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Bono: el gran mercader

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Por Jacobo Celnik

En febrero de 2009, cuando la banda irlandesa U2 lanzaba a nivel mundial el disco No Line in the Horizon, titulé un artículo para la revista Cambio bajo el nombre “¿Grammy o Nobel de paz?”, a propósito de dicho acontecimiento. Más que emocionarme (lo cual no sucedió) con la llegada del álbum, hice una mirada crítica al rumbo que había tomado U2 de la mano de las actividades filantrópicas de Bono, su líder, imagen y figura emblemática. Con la ventaja que No Line… salió primero en el Reino Unido, pude revisar algunas repercusiones en la prensa inglesa y me sorprendió profundamente unas declaraciones que el cantante había dado al periódico The Guardian, donde afirmaba que “si este no era el mejor trabajo de U2, entonces eran una banda insignificante”. Como seguidor de su música, me detuve un instante a digerirlas y de paso a pensar en la carrera de la banda. Su inicio, ecléctico y algo confuso, estuvo muy marcado por bandas y artistas como Television, Sex Pistols, David Bowie, Roxy Music, Brian Eno y Lou Reed. No les tocó fácil, pero la lograron.    

Recordé cómo dieron la batalla en los tempranos años 80, una época en la que el rock estaba muerto a nivel comercial y los sonidos sintetizados a la orden de MTV, mandaban la parada. Y a pesar de las dificultades, U2 era una banda trabajadora, con músicos con mucho talento como The Edge, un guitarrista con visión y riesgo y eso les hizo posible dejar en nuestra memoria grandes trabajos como War de 1983 y The Unforgetable Fire de 1984. Letras poderosas que nos invitaban a reflexionar sobre coyunturas sociales y políticas de la conflictiva Irlanda de aquel entonces.  A partir de 1987 con el álbum The Joshua Tree, U2 entró en las grandes ligas del rock y a hoy son uno de los actos más importantes del mundo, tal vez por encima de los Stones o McCartney en ventas de discos, canciones y entradas para conciertos. Todo este análisis lo hice para entender por qué un tipo como Bono parecía avasallado por su ego al hacer tales declaraciones y que su foco de acción estaba en otro asunto: el dinero por las causas justas, y claro, el Nobel de Paz.

El tiempo pasa como un río

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Han pasado cinco años desde que U2 lanzó su último disco. Mucho tiempo para una banda tan trabajadora. Sin duda, las labores de CEO de Bono al frente de su multinacional de filantropía consumen su tiempo. Desde el disco Zooropa de 1993, el promedio que se toma la banda en presentar un trabajo es de cuatro a cinco años cuando antes se tardaban dos. Los Rolling Stones, a finales de los 80, entraron en esa dinámica de tres y cuatro años por disco o más, con la diferencia que para aquel momento ya tenían  25 años de carrera y 20  trabajos editados, casi uno por año.   

Teniendo claro que lo de Bono es hacer dinero (no importa el medio, es un vendedor y eso no tiene nada de malo), el periodista italiano Harry Browne decidió investigar sus gestiones como activista. El resultado es la publicación del libro En el nombre del poder (Sexto Piso, 2013) y disponible en librerías en Colombia. Browne nos muestra una faceta muy diferente del carismático líder de U2 y lo pone al mismo nivel de gobernantes con dudosa actuación que han sido los grandes promotores del neoliberalismo. Browne no pone en duda algunos de los logros del artista en países de África, pero también señala que ha hecho mucho daño al ser cómplice y aliado de personajes que han dejado mucho que desear con sus políticas y acciones como el caso de George W. Bush, Steve Jobs y Bill Clinton.

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Para Browne el hecho que Bono busque apoyo para sus causas en personajes o entidades que promueven el neoliberalismo, es sinónimo de aceptación y legitimación de dichas políticas, por ende contradictorio si son éstas la principal causa de miseria en el mundo. Browne lo tilda de “filnatrocapitalista” que ha logrado enriquecer a su banda gracias a las labores sociales y movidas poco ortodoxas como reportar pérdidas de dinero durante la gira 360° Tour, una de las más exitosas de la banda, con llenos absolutos en cada una de sus presentaciones. “Bono, no es nada personal, pero me temo que uno de los primeros pasos que debemos dar las personas que buscamos justicia verdadera es dejar de creernos el mensaje que tú vendes”, sentencia Browne en uno de los capítulos del libro.

Me gusta la música de U2 (hasta el álbum Pop de 1997) y no tengo nada en contra de las labores benéficas de artistas del rock, más aún cuando el perfil es bajo y los resultados son palpables. Un ejemplo: Jim Capaldi, difunto baterista de Traffic, banda inglesa que para muchos quizás no diga nada, para mi es una de las más grandes de la historia del rock. Capaldi se mudó a Brasil junto a su esposa en los años 80 y creó una fundación para mejorar la calidad de vida de los habitantes de las favelas de Río. Fundó escuelas, comedores comunitarios y centros culturales que fomentaban la música y las artes. Lo financió, en parte, con la regalía de las ventas de los discos de Traffic, que sin duda son un porcentaje menor frente a lo que vende U2. Sin mucho bombo, tuvo logros que pasaron desapercibidos en los medios hasta el día de su muerte en 2005. Lo llamaban “el hombre sin país” por un famoso tema de su carrera en solitario, “Man With No Country”. Su caso es interesante pues hubo resultados, como diría Bono en el tema “Pride”, en el nombre del amor. Y eso, justamente, es lo que el célebre cantante irlandés ha perdido en la incansable búsqueda de un Nobel de Paz, el amor.  Entretanto me quedo con la imagen del Bono Punk, desaliñado y agreste, cantando a todo pulmón el tema “Gloria”, en la memorable gira de 1984 cuando el dinero no importaba tanto y el arte nos emocionaba.

 

-Leer un capítulo del libro.

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