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Las mentiras del activismo y el porno feminista

¿Están empacando el porno con superioridad moral?

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Foto: Getty

Todos estamos de acuerdo en que hay algo muy falso en el porno convencional: penes mastodónticos, cuerpos perfectos, gemidos menos creíbles que los títulos de Peñalosa y hasta penetraciones por el ombligo. Pero el porno 'ético' tampoco es tan liberador que digamos. Acá una reflexión sobre las nuevas oleadas del mercado más próspero de internet.  

Por Rubén Darío García Escobar y María Paula García Escobar

Se han preguntado alguna vez, mientras consumen cualquier producto de la industria del porno, ¿cuáles son las condiciones de trabajo de los actores involucrados? ¿Existe una forma de conciliar “éticamente” el consumo de productos y servicios con nuestras fantasías sexuales? Tal vez no, la mayoría ni lo pensamos. Sería tan catastrófico como pensar en el salario mínimo en plena faena.

La industria pornográfica recibe en internet más de 70 millones de visitas diarias, más visitas de las que tienen Netflix, Amazon y Twitter juntos. Probablemente, mientras usted lee esto algunos de sus amigos estarán mirando algo de porno y tal vez cuando usted termine de leer, también lo hará. Una actividad de tal magnitud da lugar a diversas opiniones; una de ellas es el “porno ético” y/o “feminista”. Un intento por responder simultáneamente a la necesidad de satisfacer nuestros deseos y la de ser “políticamente correctos”.

¿En qué consiste el porno ético o feminista? Básicamente, dos cosas. Una, plantear de manera crítica la figura de la mujer en la pornografía, abriendo un espacio a la expresión intelectual y corporal de la mujer en toda su diversidad. La otra, motivar una forma diferente de hacer pornografía, tanto en el “backstage” (mejores condiciones laborales) como en la presentación del producto. Es un intento por hacer porno más acorde con la realidad de los consumidores y consciente de los efectos negativos de una masculinidad toxica.

Una de las cosas que más ha llamado la atención al respecto es el papel de actrices/activistas, como la actriz porno española Amarna Miller, que viene siendo como una influencer del porno ético. Ha usado sus redes sociales como herramienta para dar a conocer su “causa” a través de videos, artículos y entrevistas (cuenta con 70k seguidores en YouTube y 184k en Twitter). Gracias a esto ha logrado cambiar la percepción que se tiene sobre las actrices porno en más de un sentido. Tanto así, que en su visita a Colombia estuvo en la W Radio, Muy buenos días, dictó una conferencia en el Teatro Lido y fue portada de SOHO.

 

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Sí, en este país conservador, el de Ordoñez y Viviane Morales, el del rayo homosexualizador y las relaciones excrementales, fue recibida con interés y entusiasmo una actriz porno. No es seguro decir que fue “aceptada”, pero al menos se la escuchó; algo difícil en un país acostumbrado a vivir ignorando gritos.

Pero a pesar de que Miller vive de una actividad que no goza de mucha aceptación social, lo que da a entender en sus redes es que lleva una vida moralmente superior a la promedio: es activista, intelectual, vegana, yogui, feminista, viajera, escritora, anti-consumista, poliamorosa, etc. Como persona, parece mejor que la mayoría de nosotros, pero nada de esto se ve en sus videos y películas porno, en donde sale caracterizada como secretaria, adolecente virginal, hijastra caliente o inmigrante española en EE.UU.

Las producciones muestran más de lo mismo. Son necesarias las redes sociales y otros medios para cargar estos contenidos de una moral que les proporciona el calificativo de ético o feminista. Esta forma alternativa de porno no se basta a sí misma para explicarse. En los contenidos con más visitas, los cuerpos no distan mucho de los estereotipos de belleza -excluyendo uno que otro con alguna chica que no le gusta la depilación. El sexo practicado es casi el mismo que en el porno predominante y la crítica sobre la corporalidad, en especial la del hombre, es casi inexistente.

En conclusión, la posibilidad de hacer que el porno sea algo crítico, por lo menos en lo que se refiere a la sexualidad y corporalidad, está muy lejos de aparecer y se está quedando en la palabrería de Twitter, Facebook e Instagram.

Estamos ante una de las manifestaciones de invasión y sofisticación del porno, en el cual la experiencia trasciende el porno tradicional y accede al ámbito público de los likes, comentarios, seguidores. Nada es más interesante para nosotros que saber todo acerca de la vida privada de las actrices.

Como a muchos nos sucedería, cuesta trabajo pensar en algo más que sexo al mirar porno. Prestaríamos poca atención si al comienzo de cada video saliera un mensaje que dijera “durante el rodaje de esta escena ninguna mujer fue maltratada”, para luego pasar a ver a una mujer atragantada con un pene mastodóntico, lágrimas en los ojos y vestida de adolecente. Es difícil pretender que una persona capte todo el sentido político que pretende tener esta forma alternativa de hacer porno tan solo echando un vistazo a los videos. Menos aún estar al tanto de algunos hechos que rodean una sola escena porno de 40 minutos –días de grabación, viagra, lubricación, penetraciones falsas, lavados, enfermedades de transmisión sexual, etc.

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No se trata de negar las realidades a las que diariamente las mujeres tienen que hacer frente por el hecho de vivir en sociedades machistas. Es acerca de pensar de las posibilidades criticas del porno en una sociedad que prefiere comercializar y no hablar de sexualidad.

Antes que crítico, esta nueva apuesta pornográfica parece el resultado de las presiones de una industria de 2.4 billones de dólares, ofreciendo un pajazo mental que nos brinda motivos suficientes para pensar que una actividad de este tipo puede tener un contenido más profundo.

Los actores y productores que acuden a esta categoría están lejos de ser mejores personas que los del porno tradicional. Todos entran en el mismo saco: las exigencias bien intencionadas de un mercado macabro y perdido en las redes de un mundo moralmente hiperactivo.

Si usted gusta de estas nuevas tendencias no queremos culparlo, ni juzgarlo; al contrario, disfrútelo. El punto es: no darle la connotación de “liberador” o “crítico”  a algo que responde a las nuevas formas de hacer plata. Mientras que la pornografía sea una industria, actores y actrices funcionaran como mercancías al vaivén de la oferta y la demanda, no parece el espacio más idóneo para reflexionar acerca de la sexualidad. El porno ‘ético’ es un contentillo que se nos brinda para consumir sin la culpa que podría acarrear: un pajazo mental.

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