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Neymar al PSG o cómo el billete se devoró los ideales del fútbol

El «dóping financiero» vuelve a hacer un llamado a la locura.

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Foto: Gettyimages

El «dóping financiero» vuelve a hacer un llamado a la locura.

Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste

«El sueño del pibe», como dicen los argentinos, es que un pelado que no alcanza a tres comidas diarias logre ganarse la idolatría del mundo, a partir de su talento para jugar fútbol, y a pesar de la falta de oportunidades típica de los países pobres. Pocos lo logran, pero cuando sucede se enfrentan a una nueva vida demente, de excesos, locura, yates, viejas, aviones, lujos, peinados inmundos, fama absoluta, millones de likes en Instagram y, como le está pasando a Neymar, de petrodólares, que han terminado arrastrándolo al opulento París Saint-Germain: ese equipo de apenas 47 años (fundado en 1970) y que fue comprado en 2011 por un monstruo llamado «Oryx Qatar Sports Investments» para cada tanto reventar el mercado con mega-inversiones y fichajes de figuritas como Zlatan, Cavani, Di María, ahora Dani Alves, y otro montón de cracks que, pese a serlo, no valen lo que pagan por ellos.

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         En una época de la vida en la que, según Forbes, el 50 por ciento de la riqueza mundial está monopolizada por las 85 personas más acaudaladas (entre más de 7000 millones), no deja de hacer ruido que se paguen 222 millones de euros por un futbolista, sin importar lo bueno que sea. Técnicamente, un jugador vale lo que paguen por él, pero también es cierto que todos están inflados. Todos. Peor ocurre en los deportes gringos: jugadores promedio, que valen el producto interno bruto de un país pequeño. La ficha de un deportista no debería costar cantidades de plata tan depravadas. Lo de Neymar al PSG, lo de Pogba al United, lo de Higuaín a la Juventus. La figura no existe directamente, ni existirá, pero esos traspasos deberían estar penalizados bajo algo que se llame «dóping financiero».

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         Se dice que entre las mil cláusulas que figuraban en el fichaje de Neymar al Barcelona, que incluyó más de 50 millones de euros no declarados, aparecían un par de orgías para el taita con muchachas bien buenas, si es que el Barça pretendía arrancarle su fichaje al Real Madrid. Porque se suponía que Neymar, en lugar del Barcelona, iba a ir al Madrid, pero la plata le cambió el rumbo. El brasileño estaba llamado a hacer historia junto a Cristiano Ronaldo, pero terminó haciéndose el mejor amigo de Messi, hasta que los jeques dispararon y ahora seguirá su carrera en el mejor postor del momento: el PSG. La plata le ha marcado el camino. Obviamente es incuestionable decirle que no a esa volquetada de billete, pero se hace inevitable quedarse pensando en el poder del dinero y, en el caso de Neymar, las decisiones de su papá han tenido mucho que ver en el manejo su carrera, hasta el punto de rayar con la ilegalidad. Un combo de abogados lleva ya varios años devaneándose los sesos para negociar lo mejor posible los 55 millones de euros que el crack le debe al fisco de Cataluña por sus derechos de imagen no declarados. Es parecido al caso de Messi. Por ambición, seguramente, su progenitor se ha pasado la ley por la faja con tal de sacar la mayor tajada posible con la millonada que el rosarino atrae.

 

 

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Si Neymar hubiera surgido hace 20 años sería el quinto o sexto mejor jugador de su selección y no tendría tanta exigencia, ni presión, ni protagonismo. Pero la historia lo tiró al frente hoy, en épocas en que los ídolos están más sobrevalorados que nunca y, aparte, en una coyuntura jodida para el fútbol brasileño, en la que Tite apenas está remendando los desastres de Scolari y Dunga y buscando recuperar la gloria de Brasil en torno a él, a Coutinho y a algún otro jugadorazo que surge o sigue vigente luego de la catástrofe del 7-1 de 2014. En la Eliminatoria al Mundial de 2018, Brasil va muy bien, pero supongo que el verdadero reto es recuperar en Rusia la grandeza que se les embolató. Es decir, ganar el Mundial.

