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Julio Yanés, la apuesta más joven del circo en Colombia

El barranquillero con 21 años, es el artista más joven en la práctica de suspensión capilar, una habilidad escasa en el mundo.

Imagine una obra de teatro pero sin sillas. Y sin escenario central. Y sin poder quedarse quieto. Y con música duro. Y con actores que salen de cualquier lado y ponen al público frenético y extasiado. Y con una puesta en escena industrial que crea una atmósfera entre onírica y desconcertante que invita a los espectadores a romper con la cotidianidad, a bailar, a saltar, a gritar. Así es El Grito, el nuevo y ambicioso montaje del Teatro Nacional que vuelve para su segunda temporada hasta el próximo 12 de marzo en la sede de La Soledad (Carrera 20 # 37 – 54).

Cuando vaya a El Grito no sabrá a dónde mirar, cuál será su momento favorito o en qué acróbata fijarse. Pero sin duda, uno de los momentos más estremecedores está a cargo del barranquillero Julio Yanés: un artista que empezó a hacer teatro desde el colegio y que aunque siempre se inclinó por la medicina, su materia electiva fue artes. Allí descubrió las plásticas, sobre todo la arcilla, de la que se fue untando con el tiempo, literalmente. Cuando se graduó de bachiller, como la historia clásica de los artistas, en contra de los deseos de su familia, se inscribió por sus propios medios en la facultad de Arte dramático de la Universidad el Atlántico. Ahí conoció el circo. Todo lo que sabe, dice, se lo debe a su maestro en Bellas Artes, Jairo Vergara, quien lo guió en la práctica de las artes marciales y el yoga. Gracias a él descubrió que podía ser cada vez más flexible y se obsesionó con ese descubrimiento.

Con el yoga aprendió que la flexibilidad era algo más espiritual. Más que el dolor físico, le parecía que era una conexión con el cuerpo. Cada avance le producía mucha satisfacción. Desde pequeño su cuerpo fue flexible. Cuando entró a la clase de entrenamiento corporal no tenía flexibilidad, no bajaba la mariposa, no lograba mucho, pero veía el resto del grupo que era muy bueno y eso lo animaba a lograr avanzar. Se obsesionó y perdió dos materias en ese semestre porque no entraba a clase. Se la pasaba entrenando. En tercer semestre de técnicas de circo vio en un video del Circo del sol. Era el de una chica haciendo aro. Le llamó mucho la atención y empezó a practicar con videos. No fue fácil, pero le tocó hacer el entrenamiento de principiantes y logró montar su primer número de contorsión con una compañera de la universidad. Su espíritu inquieto lo movió también a hacer malabares y se fue a viajar con un grupo de malabaristas durante un mes por la costa de mochilero. Después de este viaje ya la decisión estaba tomada: entró a la Escuela Nacional Circo Para Todos, hizo la audición y pasó. Se mudó a Cali.

La escuela tiene dos procesos uno en Cali, donde durante dos años hizo trapecio, equilibrio de alambre, equilibrio de manos, flexibilidad y ballet. Ahora, en Bogotá, tuvo que escoger una técnica para especializarse: eligió equilibrio de manos con contorsión. Hoy es un artista con una habilidad escasa, sobre todo entre hombres: practica suspensión capilar, una técnica de circo ancestral en la que el pelo se transforma en el soporte de una proeza física, donde la persona se eleva por el aire, flotando como por arte de magia. Fue en Bogotá donde se encontró con Humberto Echenique, el maestro con el que montó el número de anillas que hizo en El Grito, la obra de circo extremo del Teatro Nacional. 

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