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La bareta fue mi mejor potencializador sexual hasta que se me dejó de parar

Réquiem para este 4/20

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Cada vez veo que en el calendario que se viene el #420 me hierbe la sangre.  A la mierda con el cumpleaños de esa pegajosa y traicionera maravilla de color verde llamada ganja.

Por: @ErectNowMore

Había escuchado del perico, pero la embaladera no ayudaba en nada, era una sensación extraña, que no registraba en mi memoria, solo quedaba como un sexo ahí, es decir sin nada de ají, más como una caída libre sin nada de que agarrarse.Crecí en la generación en la que nos marcaron como ganado el gen de la malicia indígena, por lo que siempre pensé que mi termómetro sexual era mucho más que un salvavidas para mi sangre de macho.  Severa indiada de misión, pensaba. Alguna relación tenía que haber entre mis raíces chibchas y mi rama.

Meterme al agua y poder nadar como si tuviera dos pulmones era más que un sueño, era toda una obligación. Leía cuanto podía sobre el tema, me obsesionaban los potencializadores sexuales naturales.

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No pasó la prueba el gusto por el MDMA y ese sexo ultra-sensitivo, más de aliens que de gente de a pie que lo que simplemente quieren es irse bien comidos a la cama. 

La búsqueda de esa clase de polvo que hace que toda la mierda del día a día se esfume y se vaya. Un tránsito de plenitud que solo se logra llegar si se llega al mero destino.

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Experimentos empíricos y no tan científicos con substancias de todo tipo. Desde  jarabes de yoruba, puré de camarones, shots de borojó, ostras, tinturas de remolacha. Hasta que conocí el “el árbol del amor”.

El árbol de Yohimbe, perenne de África occidental, tiene en su corteza un químico llamado yohimbina que ha sido un potencializador legendario en la tierra de los leones sexuales. Ingerí rigurosamente su infusión en forma de té y muy rápido me llevó muy cerca del paraíso. Sin embargo, con el paso de las sesiones la taquicardia y la sudoración de jugador de fútbol me hacía sentir como en un viaje sexual en anfetaminas, de puro traqueto.   

Pero todo cambió el día que tuve un intercambio furtivo de cariño en un bosque de ceibas a 23 km de Santa Marta. “Pruebe la Bareta, ahí es esta el poder” me dijo una amante mientras se divertía con la idea de repetir.

Desde ese día se volvió mi religión. Picaba cerca de 40gm de hierba Sativa, un cuero y pa’ adentro. Se revolvía la sangre, se disparaba el ritmo cardiaco y ese magnetismo desconocido que llegaba. El timming era perfecto, el contacto de los cuerpos mientras las dopaminas se conectaban con la vanidad sexual era como haber descubrir el sol. No había problema. Pasaron los meses y con ellos muchas noches de recocha sexual. Días perfectos, mucha vanidad y mucha Sativa a la olla. Nada de hierba indica eso sí, pensaba que esa sería la clave para hacer sostenible esa irrestricta perfección eréctil.    

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Cual hipertensión, ansiedad, o episodios maníacos del pasado. Esta receta color verde y olor a miel me había quedado hecha a la medida hasta que el día en que todo se derrumbó. 

Así por arte de magia, sin aviso o siquiera amago de lluvia se me advirtió que todo se iba a secar. Mierda, que iba a hacer.  Tirado en el suelo me resigné a la química de mi cerebro. Había fundido mi tolerancia al punto que ni una grúa me iba levantar de este bache. Me di garra, lo sé, aunque ya era muy tarde para llorar.

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Es por eso cada vez que llega el 4:20, fecha en el que el mundo entero celebra la vida de la marihuana yo miro hacia abajo de mi ombligo recordando los días en que me fumé hasta la última pata de mi solvencia sexual.

De eso han pasado tres años y sigo en la búsqueda de una salida. Por suerte y como  no sufro de farmacofobia me aventé a otra tipo terapia con resultados alentadores.

En buenahora el Viagra y sus cien años de vida.

 

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