Por: Jenny Cifuentes // Fotos: David Schwarz
Allí estaban ellos enfundados en sus disfraces. Vestidos para matar, Dressed to Kill, como en su disco del 75. Con sus gruesas capas de maquillaje, zapatos de plataforma, ya curados de espantos, curtidos y con su aureola de heroísmo exacerbada.
Genne Simmons tiene 66 años y no le pesa el traje. Sigue siendo el demonio con la lengua afuera que vuela, el que resopla candela y escupe sangre. Paul Stanley tiene 63 y aún es el chico estrella de frondosa melena. Los respaldan sus virtuosos socios Eric Singer y Tommy Thayer. The Catman y Spaceman. Pura energía volcánica.
Kiss, uno de los apartados más extensos e irreductibles de los sonidos del rock aterrizó la noche del viernes en el estadio El Campín celebrando su aniversario número 40. Aunque ya pasó un poco de tiempo más, y cuentan las historias que la banda en realidad se armó a inicios del 1973 y que incluso antes de eso, Gene Simmons y Paul Stanley formaron el grupo Wicked Lester, y antes de todo lo anterior, ya se habían juntado bajo otro nombre. Sea como sea, después de seis años de un memorable concierto en Bogotá, Kiss volvió a Colombia con todos los fierros.
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La banda (incluida en el Rock and Roll Hall of Fame el año anterior y que recibirá el próximo 29 de abril un premio de la American Society of Composers, Authors and Publishers (ASCAP)), hizo cinco shows en Japón el pasado febrero e incluso grabó un sencillo al lado de Momoiro Clover Z, un quinteto de adolescentes ejecutoras del llamado J-Pop, que dominan gran parte del mercado nipón. Allá Kiss arrasó. Ahora sacudirá Latinoamérica con 10 conciertos en el continente, despegando en Bogotá.
Criaturas de la noche
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En el escenario un telón negro con el letreto gigante: Kiss. Las luces se apagaron. Las pantallas laterales se encendieron, proyectaron la tierra, luego un mapa que apuntaba a Bogotá, y mostraron uno a uno los músicos en su salida hacia la tarima. Las criaturas de la noche habían llegado. Tronaba el Campín. Con Detroit Rock City (del álbum Destroyer del 76), arrancó la vorágine eléctrica que ha desplegado la banda durante toda su carrera. La historieta de rock´n roll con personajes dotados de súper poderes, sacando chispas con sus guitarras desaforadas, estaba sobre el escenario potenciada entre humo, fuego, luces, pirotecnia y una macro pantalla de fondo. De un costado una larga tela rezaba: Kiss Army. El muy, pero muy poco público asistente estaba poseído, feliz. Ellos son el Kiss Army. Los fans. Los que se pusieron la camiseta y se pintaron la cara en la casa o a la entrada del estadio para estar a tono con sus ídolos. Un ejército de varias generaciones: veteranos que se impactaron con el temblor roquero que desató la banda en los 70, y los jóvenes y niños que viven ahora las réplicas del sacudón que lleva décadas provocando placenteros mareos rocanroleros.
Luego de la tercera canción, - Psycho Circus de 1998 - , Paul Stanley le contó al público sobre su alegría de estar en Bogotá y siguió entre corte y corte emocionando a la gente con sus entradas. “This night is número uno, and you are número uno. Esta es la noche”, dijo luego de afirmar que era su primera vez este año en Suramérica, mientras alzando y bajando los brazos manipulaba el ánimo de la audiencia a su antojo. Kiss, Kiss, Kiss, coreaban los asistentes. “No hablo muy bien español, pero todo mi corazón es tuyo”, fue la frase del guitarrista en otro de sus apuntes.
El rock, la fantasía y el delirio marcaron la noche. Kiss dejó claro por qué hace parte de la cúpula. Por qué sus shows son magistrales ante mil personas o ante cientos de miles. El público capturó en su memoria y en sus cámaras, instantes poderosos, como la versión de Do You Love Me (del disco Destroyer del 76), durante la que rodaron de fondo imágenes de antaño en blanco y negro, o una vuelta a su primer disco, en la que afinaron su tradicional coreografía con las tres cuerdas al frente. O el momento en el que Tommy Thayer luego de un tremendo solo, lanzó literalmente pólvora desde el brazo de su guitarra y la interpretación de Hell or Hallelujah de su trabajo Monster (2012).
Episodios de furor quedaron registrados durante cortes como Parasite, I Was Made for Lovin' You, o Rock and Roll All Nite, aunque quizá los minutos de máxima histeria en los espectadores fueron las ascensiones de guitarrista, bajista y baterista: El vuelo de Paul Stanley sobre la audiencia durante Love Gun para cantar desde lo alto en la mitad del estadio. Las elevaciones de Eric Singer maniobrando con sus baquetas, y la actuación de Gene Simmons en God of Thunder, en la que es el demonio en pleno entre humo, chorrea sangre de su boca, bate la lengua y tras azotar el bajo “vuela” y continua tocando desde los cielos del escenario. Simmons, mago de la música, del performance y el entretenimiento, no por nada aparece en documentales diciendo: “Mi producto favorito soy yo”. El show dio para todo. Para sonidos de sirenas, luces encandilantes, antorchas en manos del bajista, para ruptura de guitarra de Stanley contra el suelo, y hasta para una bandera de cierre con vocal equivocada: “Kiss loves you Bogatá”, se leyó.
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Usando todos sus trucos, Kiss hizo explotar la tarima en Bogotá con cortes de este siglo y temas añejos. La banda continúa fuerte. A pesar de sus tantas vidas, en escena hubo clásicos pero no nostalgia. Hubo poder y golpes musicales y visuales certeros apuntando a la cabeza. Fantasía, delirio y rock de ese que no expira, del que va por los siglos de los siglos, para vivos y para zombies. De ese que hace cantar: “God gave rock and roll to you”. Rock and Roll All Nite.
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