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Un hombre de Dios, una sexy orgasmóloga y un psicoanalista hablan sobre sexo

Una columna de ficción con tres especialistas (o no) en sexualidad.

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Fotos: Gettyimages

Hay una certidumbre: la pretendida liberación sexual no ha hecho más que multiplicar revistas y películas pornográficas, y, por ahora, no consta en ninguna parte que a la prostitución le falte clientela. En este sentido, la sexualidad, contrariamente al hambre, continúa perteneciendo al campo de la insatisfacción. Por ello se reunió a un experto en la biblia, una sensual sexorgasmóloga y un psicoanalista para revelar que hay detrás de todo esto.

Por Andrés Felipe Ramírez

Según algunas estimaciones, existen más de 1300 palabras o sintagmas para designar el coito en el mundo: garchar, coger, culear, fornicar, trincar, matraquear, chingar, cachar, hacer bailar la foca, puñalear al oso, hundir el Titanic, echarse un polvo, clavar el hueso, entre otros.  500 más para el pene: ananá, carajo, cipote, falo, instrumento, manubrio, mástil, miembro, miembro viril, minga, pepino, picha, pilila, pinchila, pistola, pito, plátano, polla, rabo, verga, monda; y otras más para el órgano reproductor del sexo femenino: flor, sapito, conchita, chichi, chocho, la ramona, la planta carnívora, etc.

El orgasmo, del griego orgasma, derivado del verbo organ, “hervir de ardor”, es en últimas definido como el grado máximo de excitación sexual. La palabra se aplica tanto al placer de los hombres como al de las mujeres, pero el acceso de estas al orgasmo es percibido como más difícil que el de aquellos. Ello explica, sin duda, que durante el coito el hombre trate de leer en la mirada de su compañera el feliz desenlace de la empresa. Lo que está relacionado en el argot familiar con expresiones como desvanecerse de placer, volver la pupila al ojo, blanquear ojo o morder almohada.

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Esta proliferación léxica, a menudo metafórica, y siempre proscrita de vocabulario decoroso, contrasta con la reserva de los diccionarios más utilizados que prefieren de manera cauta definir la sexualidad como “un conjunto de caracteres especiales internos y externos que presentan los individuos y que están determinados por su sexo”. Un discurso abstracto que apenas incita a los alumnos de primaria a soñar, revelador de la dificultad para llegar a acuerdos en torno a la sexualidad y detonante de sangrientas luchas ideológicas que se gestan en aras de apropiarse del discurso legítimo.

El placer femenino, inútil para la procreación, ignorado o condenado por la iglesia, atrajo la atención de todos y cada uno de los que se atrevieron a hablar de él. Desde el siglo XVIII se dieron descripciones de las mujeres como “naturalmente más lascivas que los hombres” y desde entonces se viene animando a la búsqueda del orgasmo simultáneo. Ayer la mujer que disfrutaba sin amar era considerada ninfómana, mientras que el hombre casado frecuentador de burdeles se le tomaba como normal. Sin embargo, el nuevo discurso femenino habla de su sexualidad y enumera sus quejas. Durante los años cincuenta las preocupaciones giraban en torno a los hombres alrededor de la impotencia, eyaculación precoz etc. A partir de los sesenta aumentan consultas de mujeres porque rara vez alcanzan el orgasmo o simplemente son incapaces de acceder a él. A partir de los setenta aparece una nueva ansiedad que se define como no tener la posibilidad fisiológica de la eficacia a partir de ya no solo no alcanzar el orgasmo sino no alcanzar los suficientes, y la aparición del modelo ideal de la mujer multi-orgásmica.

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Aparece en escena una idea de armonía sexual en donde opera un desplazamiento de valores en provecho del narcisismo individual o conyugal. Y el sistema de medios de comunicación alterna con múltiples instituciones los consejos, escucha la información y predica la búsqueda de la entente sexual, en una especie de liberación sexual discursiva que logra así captar numerosos adeptos y empresas multimillonarias.

Pero el asunto central en todo esto es quizá la aparición de una erótica completamente extraña al sistema cultural judeo-critiano, que contrasta con muchos presupuestos, reencaucha otros y revela en últimas esta lucha histórica. Una emergencia obra de lo obsceno e indecoroso, cuyo símbolo puede ser al autorretrato masturbándose de Egon Shiele, revela la dificultad para el encuentro de discursos.

