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La vergüenza de ser hincha colombiano

Carlos Sánchez tiene remplazo, pero ¿y los hinchas colombianos?

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Foto: Gettyimages

El entusiasmo que produce la presencia de la Selección Colombia en la Copa Mundial de la FIFA se desdibuja solo con mirar el Twitter o las tribunas, llenas de colombianos.

Por Fabián Páez López @Davidchaka

Por un lado, bien o mal, que no nos hayamos quedado por fuera de la colada mundialista es un logro nacional, por lo menos en el campo del entretenimiento: como dice el historiador y periodista John Carlin, es una suerte tener el fútbol como contrapeso a la imbecilidad generalizada de nuestra especie. Pero, por otro lado, hay que decirlo: avergüenza también cuando la estupidez, disfrazada de colombianidad, es tan desbordante.

Una cosa es tomar como bandera de la identidad nacional el espíritu folclórico y alegre, y otra cosa es querer aliviar los complejos que tenemos como país tratando de reafirmar, a como dé lugar, una astucia imaginaria y simpática de la que la historia ha comprobado que carecemos absolutamente.

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No fue sino que Colombia debutara en Rusia contra Japón para que pelaramos el cobre. Al minuto tres del partido, entre Davinson y Carlos Sanchez, “La Roca”, cometieron un error que significó el primer gol y la primera expulsión en contra. Colombia no ganó por cosas del fútbol que, en todo caso, tampoco favorecieron a los países que sí tienen la experiencia y los jugadores para no permitirse una derrota, como Alemania y Brasil.

Después de eso, lo primero que uno se encuentra en Internet es que a La Roca lo amenazan en Instagram y en Twitter, al punto de que llegaron a poner su foto junto a la de Andrés Escobar, el central colombiano al que, un autogol en 1994 le costó la vida. Es triste decirlo, pero es algo que uno se espera en este deshuesadero de la memoria que es Colombia.

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No obstante, esa lógica amenazante y acomplejada de colombiano, muy seguramente explicada por la desigualdad y el pasado mafioso (que tal vez no es tan pasado) del país, también salta a la vista entre la marea amarilla que llegó a Rusia. Aún no se sabe de noticias de robos, como ocurrió en Brasil, pero ya circulan bromas e insultos tan flojos como el que terminó por sacar a Edwin Cardona del Mundial.

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Se podrá acudir a la vieja confiable y decir que “la mayoría de colombianos somos gente de bien”. Y puede ser, pero cuesta creer que un país de “gente de bien” produzca Tantos personajes tan vergonzosos. Hay algo en los genes del colombiano que hace que, al cruzar la frontera, se nos despierte un chauvinismo chabacano. En un Mundial con Colombia nunca falta el que se burla de los japoneses, de los europeos; o el que se ufana de hacerle trampa a la justicia de otro país, como el grupo de hinchas que le atribuyeron a la "astucia" criolla haber encaletado alcohol para tomar en el estadio en unos binóculos.  

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Puede ser que a lo mejor todos nos equivocamos todos los días, que quizá ese alejamiento de los que rajamos del resto de colombianos contribuye a ese folclorismo racista y pendenciero. A lo mejor los que se hacen llamar gente de bien no han escarbado en sí mismos. Puede que no podamos quitarnos la camista por más que queramos. 

Por suerte para la Selección, “La Roca” tiene remplazo y como se trata de fútbol, se puede revertir el error. En cambio, el colombiano tramposo, con la bandera al hombro, chistosón y orgulloso de su “ingenio” es la fina estampa del país que nos tocó. Así no queramos, lo llevamos en el ADN. El fútbol, que debería ser la vía de escape a la imbecilidad, termina por embadurnarse de los peores síntomas nacionales. ¿Vale la pena clasificar a un evento de esa magnitud cuando se ha comprobado que una turba de colombianos felices saca lo peor de nosotros?

Claro está, la pelota no tiene la culpa. Bien es sabido que el deporte puede ser utilizado como pegamento social para unir pueblos, así lo hizo Mandela con el rugby. En este caso, el mundial ha servido para ver los dos lados de la moneda. Si fuera por valores y por orden nacional, dan ganas de hinchar por Islandia, un país al que Colombia tiene todo que envidiarle, así no bailen como Yerry Mina, no hagan tanto ruido o no gambeteen tan bien.  

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