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Me fui de Colombia para poder ser gay: Así es la discriminación LGBTI

La tal discriminación sí existe.

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Si usted es de los que cree que la tal discriminación contra los gays no existe en Colombia, lo invito a pasarse por Facebook y mirar los comentarios en cualquier nota sobre derechos de los homosexuales.

Por: Trilce Ortiz

Manuela no nació en la “familia tradicional colombiana”. De chiquita nunca la obligaron a ir a misa, creció con su madre soltera, rodeada de sus tías putativas: un montón de mujeres feministas, algunas ex-militantes, músicos y artistas. En su casa nunca se le cuestionó si le gustaban los niños o las niñas, pero sí se le dejó claro que para tirar había que querer realmente, y siempre usar condón.

A ella le dio duro, durísimo, cuando su primera novia le dijo que lo de ellas tocaba a escondidas. Si sus papás se llegaban a enterar “la mataban” porque la chica sí había sido criada en una casa tradicional. “Fue la primera vez en mi vida en la que sentí, realmente, que estaba haciendo algo malo, y no entendía tampoco muy bien qué era”, contó Manuela, quien hace 12 años vive en Nueva York, y desde el 2011, cuando la Ley de Igualdad Matrimonial del estado lo permitió, está legalmente casada con su compañera dominicana.

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En Colombia la vaina es compleja, por un lado, la mayoría de la gente insiste en hacerse de la vista gorda para no enfrentar la realidad de que tenemos la discriminación, de todo tipo, totalmente normalizada. Las palabras “indio” y “marica” son usadas a diestra y siniestra como términos despectivos, y en el fondo sí, queriendo decir que hay algo terriblemente malo con ser indígena o gay (así se den el pajazo mental de que “no lo dicen con esa intención”).

Aunque estoy de acuerdo que expresar la opinión o hacer chistes se ha vuelto lo más de mamón porque a todo el mundo le ofende algo y no hay humor que sobreviva los esfuerzos de ser “políticamente correcto”, sí es importante mirar nuestras acciones, medir nuestras palabras y ponernos en los zapatos de otros, a los que sí les toca comerse la falta de tolerancia que nos tiene llevados del bulto. No hay dos seres humanos iguales y por esa diferencias no nos podemos arrancar a golpes y putazos.

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Según estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas la población mundial LGBTI puede representar un 10% del total de los habitantes del planeta. Si esa estadística se mantiene en Colombia, la población LGBTI estaría alrededor de los 4,9 millones de personas. Eso es un montón de gente, que además no incluye a los que por temor o desconocimiento no han salido del closet.

Andrés no fue nunca el tipo más mujeriego de su grupo de amigos, pero salía con viejas, “es más, sigo prefiriendo una vieja linda que un tipo feo”, dice con tono serio. En las reuniones familiares le hizo el quite a la acosadera constante de su mamá y tías “que cuándo es que va a traer la novia a la casa, que para cuándo los hijos”. La suya sí es una familia conservadora a la que le ha ido compartido de a pocos su interés de establecer una pareja formal con otro hombre.

“A mí me encanta Bogotá, acá está mi familia y siempre tuve buen trabajo”, cuenta él. “Primero me fui a Estados Unidos con la excusa de hacer mi especialización pero la verdad es que no quería estar acá, yo sabía que acá nunca iba a estar feliz, pleno”. Después de graduarse, Andrés consiguió un trabajo en Buenos Aires, donde lleva 4 años y de donde no se piensa regresar.

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Según sus propios informes, en el 2016 la Defensoría del Pueblo atendió 89 casos de violencia contra personas LGBTI. “Hostigamiento, amenazas de muerte y bullying” están dentro de los términos más registrados de acoso dentro y fuera de Internet. Porque eso sí, esconderse detrás del anonimato de una pantalla le permite a todo el mundo decir cuanta barrabasada se le pasa por la mente, sin ningún tipo de consecuencias.

Si usted es de los que cree que la tal discriminación contra los gays no existe, lo invito a pasarse por las páginas de Facebook de alguna de las publicaciones del país, y mirar los comentarios en cualquier nota que tenga por lo menos la puntica del pie en el tema de los derechos de los homosexuales (esta misma quizás). Si no están hablando de lo antinatural que es la cuestión (y eso que la biología ya ha establecido que en todas las especies de seres vivos hay homosexualidad) se llenan la boca nombrando a Dios y al pecado para justificar sus comentarios de rechazo, y eso que se supone que Dios (acá hablando del católico) es puro amor y bondad.

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Manuela, harta de la mentalidad cerrada que le tocó calarse en Colombia, se fue para ser ella, en paz. “Yo viví en Medellín y allá la vaina del machismo era tenaz, en Bogotá solo un sector muy reducido ni siquiera se cuestionaba cuáles era o dejaba de ser la gente con la que yo salía, pero finalmente la doble moral le gana a todo. A mí me tocó lidiar con chicas que tenían culpa cristiana por ser lesbianas y hasta con ‘amigos’ que borrachos me invitaban a hacer tríos. En Nueva York no soy nadie, por así decirlo, y me gusta más. No es que me la pase en orgías ni mucho menos, tengo a mi esposa, pero a nadie le importa un carajo si vamos en el metro cogidas de la mano”, contó ella.

A ella nunca le tocó una situación de violencia física, pero si la sensación constante de estar en un país que, aun siendo su lugar de nacimiento, no tenía un sitio para recibirla y eso que según las estadísticas de la Defensoría del Pueblo no está ni siquiera entre los grupos más afectados: las mujeres transgénero y los hombres gay.

De acuerdo con el informe Cuerpos excluidos: rostros de impunidad, presentado en el 2016 por la ONG Colombia Diversa, en el 2015, 110 lesbianas, gays, bisexuales, y transexuales fueron asesinados en el país. En Latinoamérica sólo Honduras y Brasil superan esta cifra. Muchos de estos casos eran pelados que no superaban los 15 años e irónicamente la policía, en vez de defenderlos, fue la que más ataques cometió.

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“Yo nunca salí con chicos mientras viví en Colombia, pero ahora que he venido de visita y he ido a par de sitios la cosa es bien sórdida”, cuenta Andrés. “Yo en Buenos Aires no tengo novio, aunque quiero, quiero enamorarme, pero me muevo en un círculo social que me acepta tal y como es y me mide por las cosas que pienso y así, no por el hecho de ser gay. El tema con mi familia acá ha sido súper difícil, hay muchos de ellos que después de saber no me hablan”.

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Después de la polémica absurda que se armó cuando el Minsterio de Educación y el Fondo de Población de las Naciones Unidas trataron de implementar la cartilla de educación de género en los colegios de Colombia y las “familias de moral recta” casi sufren un soponcio porque les “iban a volver los hijos gay” (hágame el favor) la ONU expresó que “El Ministerio de Educación Nacional tiene la obligación de promover y garantizar que en los colegios se eduque en una cultura respetuosa de los derechos humanos de todas las personas y se erradique cualquier tipo de discriminación y violencia”, esto como parte elemental del respeto a los derechos humanos.

Como dijo Madonna Badillo, una mujer transexual en entrevista para la revista Semana “El pensamiento general es ‘se lo buscó, o quién lo manda, quién la manda, es como que hay cero empatía con el tema”. A la gente se le olvida que gay puede ser cualquiera: un hijo, una hermana, un padre, un vecino, alguien que no puede ser quien es por miedo a ser rechazado o juzgado.

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