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Runners, ¿a qué le huyen? Reflexiones y quejidos desde mi primera 10k

Supérate a ti mismo. Y corre. Y supérate a ti mismo. Y no pares de correr. Runners, ¿a qué le huyen?

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Foto: Gettyimages

De un momento a otro las maratones 5k, 7k, 10k, 21k o lo-que-sea-k han reventado en nuestro país con asistencias masivas en las ciudades. Correr y trotar en la calle, o conocido por su nombre más pomposo, el running, se ha convertido en el deporte de moda. Pero más que una actividad física, correr se ha vuelto una religión, una forma de elevar el espíritu y conseguir consuelo en esta cruel vida moderna.

Por Fabián Páez López //@Davidchaka

Mientras yo organizo en mi cabeza un compendio de quejas para soportar correr los 10 kilómetros que me esperan en la maratón a la que me inscribí para hacer este artículo, hay gente que debe estar recitando mantras o jugando a hacer metáforas para engañar la mente. Porque cuando se trata de running todo es susceptible de volverse símil o metáfora: la carrera es un “logro”, una “meta más”; el entrenamiento es el “camino” a la disciplina; un esfuerzo antes de cruzar la meta es como el “trabajo” duro. Esos “logros” se traducen en otras metáforas como la casa nueva, la empresa propia o el viaje soñado; por fin a Disney, a conocer al Pato Donald, así Donald (el presidente, no el pato) ya no nos quiera en su tierra. 

Un día atrás había jugado fútbol y mis músculos quedaron tiesos. Así que mientras me preparo y estiro para no encalambrarme, juego a imaginar por qué carajos las personas que venían a correr se suben a un pequeño podio dispuesto por la organización para tomarse fotos. Todos, desde luego, posan en el lugar más alto del pedestal, como si fueran a llegar de primeros. Pero todavía viene lo más duro, correr. 

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Le doy play a la lista de reproducción de una hora que había organizado la noche anterior, inicio el cronometro de mi celular y arranco mi carrera después de seis minutos intentando zafarme del tumulto de gente que hay en la línea de partida. La ruta inicia en el parque Simón Bolívar y consiste en dar un par de recovecos alrededor de él por entre los barrios, hasta volver a la pista adoquinada en el interior del parque. No es un recorrido para conocer la ciudad ni para apreciar el paisaje: es una ruta para correr en manada.

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No ha terminado el primer kilómetro y ya hay gente caminando, respirando con dificultad. ¿Se sentirán culpables? En un evento en el que participan unas cinco mil personas en una vía megatransitada, las opciones de competir son realmente mínimas. Desde la antigüedad, los “atletes” (por el vocablo griego) se definían como una “persona que compite en una prueba determinada por un premio” en una actividad –el atletismo– considerada como el arte de superar el rendimiento de los adversarios en velocidad o en resistencia. Pero al running urbano le queda poco o nada de eso. Primera paradoja. En el running, a diferencia del atletismo, nadie dice tener pretensiones de pasar al otro. La competencia es con uno mismo. Siendo así, quienes van caminando en los primeros metros y están a punto de tirar la toalla, ¿perdieron contra ellos mismos?

Por suerte las únicas metas que me había propuesto eran no morir de un paro cardiaco y escribir este artículo. Me la puse fácil para no pasar por la vergüenza de perder conmigo mismo. Pero sigue habiendo un tumulto de gente corriendo muy despacio, incluso para mí, que estaba debutando en el running.

Esta calle es solo una de tantas en las que se provocan verdaderos trancones humanos. No se sabe cuántos runners hay en Colombia, pero en países con más bagaje en el asunto como Estados Unidos el número ronda los 17 millones. Según una encuesta de la empresa Tendencias Digitales realizada a 1.200 corredores, en América Latina los colombianos son los que más corren. El promedio es de 44 kilómetros semanales y en el resto de la región latinoamericana es de 34. Un corredor puede participar, en promedio, en diez carreras al año. Competiciones que crecen tanto como sus concursantes. A lo largo y ancho del territorio colombiano puede haber, al año, más de 100 carreras. Hay carrera de Avianca, Ergofitness, Cartoon Network, Bodytech, Nike, New Balance, Color Run, Media Maratón de Bogotá, Carrera de la Mujer, Carrera por la Policía y hasta una carrera con mascota, ¿qué sigue? ¿Un partido político? ¿Una nueva religión?