Por ello, se decidió reunir en una misma mesa a tres abanderados de distintas perspectivas, incluyendo un férreo defensor de la familia y Galat de la biblia, una exquisita mujer de acento erótico-portugués y un desparpajado discípulo freudiano para que dejaran ver sus puntos de vista.

El primero en intervenir fue un Galat de edad media, más bien pálido y de un cuello impecable. Emanaba un olor a limpieza que purificaba a su paso y con maneras suaves y tranquilas hizo su intervención. En primera instancia recordó la primera epístola de corintios San Pablo, que sostiene la tesis de la obligatoriedad del débito conyugal:

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—La mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido: e igualmente, tampoco el marido es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer –Dicho esto, echó un vistazo dulce a las espontáneas tetas de su compañera de debate, y acto seguido señaló su negativa frente a los discursos recalcitrantes de este cuerpo es mío, y de la apropiación del cuerpo como parte de la libertadNadie decide sobre él–, recalcó.

—Si seguimos en la línea de algunas lecturas, –sostuvo el orador–, no podemos dejar de lado que la castidad es preferible al estado conyugal, pero como no todo el mundo es capaz de mantenerse en ese estado, para evitar lo impúdico –sus ojos miraron lejos y tras un suspiro sentenció– es preferible que cada hombre tenga su mujer y la mujer su propio marido. Pero hay que evitar el marido adultero, aquel enamorado de su esposa de manera demasiado ardiente y así garantizar que el hombre domine el arrebato de la voluptuosidad y no se deje llevar con precipitación hacia el apareamiento.

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Recordemos que nada es más infame que amar a una esposa como a una amante”, escribe San Jerónimo. Se aconseja al marido que solo obtenga de la propia esposa un placer contenido, serio y mezclado con alguna severidad, pues nuestras mujeres siempre están demasiado despiertas ante nuestra necesidad, –dicho esto hubo un leve alboroto en su atención y por unos segundos se perdió en los labios chispeantes de la sexorgasmóloga sentada a su derecha.

De pronto, cayó en cuenta de su desmán y retomó la palabra. —Aconsejo al marido, –aquí su voz se hizo insistente–, no dar a la mujer el gusto de los juegos amorosos, pues, por un tizón de fuego que tiene en el cuerpo, engendran cien. Puede ser normal que un hombre tenga amores fuera del matrimonio y que practique en ellos esas enormes figuras de Aretino. Pero recordemos que los teólogos nunca evocan el placer de la mujer, pues lo creen inútil en la emisión de una semilla femenina cuya mezcla con la masculina conlleva la procreación, Así, todos los medios anticonceptivos están prohibidos y son innecesarios.

—Sin embargo, contrario a lo que dicen algunos, nosotros somos personas de avanzada y nos hemos movido por los avatares de este mundo lujurioso con propuestas revolucionarias. No vayan a creer que estamos anquilosados en la Edad Media. En esta línea se ha aceptado que no se cae en pecado al unirse entre esposos sin intención de procrear, pero ojo, y esto es muy importante, sin hacer nada para impedirlo. Además, hay una fuerte preocupación por las dificultades de parejas cargadas de niños, por ello hemos propuesto como medida de avanzada el “abrazo reservado”, penetración sin eyaculación. Pero, por favor, no se dejen confundir con esos discursos lascivos que aparecen en las revistas que promueven de manera impúdica el ideal del buen amante complementario perfecto de la mujer multiorgásmica.

Tras el fin de su intervención, hubo un silencio incómodo con algunos sollozos de burla e indignación o de férrea aprobación. Hasta que una voz femenina rompió la incomodidad con algo de coquetería y sostuvo: “vaya, abrazo reservado, eso suena delicioso”, y sonrió con picardía. En el lugar toda la atención se centró en el interminable escote y los sinuosos caminos hacia infinito que eran las piernas descubiertas y juguetonas de la segunda ponente. Una mujer con un rojo insistente en sus maneras, olor a perfumería parisina y excesiva espontaneidad. En  un esfuerzo exagerado de elocuencia y lenguaje desparpajado, miró a su compañero, quien con biblia en mano trataba de combatir sus pasiones y con un guiño provocador le dijo: “su abrazo reservado me suena a un orgasmo”. Se regó en poesía con una voz que se fue haciendo cada vez más ronca con el paso de los versos.

