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Los excesos más escandalosos y extravagantes del Super Bowl

El evento deportivo que más plata genera en el mundo vuelve recargado y con el oscuro telón de fondo de la era Trump.

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El evento deportivo que más plata genera en el mundo vuelve recargado y con el oscuro telón de fondo de la era Trump

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste // Foto: AFP

En el país de la fotocopia de la cédula al 150%, el Super Bowl hace parte de esa lista de cosas que dividen a la gente, tipo La La Land. Unos lo quieren, otros lo odian y cada año pasa lo mismo. Algunos siguen la temporada completa, simpatizan por algún equipo y se emocionan con la final. Otros tantos se suben al atiborrado bus de los hinchas de ocasión. Están los que se dejan llevar por la voracidad del evento y su influencia en la cultura pop. Una minoría lo pasa por alto, porque no hay que tener una opinión para todo. Pero las mayorías activan sus lanzallamas contra todo aquél que le guste o diga que la gusta la NFL. Una conducta, después de todo, muy colombiana. Porque claro, tengo que odiar lo que no conozco.

Si tomamos las ganancias actuales de la Liga Premier de Inglaterra, La Liga de España, la Bundesliga alemana, la Serie A italiana y la Liga 1 de Francia, todas juntas no alcanzan a equiparar la plata que produjo la NFL en el último año. Más de 13 mil millones de dólares enmarcan el depravado negocio de este deporte rápido, violento, espectacular y ultra-televisivo. Como la NASCAR, pero con un balón ovalado, tipos gigantes y más sentido común. En su libro The Great American Novel, el gran escritor Philip Roth lo explica todo en una frase. «El béisbol es lo que EE.UU. quería ser, pero el fútbol americano es lo que EE.UU. es». En efecto, es un deporte que encaja perfectamente en la horma del ego estadounidense.

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La violencia como metáfora de la competencia es la principal característica del fútbol americano. Hay estrategia, hay habilidad, cómo no, pero también preocupantes riesgos en la salud, sobre todo por las conmociones cerebrales que causan los tacleadores defensivos quienes, por orden de sus equipos, no pueden bajar de 140 kilos. El escándalo lo alborotó una película de 2015 llamada Concussion, que obligó a Sony Pictures a cambiar algunas escenas para no entrar en conflicto con la organización de la NFL, desde donde se defienden al decir que en esta temporada apenas hubo 244 conmociones cerebrales, en comparación con las 275 de la anterior.

Como si se tratara de una historia de zombies, en cada Super Bowl millones de gringos hacen colapsar los acueductos del país al descargar justo al mismo tiempo la tasa del baño cuando termina el segundo cuarto. El arranque del entretiempo es el único momento que tienen para orinar y frenar por unos minutos su ingesta compulsiva de cerveza y comida rápida. En 2016, durante el partido entre Denver y Carolina los gringos le dieron de baja a 1300 millones de alitas de pollo. No deja de ser paradójico que mientras unos tipos atléticos hacen deporte, millones de personas en todo el planeta se sienten parte del juego, mientras se tapan las arterias tragando desde un sofá.

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El show del entretiempo casi que merece una columna aparte. Es una presentación de espeluznante montaje que hace que el Circo del Sol parezca el Circo de los Hermanos Gasca. Este mini-concierto, que siempre convoca a algún ídolo pop, concentra todos los años la atención del mundo entero. Tanta es la vitrina que se dan los artistas invitados a cantar (en 2017 es Lady Gaga), que por su presentación no cobran nada. Ni una alita de pollo. A cambio, se sabe, en cuestión de minutos multiplicarán las ventas de su música, las descargas, las reproducciones y hasta sus seguidores en Twitter. En el Super Bowl, además, se venden los segundos más caros de la televisión mundial mediante cómodos bloques publicitarios de 30 segundos a cambio de 5 millones de dólares. Hyundai, por ejemplo, pagó 15 millones por un anuncio de minuto y medio. Al final, después de esta orgía de excesos, quedará la impresión de que el partido interrumpió mucho a los comerciales.

Los Atlanta Falcons y los favoritos New England Patriots se jugarán en Houston el título del fútbol americano con el oscuro telón de fondo de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Los Patriots son justamente el equipo del nuevo Presidente de EE.UU. Y su Quaterback Tom Brady, ídolo de masas y cuatro veces ganador del Super Bowl, se ha cansado de sobarle la chaqueta al anaranjado gobernante. No debió ser fruto del azar que en plena campaña electoral, la televisión captara en el locker de Brady la gorrita roja republicana con el Make America Great AgainTampoco que en las últimas visitas de los Patriots a la Casa Blanca durante el Gobierno de Obama, el único ausente del equipo fuera Brady, todo un ícono para el deporte estadounidense, ultra-famoso, galán, multimillonario y esposo de una de las mujeres más deseadas del mundo: la supermodelo brasileña Giselle Bundchen.

Por cuestiones de imagen, a los deportistas famosos se les aconseja no manifestar abiertamente sus posiciones políticas, si es que las tienen, pero más de una vez a Brady se le ha salido la admiración por el psicópata que llegó a la Casa Blanca, al que ha definido como un «hombre increíble» que da «los mejores discursos motivacionales». La posición del GI Joe del fútbol americano acerca de Trump no es propiamente un caso aislado, si convenimos que 63 millones de personas votaron por él para que los gobernara.

La relación Trump-Brady, que jugaban golf seguido hasta hace unos años, ha hecho que la figura del fútbol americano de 39 años se lleve su buena cantidad de puteadas. Pero con la típica tibieza del deportista famoso, el mismo Brady ha pedido que por favor lo saquen de la polémica. «Tengo el derecho de estar fuera de todo esto», dijo días antes al juego que podría darle su quinto anillo de campeón de la NFL. En medio de una fuerte movida de ídolos del deporte gringo como Colin Kaepernick y LeBron James para resistirse a la maldad de Trump, al esposo de Giselle no le parece mala idea levantar un planchón de 3000 kilómetros en la frontera con México o vetar el ingreso al país de musulmanes. 

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Dice Greg Graffin, líder de la banda punk Bad Religion y profesor de Ciencias Humanas en UCLA, que la elección de Trump en EE.UU. tiene mucho que ver con la imposibilidad del gringo promedio para distinguir la realidad de la ficción. Tanto Hollywood efectivamente los tiene jodidos de la cabeza. Por eso, por muy chistoso que suene, el Departamento de Estado tuvo que aclarar en 2012 que los zombies, ni las sirenas existen. Y al darle un componente real a lo virtual, dice Graffin, las masas han construido idolatrías por figurines de la televisión, como las Kardashian y Donald Trump.

Tener al alcance de la pantalla la intimidad de un famoso despierta tanta empatía y fascinación que ahora el mundo corre el riesgo de colapsar por culpa de un viejo loco que elevó su fama por un Reality Show. Atentos a esa debilidad por la falsa sensación de ser testigos presenciales de lo que ocurre, la NFL inaugurará para este Super Bowl 51 repeticiones en 360 grados mediante 38 cámaras que generarán la sensación de observar el juego desde el casco de Tom Brady. Ojalá desde ahí podamos celebrar este domingo el primer Super Bowl ganado por los Falcons. Los hinchas de ocasión son lo peor, yo sé, pero en este caso no estaría tan mal que la tristeza deportiva de Trump nos dé un poco de alegría.

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