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Los intereses ocultos del gobierno ruso con la Copa Mundial de la FIFA

Ícaro, el documental ganador del Oscar, y la visita de Blatter a Rusia dejan mucho que pensar de los intereses de Putin por organizar el Mundial.

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Foto: Gettyimages

Putin, desde los palcos de la Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018, está pavoneando su país como potencia mundial. ¿Harán falta más pruebas de la conexión entre el deporte y la política para que sigan diciendo que lo uno no se unta con lo otro?

Por Fabián Páez López @Davidchaka

En la previa al Mundial, la selección rusa despertaba el mismo interés entre sus compatriotas que la convocatoria de Stephan Medina en Colombia. De hecho, aunque, todavía les importa poco, un inicio inesperado con ocho goles a favor y el arco en ceros tras enfrentar a los débiles Arabia Saudí y Marruecos eran su esperanzador registro en la segunda fecha. En la tercera, al disputarse el primer puesto del grupo contra Uruguay, volvió a decaer la fe: perdieron 3 – 0 y ahora tienen que medirse con España. Resultados que, en todo caso, pase lo que pase con el equipo, están muy alejados de los verdaderos y oscuros intereses nacionales.

El recientemente reelegido presidente Vladímir Putin, desde el palco, se juega su propio mundial. Él mismo sabe de las limitaciones de su seleccionado, pero tiene bien claro el significado político de un Mundial. Incluso, en una entrevista transmitida por streaming antes de la inauguración, reconoció los malos resultados que los acompañaban y dijo que lo mejor que podían hacer era “organizar con dignidad la competición y hacer todo lo posible para que sea una fiesta para los millones de amantes del fútbol en todo el mundo”.

Unas declaraciones cargadas de corrección política difíciles de tragar y que, medio mundo sabe, tienen detrás un subtexto muy claro: su jugada es mostrar a su país como una potencia, concretar negocios con los árabes, pagar viejas deudas y, en el peor de los casos, limpiar su imagen para planear un nuevo golpe.

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Hay suficientes razones para hablar de ese maloliente interés tras la organización del Mundial. Empezando porque la candidatura de Rusia llegó a buen término de la mano del mayor rostro de la corrupción en la FIFA, Joseph Blatter; el mismo hombre que está por estos días visitando a su amigo Putin en Rusia.

¿Fue a cobrar el favor? No sería raro, pues en 2015 la justicia de los Estados Unidos imputó cargos a 30 miembros poderosos de la FIFA por corrupción, y, en paralelo, la justicia suiza, que también arrancó un proceso criminal contra Blatter, inició una investigación de la que aún no se tiene nada claro sobre si Rusia y Qatar ganaron las elecciones para celebrar los mundiales de 2018 y 2022 con trampas.

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Ambos tienen acciones depositadas en este mundial. Blatter, exdirector de la FIFA y el símbolo más descarado de la corrupción en el fútbol; Putin, el presidente ensuciado por uno de los mayores escándalos de fraude en el deporte.

Ícaro, el documental que reveló el mayor escándalo de fraude en el deporte  

No solo la turbia amistad entre Putin y Blatter da para creer que lo que pretende Rusia desborda el negocio con el fútbol. Una cinta ganadora de Oscar es el documento más certero para dudar de sus intereses. Se trata del documental del director Bryan Fogel, estrenado hace un año a través de Netflix: Ícaro.

Fogel quería mostrar cómo funcionaban los engaños a los organismos antidopaje en el mundo del ciclismo; por supuesto, a raíz del célebre caso del múltiple campeón y dopado confeso Lance Armstrong. Pero la historia tomó un giro inesperado.  

Mientras Fogel intentaba poner a prueba en su cuerpo los mecanismos a través de los cuales se pasaban por la faja los controles de dopaje, conoció al Doctor Grigory Rodchenkov, director del Centro Antidopaje de Moscú. Casi que sin querer, el experimento se convirtió en un seguimiento del mayor caso de fraude deportivo orquestado con un interés político.  

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La historia, que fue publicada hace dos años por el periódico The New York Times, y que tuvo consecuencias para la delegación rusa en los Juegos Olímpicos de Rio, habla de cómo Rodchenkov, por orden del Kremlin, desarrolló un cóctel con sustancias poderosas para suministrar a los atletas rusos que participaron en los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi.

La trampa para saltarse los controles de los organismos internacionales fue planeada por años. Consistía, primero, en suministrar las sustancias contaminadas a los atletas sin su consentimiento. Luego, con ayuda de un edificio fachada de la KGB y la participación de varios de sus agentes, remplazar las muestras tomadas por el Comité antidopaje.

Todos participaron. Era una política de Estado. No fueron ni los deportistas ni unas manzanas podridas: Rusia, de la mano del ministro del deporte, cambió la orina contaminada de los atletas por orina limpia a través del uso de réplicas de las botellas que se utilizaban para examinar las muestras, conocidas como frascos Berlinger.

Al final de los Olímpicos de Sochi, la delegación rusa consiguió 13 medallas de oro con un programa de esteroides que salió completamente limpio para el Comité antidopaje de los Juegos Olímpicos. Se empacaron 33 medallas en una contienda que interesa mucho más a los loales que el fútbol. 

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Según Rodchenkov, la orden de Putin, o "el Gran jefe", como él lo llamaba, era clara: “tenemos que tener los mejores resultados en Sochi, tenemos que mostrarle al mundo quién somos”. A la operación se le conoció como ‘Sochi Resultat’.

Rusia contra Ucrania, el conflicto paralelo.

Antes del éxito en los Juegos Olímpicos, el nivel de popularidad del presidente Putin venía cayendo. Después, empezó a incrementarse. Putin tenía una licencia de popularidad para dar un golpe. Inmediatamente después de los juegos vino el ataque a Ucrania.

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¿Qué era lo que pasaba en la frontera entre Rusia y Ucrania? Tras el derrocamiento del anterior gobierno ucraniano, el 22 de febrero de 2014, grupos prorrusos se proclamaron a favor (e incluso propusieron reintegrarse) con la Federación de Rusia, iniciando una serie de enfrentamientos con el ejército ucraniano y protestas que se concentraron en la península de Crimea, en la zona fronteriza de las dos naciones. Ante un panorama de enfrentamientos, una intervención directa del gobierno ruso podría generar una guerra abierta en Europa.

En agosto de ese mismo año, 1000 hombres del ejército ruso cruzaban la frontera hacia Ucrania con el pretexto de proteger a los prorrusos. Después de varios ataques y revueltas, los ánimos quedaron tensos. Pasó el tiempo, pero la presión internacional y el hecho de no querer hacer peligrar la organización del Mundial hicieron que se normalizara la situación. Por ahora.

Si los buenos resultados en los olímpicos de invierno en Sochi le dieron a Putin un margen de popularidad para intervenir usando la fuerza en Ucrania, apoyando el separatismo, ¿qué se viene luego de esta demostración de poderío global que es el Mundial?

Putin quiere demostrarle al mundo que resucitó un imperio. Hoy, de la mano de una alianza con China, Rusia es uno de los poderes económicos y armamentistas más fuertes del planeta. Su gobierno representa una nueva forma de capitalismo autoritario que se enfrenta y se pavonea como un contrapeso ante los Estados Unidos y la Unión Europea. ¿Harán falta más pruebas de la conexión del deporte con la política para que sigan diciendo que lo uno no se unta con lo otro?

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