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Campaña radical contra los tráilers

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Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste. En su versión 87, la “Academia de artes y ciencias cinematográficas” entregó el domingo pasado 24 premios a lo mejor del último año en la saturada industria de Hollywood (estos son los ganadores). Desde “mejor película” (Birdman) hasta “mejor maquillaje” (Grand Budapest Hotel), se premiaron casi todos los roles que involucran a una película. Y digo casi todos porque, en un acto de honestidad, la industria debería crear una categoría para premiar algo que detesto, pero que tanto se han esforzado en desarrollar y difundir: los tráilers.
 
Los tráilers, invento viejo que cumplió 100 años en 2014, se han convertido en el cáncer del cine. Están hechos en teoría para convencer a la gente de ver las producciones que promocionan, pero en la práctica terminan cantándole a uno descaradamente todo lo que va a pasar. Tiempo atrás, uno sólo los veía cuando iba a cine, antes de la proyección de las películas. Pero ahora, gracias a Internet y a las redes sociales, están en todas partes. Últimamente, me está dando susto mirar debajo de la cama y encontrarme con un tráiler que me dañe una gran película.
 
Con el maligno encanto de hacer pasar a Wesley Snipes como el nuevo Bela Lugosi, gracias a lo bien hechos que están, los tráilers tienen la capacidad de convertir cualquier porquería en una obra inspiradora e imperdible del séptimo arte. Son como una publicidad de comida rápida. Uno se ilusiona con la foto, pero al ver el producto servido dan ganas de ponerse a llorar y de exigir la devolución de la plata.
 
La obsesión de la industria por los tráilers está dañando la experiencia de ver una película. El tema incluso ha llegado a extremos tan ridículos que ahora existen primeros tráilers, segundos tráilers, tráilers locales, tráilers internacionales e incluso tráilers de otros tráilers. Se conocen como teasers y dejan clara la locura por sobrevender y manosear las producciones a como dé lugar, con tal generar millones para hacer nuevas películas y, claro, crear nuevos tráilers.
 
Anualmente, la industria destina presupuestos millonarios en conformar equipos creadores de tráilers con el fin de generar un certero impacto emocional entre la gente que los vea. En un tráiler nada va al azar. Cada milésima de segundo construye obras publicitarias perfectas para persuadir a la gente a llenar su sala de cine más cercana sin que importe siquiera si la película es buena.
 
En consecuencia, para muchos fanáticos la aparición de un tráiler se ha disfrazado de acontecimiento único e irrepetible. Especialmente si se trata de una película esperada. En ese caso, todo detalle será analizado patológicamente por los fanáticos en busca del más pequeño hallazgo que puedan hacer viral entre sus seguidores de Twitter.
 
De las ocho nominadas a “mejor película” a los Oscar de este año me senté con mirada analítica y mano en la barbilla a mirar los tráilers oficiales de las películas que he visto: Boyhood, Birdman, American Sniper y Grand Budapest Hotel. Y ésta última, por escándalo, tiene el tráiler más espantoso (ver el tráiler). Impecable desde la forma, muy bien narrado y toda la cosa, pero no sólo cuenta toda la película de manera cronológica y desmenuzada, sino que, típico en las comedias, también destaca premeditadamente varias de las escenas que más hacen reír. Me imagino a Wes Anderson disimulando la rabia por este spoiler de 2 minutos y 25 segundos que le empelotó abusivamente su película.
 
No va a pasar, pero los tráilers deberían volver a la época en la que nos contaban algo, no todo. Para la muestra, los ingeniosos theatrical trailers de Alfred Hitchcock (ver) o tráilers tan conceptualmente poderosos de películas como Alien (ver tráiler) o The Shining (ver tráiler) que intrigaban a la gente con la psicología inversa de mostrar muy poco. Hoy en día, pasa todo lo contrario. Les aseguro que si El Imperio Contraataca estuviera por estrenarse, el tráiler vendría con la parte en la que Darth Vader le confiesa a Luke que es su padre.
 
Tengo un conocido, fanático del cine, que se la pasaba compartiéndome tráilers apenas salían. Pero aunque le hice saber que no me gustaba, seguía enviándomelos compulsivamente. Entonces decidí bloquearlo en Twitter, Skype, WhatsApp, Instagram, Tumblr, Pinterest, 4square y ahora estoy pensando en abrir una cuenta en Facebook sólo para bloquearlo también. Posiblemente sea una causa perdida, pero ando en una campaña radical contra los tráilers. Estoy absolutamente harto de que esas pequeñas piezas del mal me sigan arruinando las películas.

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