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Cacerolo: ‘Ahí tienen su hijueputa ciudad pintada’

Cacerolo ha rayado pocas paredes pero sus golpes han sido certeros. Fuimos a su estudio a hablar sobre graffiti y sobre el mercado del arte.

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 “Yo me acuerdo que al final de la película La Estrategia del Caracol llegaba Carlos Vives, que hacía de reportero, y le preguntaba a los inquilinos de la casa: ‘¿Ustedes por qué hicieron eso?’ Ellos le respondieron: ‘Por dignidad, ¿es que usted no conoce esa palabra?’. Ese mural me parece que era la salida más digna de Petro. A él le jodieron tanto la vida que era como el inquilino que la gente de plata quiso sacar, pero él se resistió. Eso tuvo muchas interpretaciones. Y está bien, esa era la idea. Al final, una obra como esas en la calle es como un espejo: usted se para ante el espejo y ve lo que quiere ver, si usted cree que hay odio eso es lo que va a ver. A la larga no importa, lo que importa es que la gente interactúe con eso”. 

Por: Fabián Páez López @Davidchaka // Fotos: Alejandro Gómez 

Cacerolo irrumpió hace poco en la escena del Street Art bogotano. Tiene pocas obras en la calle, pero todas han sido contundentes. Los retratos que hizo de Santos, Uribe y Petro disfrazados del Guasón lo hicieron visible en las avenidas y fueron sus golpes más certeros, pero desde hace rato venía cubriendo lienzos de tinta y vendiendo sus obras. Pasamos por su estudio y nos habló del primer cuadro que vendió, de la maldad en sus piezas y de cómo los muros de las calles empiezan a parecer tan exclusivos e inalcanzables como las galerías. 

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La rosca del Street Art 

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“Hay un problema grave en Colombia y es que si usted no tiene el cartón de artista las galerías no le dan a usted entrada. Yo empecé haciendo lienzo, pero cuando estuve en Nueva York conocí la obra de Ron English y él hacía unas cosas enormes en la calle que se veían una chimba. En Miami estuve viendo las paredes de Winwood y allá los mejores artistas del mundo son los que pintan las paredes. La gente va a ver eso porque es un camino impresionante, es como un show. En cambio, acá es diferente. 

Allá supe que los manes que pintan en la calle son duros. Para el artista es un honor coger una pared. Yo tenía entonces el reto de ir agrandando mis obras y de ir haciendo cosas más grandes. 

"Son como aves de rapiña detrás de los recursos cuando lo que todos sabemos que el grafiti se trata de clandestinidad y de autofinanciación".

En la calle hay que contar vainas, en la calle hay que mover y sacudir. Los duros de las galerías me decían: ‘si usted quiere que lo tomen en serio tiene que hacer algo en la calle. Si usted quiere trascender y que lo vean tiene que mostrar su obra, tiene que mostrar que lo que hace en pequeño lo puede hacer grande, y hacer que su obra interactúe con la gente’. 

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Cuando yo publiqué los grafitis me empezaron a insultar o me empezaron a apoyar. Fue un mensaje incómodo para muchos, pero los tocó y esa era la idea. El primer mural que hice se volvió viral, y eso no se puede lograr sobre lienzo. Usted puede poner lo que quiera en redes sociales, pero la calle son como 10.000 Instagram.

Pintar en la calle es un requisito, y con el arte urbano he conocido mucha gente. Muchos son artistas muy buenos y que admiro mucho porque tienen un discurso convincente. Pero en el mundo del graffiti bogotano hay algunos que no me quieren mucho. Yo creo que es porque sienten que la otra gente que pinta quiere moverlos y no quieren dejarse. Creo que piensan que uno va a quitarles algo, pero a mí no me interesa, yo solo quiero echar mi cuento. 
Cuando ellos se encuentran con alguien que además de rayar en la calle también vende cuadros, sienten que uno les está robando el discurso. Con muchos es un contraste. Parece que están acaparando los muros y se están enriqueciendo con los contratos del distrito, negándole la entrada a otra gente que también es buena. Son como aves de rapiña detrás de los recursos cuando lo que todos sabemos que el grafiti se trata de clandestinidad y de autofinanciación. 

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Los contratos del centro, por ejemplo, se los dieron a cinco personas y yo les decía que no acapararan la calle. A veces montan un discurso pendejo y critican a los demás porque están vendiendo obras. Por pintar un muro grande la alcaldía les da unos 65 millones y he visto que usaron de esos vinilos que con el sol se van a poner todos rosaditos y se va a perder el color.

También se me fueron encima porque hice un grafiti de Petro. A mí me gusta el arte político, pero parece que muchos de ellos están haciendo ahora es pura propaganda. Para pintar en la calle no hay que perder independencia. Para vivir del arte no se puede vivir de los recursos del estado. Si usted hace arte urbano y le paga el estado, se le cambia el discurso. Ya no se le va a ir de frente a algo que le está dando de comer. 

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Yo los admiro porque tienen un discurso, tienen una idea y están haciendo conciencia, pero tampoco tienen que parecer todos a un Banksy criollo".

El Guasón, el sello de la maldad

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"Mi sello siempre ha sido ponerle a los retratos la boca roja como la del Guasón. Me gusta ese personaje porque todos hemos sido malos en algún momento. 

Pero eso no es lo único de raro que le hago a los personajes que pinto. Si los ven bien, la expresión de los ojos de casi todos es de arrepentimiento. Y además, a la mayoría, les pongo una lágrima que baja por su cara. Así como todos son malos todos siempre tienen una cuota de arrepentirse". 

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¿Cómo vivir del arte?

 “Yo no vivía de vender obras. Mi familia tiene una empresa y yo trabajaba con mi papá que es un químico y estudio en la Nacional. Mi mamá también estudió artes allá. Y ni por esas me dejaron estudiar dibujo. Me decían que ‘de qué iba a vivir’, que ‘eso no le ponen cuidado a uno sino cuando es viejo’. Entonces estudié publicidad, pero igual me la pasaba más con los de artes. 

Eso sí, siempre seguí pintando. En la universidad conseguí trabajo siendo dibujante de la agenda cultural y después de vagar un rato siempre me encerraba a pintar. 

Antes hacía cuadros pequeños muy influenciados por lo que hacía Alex Ross, pero un amigo me recomendó que hiciera cosas grandes para llevar a una galería en Nueva York. Entonces empecé a hacer cosas grandes en lienzo: hice un Dalí, un Einstein y un Hitler. Hice a Hitler porque ¿hoy quién pinta a ese man? Nadie. Y porque me gusta el tema político. 

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Un día estaba en una galería ofreciendo mis obras para exhibir, pero me pedían 25 y yo solo tenía tres. Esa vez Marlon Becerra estaba comprando en ese lugar y esperó que yo terminara de hablar con el dueño de la galería. Se me acercó y me preguntó que qué era lo que yo estaba haciendo. Le mostré los tres cuadros que tenía y le gustaron. No sabía cómo, ni a cuánto ofrecerlos pero le vendí el primero mío a 1000 dólares. Después me empezaron a comprar más. También le vendí una Frida Kahlo a Daniel Samper. 

Ahora ya he hecho varias exposiciones. Tengo varias obras puestas en una galería de Miami que se llama Espitia. Queda en la zona de Winwood. Ahora estoy haciendo un Donald Trump que ya tengo vendido en 7 millones. 

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En Colombia hay gente muy dura, pero los manes no valoran el trabajo y todo se vuelve como una moda". 

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