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Por una paz duradera, dejemos de jugar amigo secreto

Deberíamos cerrarles las puertas con doble tranca a manifestaciones tan violentas como el Amigo Secreto.

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Deberíamos cerrarles las puertas con doble tranca a manifestaciones tan violentas como el Amigo Secreto: una costumbre más colombiana que recortar las servilletas, meter talegos dentro de otros talegos, o señalar con la jeta para dar una indicación. Cada septiembre, esta siniestra ridiculez llega a nuestras vidas, nos arrastra las patas y algunas veces nos resulta imposible escapar de ella, especialmente si hace parte de rituales empresariales.

Por Álvaro Castellanos // @alvaro_caste

Desde hace tiempo, la publicidad se encargó de hacernos creer que el motor del mundo es el amor, pero, ojo, que eso es pura carreta. El verdadero sentimiento que rige nuestras vidas es el miedo, incluso por encima del sexo. El miedo nos hace madrugar a diario, apeñuscarnos en buses repletos de otra gente llena de miedo, aferrarnos a trabajos que despreciamos y casarnos con cualquiera para no envejecer solos. Y mientras los gobiernos y la religión se aprovechan del miedo para controlarnos, las marcas hacen lo mismo con el amor para quedarse con la plata que no tenemos, mientras se agarran de cualquier pretexto pegado con babas con tal de metérnoslo por los ojos.

Chocolates, flores, peluches, cruceros, comedias románticas y cuanta porquería más, son las trampas publicitarias más populares del amor y tanto usted, como yo, aceptémoslo, caemos permanentemente en ellas. Hagan cuentas de lo lucrativo que es el amor que hasta tiene temporadas escrituradas en el calendario. En Estados Unidos, lo sabemos, está San Valentín, y en el caso de Colombia, Amor y Amistad: una época muy oscura, cuya principal característica es esa cochinada, por lo general corporativa, llamada "Amigo Secreto".

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En pleno tiempo de paz, deberíamos cerrarles las puertas con doble tranca a manifestaciones tan violentas como el Amigo Secreto: una costumbre más colombiana que recortar las servilletas, meter talegos dentro de otros talegos, o señalar con la jeta para dar una indicación. Cada septiembre, esta siniestra ridiculez llega a nuestras vidas, nos arrastra las patas y algunas veces nos resulta imposible escapar de ella, especialmente si hace parte de rituales empresariales.

Tan repugnante es el Amigo Secreto que uno, en medio de la desesperación, termina envidiando a los freelance, quienes podrán no tener cómo llevar comida a un plato, pero al menos no están con una división de recursos humanos encima obligándolos a participar. Porque esa es otra. El Amigo Secreto no es opcional; es una obligación disfrazada de friendly reminder. Y ahí, sin poder evitarlo, termina uno: dándole medias de raquetas cruzadas a Gutiérrez, el de facturación, o un bono para comprar ropa a la señora elegante de mercadeo, quien no va a ocultar que el regalo le pareció un asco.

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Amistad por encargo. Eso es el Amigo Secreto. Un esfuerzo oficinista por promover unidad entre personas que se no conocen, pero que tampoco se quieren conocer. El Amigo Secreto es una de las mentiras más grandes de nuestro tiempo, aún por encima de la Guerra de Irak y de Snapchat. Si fuera por coherencia, por verosimilitud, más sentido tendría hacer una dinámica que se llame "Enemigo Público", en la que uno pueda putear delante de todos a Arciniegas, el de bodega, por tumbarse los esferos, o a Pipe, el practicante de redes sociales, que siempre monopoliza el televisor cuando juega el Real Madrid.

Como si fuera poco tanto horror, las dinámicas de Amigo Secreto incluyen un proceso incluso más despreciable que la entrega misma del regalo. Esto es, "la endulzada". ¡Hágame el hijueputa favor! Ahí es cuando uno tiene que andar pendiente de que su Amigo Secreto abandone el cubículo para ir a dejarle dulcesitos, caramelitos, gomitas, chocolaticos y alguna notica de mierda con dedicatorias salidas de libros de superación. Muchos, en realidad, quisiéramos endulzar a nuestro Amigo Secreto con un paquete de herpos llenos de gusanos, pero como el miedo es el motor del mundo, si nos ponemos de anarquistas comprometeríamos nuestra permanencia en la nómina de la empresa. Y qué miedo eso.

Sin embargo, con la reciente destitución del Procurador y la posibilidad de terminar la guerra con las FARC, en Colombia los vientos de cambio están soplando más duro que nunca. Será difícil acabar con el narcotráfico o con los jugos de mandarina de diez mil pesos, pero, de todos modos, hoy más que nunca vale la pena creer en que es posible construir un futuro sin guerra y, porque no, sin Amigo Secreto.

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