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A decir verdad, el running es una tendencia que no podía haber pegado tanto en otra época. Justo cuando más nos bombardean mensajes de emprendimiento, de crear empresas propia y de esforzarnos y sufrir como Jesús cargando la cruz, se incrementa la cantidad de seguidores de una práctica que comparte muchos valores con la lógica empresarial.

El running, además de ofrecer una buena descarga de serotonina, la hormona de la felicidad, tiene todo para ser utilizado como metáfora del emprendimiento y el trabajo duro oficinista. Es más, seguro muchos habrán tenido que celebrar alguna actividad laboral empantalonetados y corriendo o escalando una montaña. Todo para terminar con una charla sobre alcanzar las metas de la compañía y superarse a sí mismos como empleados. Vivimos en la sociedad del desempeño. Todo está diseñado para que rindamos más. Pero al mercado no le interesa nuestro rendimiento físico, sino la optimización mental. Así lo señala el folósofo Byung Chul Han. 

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Cuando más se reduce nuestra actividad corporal a dar órdenes a un computador, y cuando pasamos más tiempo sentados en un puesto de oficina, más hiperactivamos nuestro cuerpo a través del levantamiento de pesas en el gimnasio, el consumo de fórmulas farmacéuticas o del trote. Segunda paradoja. El runner experimentado que aguanta kilómetros corriendo (y los publica en Facebook) coincide con el lisiado que solo puede moverse a través de procesos computarizados. Es como el nuevo yoga occidentalizado: un ejercicio de ayuda extra que nos permite sobrellevar el ritmo de la vida moderna, que ofrece estímulos a corto plazo y a un precio alcanzable.

También es un negocio propio de la economía de estos tiempos. Un rasgo definitorio del capitalismo “posmoderno” es convertir la propia experiencia en un artículo, en una cosa. Y eso es lo que consumimos ahora, experiencias: simulación del sexo a través de Internet; simulación de una vida premoderna en eventos como el Burning Man; simulación de la naturaleza en forma de turismo ecológico; o, como pasa con el running, simulación de una competencia sin rivales, con un bonus de corrección moral dependiendo de la causa a la que se afilie cada carrera. Porque así no tenga conexión alguna, la gente corre a cambio de participar (o de simular participar) en una causa, como el medio ambiente o la violencia de género.

Un negocio perfecto para la generación perfecta. El escritor inglés Simon Sinek acierta al analizar la generación millenial cuando habla de cómo muchos crecimos con “estrategias fallidas de crianza” en donde, por ejemplo, nos dijeron que éramos especiales todo el tiempo; o que tendríamos todo lo que quisiéramos en la vida solo por quererlo. Incluso, recibimos medallas honorificas solo por participar en clase, sin tener la mejor nota, llegando de últimos.

Al respecto, dice, “la ciencia es muy clara: eso devalúa el valor de la medalla y el valor de aquellos que trabajaron duro para conseguirla y hace que la persona que llegue al último se avergüence porque no la merecía, y eso la hace sentir peor.” En el running, al final de cada carrera, todo el que llegue a la meta, por supuesto, recibe una medalla.

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Voy a mitad de camino y empiezan a amenazarme los calambres. El sol radiactivo de Bogotá está en su punto más alto. A lo largo de la calle hay jóvenes voluntarios que reparten bolsas y botellas de agua que trato de dosificar y que, cuando termino, no soy capaz de tirar al piso. Todo el recorrido está cargado de marcas. Es un bombardeo que empieza desde el primer momento.

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Me había inscrito unas semanas atrás y además del número que me identificaría me regalaron una camiseta y una bolsa con productos patrocinados por unas diez compañías. La causa de este evento era el medio ambiente. Su principal patrocinador es una empresa cementera cuyas filiales se han visto envueltas en varios líos ambientales en los territorios en los que operan, pero que invierte buenas cantidades de dinero en la causa ecológica. Además, aunque probablemente nunca nadie los vea, con el precio de la inscripción alguien sembrará tres árboles a nombre de cada participante. La naturaleza, para nosotros, es una cosa lejana a la que contribuimos corriendo o posteando videos en Facebook. El artículo más importante en la bolsa de cada uno de nosotros no fue ningún artículo, sino la satisfacción de participar de una causa y la compra de la (palabra trastabillada esa) “experiencia”.

