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No todo es plata en la vida: una nueva Torre de Babel llamada PSG

El equipo de moda, que construyó prestigio mundial sobre montañas de billetes, está muerto por dentro.

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Dean Mouhtaropoulos/Getty Images

A punta de poder económico sus dueños quieren demostrar que la tienen más larga que los demás y ahora su colapso es inminente. Hoy por hoy, para ser una institución grande en el fútbol sí es necesario estar tapado de plata. Pero tenerla no necesariamente asegura la grandeza. Y a don Nasser Al-Khelaifi habría que explicárselo.

Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste

El PSG convirtió a Neymar en el fichaje más caro de la historia y, en cuestión de horas, el brasileño ya había vendido más camisetas que Di María en dos años. Los 222 millones de euros que costó arrancárselo al Barcelona venían con un mensaje claro. El equipo iba a girar en torno a él, gústele a quien le guste. O por lo menos, así pensó Nasser Al-Khelaifi, el Presidente del equipo y uno de los 100 mortales más ricos del planeta. Sin pensar en las consecuencias, el patrón qatarí le mandó decir al uruguayo Cavani, goleador del equipo, que nunca más iba a patear los penales en el PSG, pues la idea era cedérselos todos a Neymar quien, entre más goles anote, más oportunidades tiene de ganar el Balón de Oro. Y a cambio, le prometió al uruguayo un bono de un millón de euros si logra salir goleador del fútbol francés. Según la prensa española, como Cavani le bajó el pulgar a esta oportunidad de negocio, el señor Burns del PSG envió a otros ayudantes a paladear a Neymar, a decirle que era lo mejor que le ha pasado al equipo, pero que debía permitirle a Cavani patearlos por el beneficio de todos. Y la novelita va ahí. Rumores van, rumores vienen. El equipo de moda está reventado, muerto por dentro. Y no hay petrodólares que parezcan suficientes para pegar los pedazos que deja esta colapsada Torre de Babel del fútbol.

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Habla la historia bíblica (en el libro del Génesis) de un grupo de hombres que construyeron, probablemente al occidente de Bagdad, una estructura en forma de torre de unos 90 metros de alto, que quedó mal hecha y que con el paso de los siglos fue derribada en diversas guerras. Cuando Dios notó la soberbia de sus creadores, los puso a hablar en otras lenguas y la construcción de la torre se fue al carajo, porque no se entendían entre ellos y cada uno hacía lo suyo sin trabajar en colectivo. Manteniendo las proporciones, si es que las hay, el equipo de fútbol de moda, el París Saint-Germain, emula el mismo modelo que la mencionada ficción bíblica. A punta de poder económico sus dueños quieren demostrar que la tienen más larga que los demás y ahora su colapso es inminente. Hoy por hoy, para ser una institución grande en el fútbol sí es necesario estar tapado de plata. Pero tenerla no necesariamente asegura la grandeza. Y a don Nasser Al-Khelaifi habría que explicárselo.

La novelita de egos en el PSG siguió su curso. El brasileño Thiago Silva, capitán del equipo, cumplió años y convocó a una cena a la que no fue Cavani. La velada, según cuenta El País, emocionó tanto como una maratón del Noticiero del Senado.Thiago Silva y Dani Alves han sido los únicos que parecen acolitarle el agrande a Neymar. Ni Marquinhos, ni Lucas Moura, también brasileños, le aguantan la actitud, en parte justificada de la platica que el 10 se está ganando. Según Der Spiegel, citando a Wikileaks, Neymar está cobrando 3.1 millones de euros al mes (más de 10.000 millones de pesos colombianos). Es decir, más de 100.000 euros al día (345 millones de pesos colombianos); y unos 4.150 euros por hora (14 millones de pesos colombianos). Si lo diseminamos al máximo, por cada minuto que pasa al bolsillo del chillón delantero entran 69 euros (unos 235.000 pesos colombianos). No more comments.

