que, como en la Constituyente, el ciudadano sea protagonista de un proceso de paz. Yo las llamo ‘constituyentes locales’. Vamos a ir, por ejemplo, a Caucasia, en el nordeste antioqueño. Allí, víctimas y victimarios van a llegar a una constituyente local. Es una sociedad empobrecida, generalmente minera. Si tú le das el poder de decisión, ¿qué podrías lograr? Primero: una mirada del conjunto de su sociedad sobre su territorio, en la que puedan plantearse caminos para prosperar todos (primer requisito de la convivencia), y no unos cuantos (primer requisito de la violencia). Segundo: puede ser un espacio de reconciliación.

¿En qué consiste su visión de reconciliación?

En el perdón de la víctima al victimario. Pero como este no es un perdón divino sino humano, significa que está condicionado. ¿A qué? A la verdad, a la reparación integral y a que el victimario deje el poder. Y eso no significa dejar la función pública, sino abandonar el poder real, que es la tierra. Yo quiero establecer una política que reconozca que la mayoría de los victimarios son narcotraficantes, y una política antinarcóticos de un nuevo tipo, en vez de tener una política hipócrita que fumiga la hoja de coca y le echa la culpa a la mata. Se trata de sacar narcotraficantes del delito, debilitarlos en la medida en que les quitamos poder político y tierras, y construir al mismo tiempo un modelo que permita la inclusión campesina.Es decir, desactivar las condiciones de la violencia en la medida en que activamos las condiciones de la equidad social en el
campo.

¿Y la legalización? Llevamos 30 años viendo a las mafias arruinar la política en Colombia…

La mafia dejaría de existir si se quita la prohibición. Así de simple. Pero esa es una decisión que tiene que ser mundial y que tiene un gran oponente en concepciones religiosas y económicas en países desarrollados como Estados Unidos. Podríamos plantear, como parte de la política internacional de Colombia y América Latina, una nueva política antinarcóticos a escala mundial. Pero mientras tanto tenemos que asumir que van a existir mafias y que debemos debilitarlas. Los italianos pudieron hacerlo, aunque aún siguen ahí, gracias a que profundizaron las instituciones democráticas de su propia sociedad y redujeron el poder de las mafias. En Colombia podemos hacer el mismo intento, es lo pertinente en este momento. 

Usted habla de Constituyente, socialismo del Siglo XXI, reforma agraria. Hace poco más de diez años, en Venezuela un candidato llamado Hugo Chávez utilizaba los mismos sustantivos… Luego de estos años de revolución bolivariana, ¿qué opina de Chávez y qué tiene en común con él?

En Venezuela, lo que se discutía no era una re forma agraria, no era una salida a la violencia, no era un proceso real de democratización. La gran discusión de Venezuela era el petróleo, una inmensa riqueza
que se iba convirtiendo en 200 mil millones de dólares en cuentas privadas de una élite venezolana que, de manera muy egoísta, veía a su pueblo morir de hambre. Eso explotó políticamente y entonces, el chavismo, con todos sus errores, llegó con la promesa de socializar el petróleo. Pero una sociedad que vive del petróleo es una sociedad acostumbrada a la renta y no al trabajo. He ahí la debilidad de Chávez: porque una sociedad acostumbrada a no trabajar va generando circuitos de corrupción que reemplaza la falta de efectos productivos por discurso retórico.

Entonces, ¿no al socialismo del Siglo XXI?

Yo no hablo de socialismo. Y no creo que lo que hay en Venezuela es un socialismo del siglo XXI, ni uno del siglo XX. Es una típica sociedad rentística petrolera, similar a la que hay en Libia, a la que había en Iraq. Los problemas que tenemos que resolver en Colombia son totalmente diferentes. El político colombiano que diga que aquí lo que hay que traer es una boina roja y ponérsela y solucionamos los temas del país, ¡está orinando fuera del tiesto! Ningún venezolano nos puede enseñar cómo resolver nuestros problemas.

Curioso, porque aquí más de uno lo relaciona directamente con Chávez, un personaje que le cae mal como al 92% del país. ¿Cómo puede alguien explicar que usted no es el Teniente Coronel?

Pues yo creo que no lo va a poder explicar (se ríe). Eso es lo que pasa con las creencias, y si algo ha podido hacer el uribismo, es generar creencias. Y las creencias se desbaratan en la práctica. Si el tema fuese racional, con un diálogo se aclararía. Lo único que se puede decir es que nosotros hicimos la Constitución del 91. El que quiera ver qué es lo que queremos hacer de Colombia, que lea la Constitución.

En un país en el que el 60% de sus habitantes vive bajo la línea de pobreza, ¿por qué no tiene usted el 60% de intención de voto?

Por una realidad básica: lo que hay en Colombia es una despolitización del pobre. Tú vas a un barrio humilde y dices “te voy a entregar educación, tierra y crédito”, y te preguntan “¿y qué me trae?”, porque lo han acostumbrado a un sistema político de compra-venta del voto. Te gritan “¡Viva Uribe!” porque les da el cheque de subsidio de Familias en Acción. Lo que no han entendido
muchos es que eso no los va a sacar de la pobreza. La despolitización es una degradación humana que convierte al pobre en miserable y le quita la riqueza espiritual. 

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