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Pasados los seis kilómetros empiezan las cavilaciones. Y la deshidratación. Me preocupan la salud de mis viejos tenis, que parece están a punto de hablar, y mis rodillas, que sienten el peso de cada zancada. Para ser el ejercicio más popular de la tierra (después de caminar), correr es la peor y más peligrosa forma de ponerse en forma y de bajar peso. Así que quienes salen a la calle con la esperanza de perder esa barriga que parece derretirse con los días, puede que pierdan su tiempo y, de paso, terminen arruinando la salud de sus tobillos y rodillas, pues con cada paso se descarga una gran cantidad de presión sobre las articulaciones. Sobre todo, cuando se hace sobre superficies duras. Los estudios son certeros al respecto. Según uno de ellos, publicado en 2008 por Medicine&Science in Sports&Exercise, incluso con dos sesiones menos a la semana, los esprintadores (atletas de carreras cortas de velocidad) pierden más grasa en muslos y abdomen que los fondistas o los runners.

Para reducir los efectos de correr hay que estar bien equipado. El calzado, por ejemplo, se debe comprar teniendo en cuenta el tipo de pisada de cada uno. Existen tres: Pronadora (cuando pisamos con la parte interior), Neutra (cuando pisamos con la parte central) y Supinadora (cuando pisamos con la parte externa del pie).

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Comprar un buen par de tenis puede costar entre 150 y 300 mil pesos. A eso hay que sumarle el costo de la inscripción que, según la organización, en Bogotá, puede estar entre $40.000 y $150.000. En todo caso, por bajito, puede salir por un poco menos de la tercera parte de un salario mínimo. Pero en una competencia internacional se pueden llegar a pagar hasta unos 390 euros por asegurarnos una dorsal en una maratón. A diferencia del atletismo competitivo, en el que los participantes africanos nos recuerdan que todos pueden correr, el running no es para todos.

Las marcas de élite también tienen sus propias competencias, en las que involucran ciencia, tecnología, atletas superdotados y diseño para vender más que sus rivales. Hace poco Nike, por ejemplo, publicó las primeras pruebas de las nuevas Zoom Vaporfly Elite, zapatillas con las que planean superar la actual marca maratón (dos horas, dos minutos y 57 segundos) y de paso competir con los zapatos para running de su principal competidor, los Adizero Sub2, que también se propuso la misma meta. De lograrlo cualquiera de los dos, se asegurarán una buena cantidad de compradores en carreras urbanas.

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No sé si los últimos dos kilómetros de la competencia son más lamentables o reconfortantes. De hecho, a duras penas puedo pensar. Ya no presto atención a la música. Me falta el oxígeno pero me consuela dar por terminado un recorrido tortuoso. Recuerdo las técnicas del guía espiritual de los runners, Haruki Murakami, el escritor obligado en la biblioteca de cualquier entusiasta de la disciplina.

Decía Murakami, que algo que lo sorprendía de una maratón era que quienes corrían tenían que recitarse mantras a sí mismos para soportar el suplicio de mantener el cuerpo en movimiento, incluso, cuando el cansancio era inclemente. Sin importar cayo, juanete, pie plano o calambre. En su libro De qué hablo cuando hablo de correr, mencionaba a un sujeto que rumiaba durante la carrera: “el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”. Es algo así como una enseñanza budista, aplicada al deporte y cosificada por el mercado.

¿Aplicarán las palabras de Murakami para otros campos de la vida moderna? Después de pasar cuenta de cobro, esperar por un turno en la EPS y trabajar todo el día por un bajo salario podemos recitar mantras para sí mismos; incluso, cuando las deudas sean inclementes: el dolor es inevitable, ¿pero el sufrimiento es opcional?

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Cuando investigué sobre el asunto en la página web Colombia Corre aparecía en el encabezado una frase motivacional: “Sin importar qué tan rápido o qué tan despacio lo hagas, cuando cruces la línea de meta tu vida cambiará para siempre”. Terminé los 10k en 49 minutos, insolado, con una ampolla, una medalla por ocupar el puesto tresmilquinientos (o algo así), y mi vida no cambió en lo absoluto. El lunes me toca madrugar al trabajo. 

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