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Algunos recordaremos que no hace mucho el París Saint-Germain era un equipo más. Y muy joven. Fue fundado en 1970 (es 80 ó 90 años más joven que decenas de equipos europeos) y se movió entre la austeridad por más de tres décadas, ganando dos ligas francesas, hasta que fue devorado por los petrodólares de una empresita llamada «Oryx Qatar Sports Investments». Desde ahí todo ha sido locura. Han comprado el talento que han querido, e incluso han tenido problemas con las regulaciones UEFA de topes de inversiones. Como este año el traquetismo de quedarse con Neymar les salió en 222 millones de euros, a Mbappé, goleador joven del momento, lo tuvieron que comprar a cuotas. Y aunque desde 2012, han ganado cuatro ligas en seis temporadas y han asegurado fichajes dementes, suman cero Ligas de Campeones, porque ahí la historia es otra.Plantársele al Real Madrid, al Barcelona o al Bayern Múnich no tiene que ver del todo con la plata. Ellos la tienen por montones, claro, pero cuentan con la mística e historia para salir campeones de Europa y eso es algo que el poder adquisitivo no necesariamente puede comprar.

Además, uno ve el fútbol francés y, fuera de chiste, el colombiano es a veces más competitivo. Con el Metz, Troyes, Angers, Estrasburgo, Dijon, y otro combo largo, como extras con parlamento. La desigualdad que planta el PSG es increíble, casi indignante y es apenas equiparada por el Mónaco, que terminó siendo un proyecto deportivo más serio de engordar jugadores casi desconocidos y venderlos asquerosamente caros. En 2014 el modesto Montpellier se quedó con la Liga 1, dato no menor, pero fue casi un milagro, de esos que poco se ven en el fútbol del primer mundo.

En los últimos 15 años, más o menos, ha sido común encontrarnos con la figura del equipo «nuevo rico». Engordados con plata de gas ruso o de petróleo árabe, Chelsea, Manchester City y otros con menor suceso han comprobado lo difícil que es llegar y sostenerse en el mainstream futbolero a pesar de las montañas de dinero sobre las cuales han resurgido. Menos suerte o constancia han tenido el Anzhi o el Zenit, en Rusia, o el Málaga en España, que terminaron siendo como un juguete para sus dueños, quienes poco tiempo después terminaron desechándolos con sus proyectos a medio andar. El PSG, inyectado de petrodólares desde 2012, presenta un proyecto, no sé si serio, pero al menos duradero, pero que requiere más cabeza y menos morbidez económica resultadista.

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Entre los fichajes de Neymar, Mbappé, Dani Alves (y el español Yuri), el equipo acaba de gastar 418 millones de euros: muchísimo más que el producto interno bruto de un país pequeño. Y así no es. Cuidado piensan en cultivar sus divisiones inferiores; todos los equipos grandes las tienen. Cuidado piensan en un proyecto de verdad a largo plazo. Cuidado estos nuevos ricos del fútbol piensan en dejar de poner por encima su propio ego.

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Mientras le revisaba las tildes a este artículo, Unai Emery, técnico del PSG, un tipo decente y que ha demostrado que sabe de fútbol, juntó a Neymar y a Cavani antes de jugar contra el Bayern por la Champions. Con la condescendencia que obliga tratar un problema más grande que él, el entrenador español aseguró que llegó a un acuerdo con ambos de rotarse los penales en los juegos venideros.

El origen de esta novelita, antes de que Al-Khelaifi mandara a sus emisarios a conciliar, comenzó hace apenas unos días, cuando a Cavani y Neymar se les vio agarrándose de las mechas por no ponerse de acuerdo sobre quién iba a patear un penal en un partido contra el Olympique de Lyon. Esta semana, con plastilina, Emery tuvo que explicarle a los directivos que esta Torre de Babel a escala debe ser manejada diferente para evitar la ruina y de ninguna debía girar alrededor de Neymar. Eso sí, más allá de que el PSG se reconstruya y lo gane todo y cree un nuevo orden en el fútbol mundial, lo cual haría de esta columna un hazmerreír, una cosa es cierta: nadie, absolutamente nadie, vale 222 millones de euros. Los que vivimos de pasar cuentas de cobro lo sabemos.

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