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Los mensajes subliminales de Epa Colombia

Epa Colombia o el reflejo oscuro de la colombianidad.

Epa Colombia - cuadros del video "Nuestro amor es único"
Epa Colombia - cuadros del video "Nuestro amor es único"

¿Por qué de un momento para otro seguimos la vida de Daneidy Barrera y vemos todos sus videos por Instagram? ¿Por qué nos interesa tanto la vida de alguien a quien a duras penas se le menciona por su nombre de pila sino por el de su alias viral que surgió de uno de los videos más populares de 2016: Epa Colombia?

Por Juan Pablo Castiblanco Ricaurte // @KidCasti

Enseña el dicho que lo que Juan dice de Andrés dice más de Juan que de Andrés. Y eso aplica para todo. Hasta para entender qué dice de nuestra sociedad el frenético consumo de todo lo que hacen los YouTubers, los videos/cadenas de WhatsApp, los artículos “periodísticos” que prometen peleas, tetas y escándalos, o los ineludibles memes y virales que nos inundan cada día.

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El caso de Epa Colombia es fascinante (ojo, comprensión de lectura, dijimos “el caso” y no “su música” o “sus videos”) y resume todo lo que antropólogos, sociólogos, filósofos contemporáneos y teóricos de la comunicación pueden explicar en cátedras y libros sobre la era digital.

Es la demostración por excelencia del poder de la inmediatez, del derrumbe del poder de los medios, del ascenso de una discusión horizontal, del nuevo poder de lo que dice la gente común y corriente desde el púlpito que se han convertido las redes sociales. Es el caso dorado de esa promesa de que todos podemos ser famosos… ya.
Sin pedirle permiso a nadie.
Sin miedo a sacrificar la identidad.
Sin hacer concesiones.
Sin corrección política.
Sin tapujos.
Sin límites.
Gracias a las redes sociales Daneidy Barrera cumplió el “sueño colombiano”: emerger del anonimato a la fama con lo que sea, mostrando su talento, haciendo payasadas, vendiendo su intimidad, exhibiendo su cuerpo o, como pasó hace unos días, que no se había depilado las axilas.

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Pasó de tener nada a comprar los muebles de la casa; es modelo de videos de reggaetón; se erigió como anfitriona de fiestas a lo Paris Hilton en Las Vegas, no en Melgar ni en Cartagena, sino en Madrid, España; presta su imagen para anunciar productos; se puso nariz, tetas y culo (porque como decía ella misma, “culo va a haber” y, efectivamente, culo hubo); posó para la portada de la meca del soft porn colombiano, SoHo; tuvo una cuenta con chulito azul en sus redes sociales (el estrato seis de la virtualidad); debutó como cantante de reggaetón; y fue a Europa invitada por una emisora española. En resumen, encarna lo que la ficción telenovelera latinoamericana siempre prometió: el ascenso (en una sociedad tremendamente injusta, por demás). Ser la Cenicienta bogotana, una María-la-del-Barrio en piel y hueso, devenir una versión colombiana de Jenny From The Block –“used to have a little now I have a lot” (“antes tenía poco ahora tengo mucho”) –.

También están quienes la miran con asco, con una clasista fascinación kitsch y le comentan en donde pueden, con desmesurado odio, que es una “guisa”. Y aunque en momentos la propia Epa Colombia ha admitido lo vulnerable que es ante estos comentarios, sigue en su curso siendo consciente que lo importante es alimentar el mito. Mantener el espectáculo. Provocar. Llamar la atención.
Internet, esa infinita mansión del placer que tiene respuestas para todos los fetiches que se puedan imaginar, también fue creando su espacio para lo que se ha comenzado a conocer como pobrezafilia: como alguna vez lo explicó la ciberfeminista Cindy Flores para Vice, “más que fetichismo por la pobreza, podría reflejar un juego de poder y quizá cierto sadismo, pues se trata de un tema donde quienes critican, lo hacen asumiendo que se encuentran en una clase socioeconómica con mayores recursos económicos que quienes aparecen en las fotografías y también hay un elemento que pareciera reflejar la sensación de un colectivo o una masa cohesionada en contra de quienes se consideran ajenos, diferentes... Y a quienes se excluye de cierta forma”. Epa Colombia es una icónica pero a la vez rebelde manifestación de esta pobrezafilia colombiana al no temer mostrar de frente su barrio, burlarse de su lado oscuro, sus malos días y literalmente revolcarse en la basura mientras muestra sus nuevas tetas y culo.

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Si la historia de la humanidad se pudo dividir en bloques como la Edad de hierro, Edad de piedra o Edad de bronce, la nuestra bien puede ser la Edad de los influenciadores o la Edad de la fama. Vivimos en una era donde nada ha cambiado sustancialmente a nivel socioeconómico pero han surgido múltiples atajos para que todos podamos ser famosos y cambiemos el destino que nos depara el orden social. ¿Durará el cuarto de hora? ¿Serán relevantes en cinco o diez años estos mismos youtubers e influenciadores o se ahogarán en el tsunami de neofamosos que no tienen más que ofrecer que su propia vida, sin filtros ni tapujos? En nuestro morbo y anhelos de superación está la respuesta.

 

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