Algo es cierto y es que Neymar ha mejorado. Ya no ilustra aquel concepto de «fútbol foca» que Martín Caparrós evocó con él hace unos años. De hipnotizar a la gente con cañitos y pendejaditas en la mitad de la cancha que no tienen efecto alguno en el juego. Con los años, el ex Santos ha multiplicado su talento e incluso se siente que en su período en el Barcelona siempre estuvo opacado por Messi, Suárez, Iniesta y compañía. De hecho, queda la sensación de que los culés se enredaron renovándole al argentino al punto de dejar que el brasileño se les escurriera de las manos.

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Neymar, lo sabemos, es piscinero, simulador, soberbio, llorón y para colmo de males siempre se la tiene adentro a Colombia cuando se enfrentan. Es sencillamente insoportable, pero de vez en cuando todos los reparos se ponen a un lado cuando saca su clase y deja boquiabierto al mundo entero gracias a su talento con la pelota. Sin embargo, aún con eso, no vale la plata que el PSG está pagando por él. Ni usted, ni yo, ni LeBron James, ni el Papa, ni Stephen Hawking. Nadie la vale.

Ahora, el golpe mediático de fichar a Neymar debería traducirse en lo deportivo. Ya no tendrá el argumento de que Messi lo opaca. Es decir, camisetas va a vender más que James, pero ahora, con él, el PSG debería ganar la Champions, ya que salir campeón del fútbol local se volvió casi un trámite, facilitado por equipos pequeños como Troyes, Guingamp, Caen; y otros de un escalón medio como Bordeaux, Lille, Saint-Ettiene o hasta el Lyon, que poco pueden hacer frente a la billetera de los jeques. En todo caso, en la última temporada Mónaco dio el zarpazo y levantó el título de la Ligue 1, mientras, por ejemplo, el Olympique de Marsella, tal vez el más grande de Francia, ha entrado en una intrascendencia que no corresponde con su historia.

 

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Cada temporada el fútbol europeo (y ahora pasa con el chino) nos está recordando que los ideales, que «el sueño del pibe», que la defensa de una camiseta, de un estilo, equivale a pura letra muerta, que vale menos que el tuit de Piqué, días atrás, donde aseguraba que Neymar se quedaba en el Barcelona. «Por la plata baila el mono», dirían. O, en este caso, «la foca» si parafraseamos a Martín Caparrós. Había dicho el simpático Neymar en 2014 sobre un supuesto interés del Madrid que «yo no me vendo por dinero». Y ahí tienen. Terminó cediendo, aunque no tanto como lo hizo Luis Figo hace 17 años, cuando pasó de azulgrana a merengue de un día para el otro y en su regreso al Nou Camp le tiraron una lechona encima.

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Excepciones a la regla hay. Son pocas, pero ahí están. Totti no quiso irse al Real Madrid y optó por inmortalizarse con la Roma desde el comienzo hasta el final de su carrera. Parecido fue el caso de Steven Gerrard, que sólo partió de Liverpool de viejo por distraerse unos meses en Los Ángeles. Por esa línea, Maldini nunca se fue del Milan, ni Ryan Giggs del Manchester United. Sin embargo, la tendencia ha cambiado, los tiempos también y Neymar es un gran ejemplo. El mundo está a sus pies. Y si puede asegurarles riqueza a sus tataranietos, por qué no hacerlo. De hecho, el mismo Messi, que renovó hace unos meses, podría irse en 2021 si es que el Barcelona no va alistando desde ya la fortuna que exija.

Borges dijo alguna vez que «el amor es eterno mientras dura» y tal vez aplique para Neymar, que llegó al Barcelona para quedarse, eso sí, siempre y cuando la plata no se metiera en el medio. Y la plata se metió

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