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Un abrazo reservado, doctor, o un abrazo sin reservas me lleva a un orgasmo; a una circulación acelerada, presente en unos ojos violentamente inyectados y de manera disruptiva extraviados. En medio de una respiración jadeante y entrecortada o a veces suspendida por unos centros nerviosos, congestionados en un ir y venir de comunicaciones sensoriales y voliciones confusas. Hombre y mujer con miembros sacudidos por convulsiones y rara vez por calambres, agitados en todos los sentidos, se estira, se endurecen como barras de hierro. Mandíbulas apretadas en un sinfónico rechinar de dientes hasta caer en un delirio erótico tan profundo, que, olvidando su compañero de voluptuosidad, son capaces de morder su hombro hasta hacerlo sangrar. Un estado frenético y de delirio que dura poco pero suficiente para agotar las fuerzas del organismo.

Tomó un aire frente a un público expectante, mordió su labio inferior y continuó.

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—Estamos presenciando, queridos espectadores, la aparición disruptiva. Hoy en día somos participes de una extraordinaria audacia de laboratorio en donde se pueden observar los aparatos masculinos y femenino durante el acto sexual. Años de observación metódica nos han dejado describir la experiencia orgásmica del hombre y de la mujer, destruyendo el mito del clítoris como órgano homólogo del pene masculino, y de la cualidad del placer sexual de la mujer determinada por el tamaño del pene.

—Me incita a la masturbación que, en este campo revulsivo y revolucionario, como usted lo llama señor anti-impúdico, desempeña un importante papel en la cura de la neurosis y se asienta en una despatologización del onanismo, una verdadera ruptura en el sistema cultural. Somos dueños del placer solitario. A lo que algunos llaman un onanismo derivado de Onán, quien vertió su simiente en la tierra por no dar descendencia a su hermano, ante el desagrado a los ojos de Jehová, quien le quitó la vida. Condenado a muerte por masturbación. ¡Vaya! –y sonrió con cinismo.

­—Así pues, tras milenios de condena la masturbación ha salido por fin del secreto para convertirse en la mejor preparación para el encuentro satisfactorio con el otro. Solo podremos amar a otro a condición de amarnos totalmente a nosotros mismos hasta el punto de masturbarnos verdaderamente: es decir, hasta el orgasmo. Solo iremos hacia los demás cuando estemos preparados para ello. Experimentamos así una marcada ansiedad por descubrir las leyes del placer sexual y comprobar que el placer no es un pecado de civilización, sino una realidad biológica inscrita en el cuerpo.

—En ese juego, estamos nosotros los expertos, como ayer el confesor de pecados, y definimos una norma simple: el imperativo orgásmico; es decir, un contrato sexual que recae sobre el placer e inaugura una democracia sexual. Enseñamos la auto-disciplina orgásmica. Se trata de una relación que implica un reencuentro con los secretos y si le apetece puede recibir algunos consejos sobre caricias buco-vaginales o estímulos eróticos, –miró a su compañero y se mojó los labios. —Experimentamos un forcing de la transparencia a ultranza, rememorando de manera “cool” los mecanismos de la confesión pública, de la declaración del pecado para ser perdonados.

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El conversatorio se puso caliente, todo parecía rojo y las imágenes variaban entre un fino burdel y un antiguo teatro de cine pussycat. Los asistentes experimentaron un deseo incontenido de hacer el amor. Se miraban entre sí como tratando de encontrar una complicidad, esperando quién daba el primer paso para una gran orgía en la que, por supuesto, la guapa mujer fungiera como directora de orquesta.

Todo quedó quieto en medio de la inquietud interna de todos, hasta que una voz ronca rompió un largo silencio y preguntó. “¿Pero qué hay en ese caminar por el que nos excitamos sexualmente?”. La voz ronca pertenecía al otro asistente del encuentro, un sujeto obnubilado por el escote de la sexorgasmóloga, pero, sobre todo, por el lunar que centelleaba entre sus tetas. No hacía el más mínimo esfuerzo por desconocer su deseo hacia la mujer roja, a diferencia del hombre de dios, quien hacia un esfuerzo extremo por controlar sus ojos inquietos. De barba desordenada, el doctor Stoller reía de vez en cuando con control ante los planteamientos de sus otros compañeros y dejaba entrever cierto cinismo con sus labios.

