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Anécdotas de un camino musical compartido con Jacobo Vélez

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Por Cedric David 

Monsieur Jacobo Vélez:

Supe de ti y de tu primer grupo en el 2002 o 2003 por las recomendaciones simultáneas de dos personajes claves: Lucas Silva, por un lado, experto palenquero, con su inimitable estilo africano-parisino-colombiano y por otro lado, Teto Ocampo, fascinante maestro y ser musical, con quien entonces cocinaba una estrategia para ayudar al desarrollo de la música colombiana independiente.

Ver y escuchar a los “Mojarros” fue para mí como recibir un golpe, y seguro que no fui el único que lo sintió. Eso era como una extraña mezcla de funk-folklore-punk-sudor-trance. El mismo golpe que, unos años después, iba a sentir cuando fui a ver tocar a otra agrupación de la que iba a enamorarme también. Estaba apenas conformándose pero se sentía ya súper poderosa: los Chocquibtowns, con el Tostao, a quien de hecho me presentaste un día como guest MC de la Mojarra, y la Goyo, a quien unos meses antes habíamos integrado después de un casting, al combo de los Sidesteppers.

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Pocas semanas después de ver en vivo a la Mojarra Eléctrica por primera vez, apareciste con otro loco inspirado: Pedro Ojeda. Recuerdo bien que te subiste con él a la tarima a tocar en el primer concierto de Sidestepper, justamente, sin avisar a nadie ni haber sido invitados… empujando, literalmente, a Iván Benavides y casi tumbando los famosos AKAI de Richard Blair, ambos directores de semejante proyecto musical, que yo producía por primera vez, y con quienes iba a compartir también una serie de aventuras inolvidables; lo hiciste de manera espontánea, sencillamente porque la tarima era algo que te fascinaba. ¡Qué tal el regaño que te metí!

Me volví tu primer manager. Descubrí la riqueza musical del Pacifico colombiano, y me involucré con la Mojarra desde mi empresa Cecom Música, con la que trabajamos para sacar el primer álbum de lo que sería una trilogía discográfica que marcaría la música colombiana para siempre y le abriría, de paso, el camino a una cantidad de proyectos nuevos y magníficos procedentes de esta región del país.

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Durante unos años, compartimos el crecimiento del grupo y nos dedicamos a darlo a conocer a nivel nacional, respaldados por personalidades ya claves en ese momento como Mariangela Rubbini, Juan Carlos Garay, Luisa Piñeros y “El Profe” Álvaro González, por solo nombrar a algunos de todos los que hicieron parte del proceso. Aprendimos de un sector en el que la movida independiente apenas si existía, y donde ser o tener un manager era casi que mal visto.  Buscábamos maneras de trabajar juntos y de ganar algo de dinero, ni siquiera para enriquecernos, sino para, por lo menos, vivir de nuestra pasión. Un tiempo después, cada uno decidió seguir su propio camino, pero sin perdernos nunca de vista. De vez en cuando nos encontrábamos para trabajar puntualmente en proyectos raros, como por ejemplo esta obra sobre las músicas y danzas de Colombia que presentamos en Colombiatex, o el matrimonio de uno de los hijos Santo Domingo en Cartagena, siempre en compañía de maestros amigos como Hugo Candelario, Urián Sarmiento, Jorge Sepúlveda, Juan Sebastián Monsalve, y del infaltable Teto Ocampo. Cómo olvidar cantidad de encuentros nocturnos que, acompañados por unos buenos tragos, dedicamos a largas charlas apasionadas en nuestro antro preferido: el Quiebracanto del centro de Bogotá.

En una de esas noches, todavía me acuerdo, te piqué al rojo vivo cuando te pregunté si toda tu vida seguirías con el mismo proyecto y, mejor aún, si te le medirías a salir a recorrerte el mundo, esta vez sin tener que asumir todo el peso de un líder-director-productor y que te permitiera alejarte del karma mojarresco que te pesaba tanto.

Te sonó la idea y aceptaste subirte al barco de otro soñador: el Sargento García. Una vez más, coincidimos en la toma de decisiones importantes , ya que por mi lado estaba preparándome para dejar de ser manager y dedicarme a la música en vivo, trayendo artistas de otros horizontes.

Viajaste por el mundo, y liberaste nuevamente tu fuerza creativa. Te recorriste del norte al sur de América, pasando por casi todos los países del continente, pero también de Paris a Tokyo. Y en esos ires y venires, fuiste madurando la que sería tu siguiente obra maestra.

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Cómo olvidarme de esta gira por México, durante la cual me pediste un adelanto de tus honorarios para poder comprarte un teclado, que parecía ser más vital para ti que comer o respirar. Y de allí, ¡las noches que nos hiciste pasar!, ¡todos te odiamos!. Nos vimos obligados a escucharte durante noches enteras pegarle a tus teclas componiendo canciones. Claro, ahora lo entiendo, estabas pariendo los primeros sonidos de La Mambanegra.

Ahora, otra vez nos encontramos en Cali, La Sultana, a donde ambos regresamos: Tú, como hijo de esta tierra; Yo, porque la primera vez que viví aquí, la experiencia quedó incompleta. Ambos arriesgando nuestro estatus ganado en la capital del país, y una estabilidad tan difícil de lograr en el mundo de la música. Pero claro, como imanes, nos volvimos a juntar, ya más viejos y aguerridos. Tú, en tu nueva encarnación, y yo, con el sello LIVE AFROPICKS, pero todavía igual o un poco más locos y esotéricos que siempre, emocionados de ver lo que nos pasará con El Callegueso y su revolución salserapunkerapacificojazzera de La Mambanegra.

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“La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida “ cantaba Rubén Blades. .

Que privilegio haber sido, y seguir siendo, testigo de tu increíble creatividad, de tus dudas, de tus enredos, de tus dibujos y crónicas, de tus conciertos, de tu realismo mágico. Gracias Jacobin, gracias Asere.

Un maestro mío, algún día me dijo: “¿Sabes que es tener suerte, loco? Tener suerte es estar en tu camino y ser consciente de ello”. ¿Será?

¡Que viva la música!

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