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Con su perseverante olor a libro nuevo, Stoller volteó su mirada y de nuevo fijó la atención en el lunar centelleante de la doctora Débora por unos segundos. Entonces repitió —¿Qué nos produce excitación sexual más allá de las respuestas cándidas, como la ausencia de relaciones sexuales, contemplación de un ser deseable, estimulo de partes erógenas o aumento de las sustancias andrógenas?.

—El psicoanálisis subvierte y nos enseña que el mecanismo es más complejo. Nos dice que la excitación sexual es esencialmente producida por el deseo de perjudicar al compañero y que alcanza su efervescencia con el secreto. Los fantasmas funcionan mejor cuando se encuentran protegidos por el secreto, el disimulo, la represión, puesto que son más movidos por la culpabilidad, le vergüenza y el odio por una alegre lascivia, por eso el señor Galat disfruta más con la señorita orgasmos que yo.  

—La hostilidad, el misterio, el riesgo, la ilusión, la venganza, las frustraciones, la fetichización, todos son factores vinculados al secreto. En el fantasma se encuentra la venganza en la victoria erótica. Una paciente, para quien desde la infancia el miedo a la humillación manchaba todo lo que hacía, decía que para ella, a lo largo del acto sexual, el mejor momento no era el orgasmo, sino que tenía lugar poco antes, justo antes de que su compañero disfrutase, cuando ella sabía que a él ya no le era posible retenerse. Y entre los fantasmas excitantes, el de la violación ocupa su lugar. En su arrogancia, el discurso masculino que evoca la violación asegura con gusto que las mujeres lo adoran. Es cierto, confirmó Stoller, pero a condición de que no traspase el umbral de los fantasmas.

—La violación imaginada tranquiliza a la mujer sobre la atracción que puede suscitar, le da un sentimiento de superioridad sobre el violador; le permite, con ayuda de la masturbación, alcanzar el orgasmo sin sentir culpabilidad, y no es realmente infiel. Cuénteme un poco de sus fantasías mientras se masturba –dijo el psicoanalista mientras pasaba revista por las interminables piernas de la señorita Débora, quien algo intimidada guardó silencio. Un silencio que se apoderó del lugar, como dándole la oportunidad para que revelara alguno de sus secretos. Pero nada ocurrió, así que Stoller contó las fantasías de una de sus pacientes.

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—“Imagino multitud de cosas mientras me masturbo. A veces me viene la idea de un hombre que se presenta en la puerta para vender cualquier mercancía, y yo le invito a entrar. Durante el tiempo que se mantiene allí y muestra su mercancía, empiezo a acariciarme. Él me observa y se excita. Cada vez le es más difícil proseguir con su verborrea. Entonces levanto mi vestido y empiezo a masturbarme sin dejar de observar todos los esfuerzos que hace para controlarse. Está en todos los estados pero yo también empiezo a sentir excitación. Incapaz de resistirse por mi formidable encanto, el hombre me viola en mitad del cuarto de estar”.

—¿Son estos juegos de lo imaginario excepcionales, o perversos? No -afirma Stoller-, nos revela el secreto de la sociedad. Tenemos en el mundo a todo tipo de seres llenos de odios y de deseos, cada cual tiene su propio mal gusto. Los seres humanos no constituimos una especie excesivamente tierna y esto se manifiesta cuando hacemos el amor. ¿Acaso el levantamiento del secreto, la atenuación del misterio, la desaparición del ritual del desnudamiento erradican el imaginario? Baudrilard así lo piensa y cita esta anécdota: “En el corazón de la orgia, un hombre murmura a la oreja de una mujer: ‘What are you doing after the orgy’ Curiosa inversión de códigos de buena conducta, no cree señorita preguntó Stoller. Hizo un esfuerzo por reconocer el perfume de la hermosa sexorgasmóloga y acto seguido, se apagaron las luces.

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