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Ciclovía en Bogotá: un espacio para el ocio en medio del caos capitalino

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Por Daniel Vivas Barandica - @dani_matamoros

Yo no era mucho de ir a la ciclovía. Me levantaba un domingo, aún ebrio, a las de diez de la mañana y de inmediato me iba para la cocina, me tomaba casi una Coca Cola dos litros de un tirón y luego me hacía un sándwich o una arepa calentada en el microondas con una loncha de jamón y otra de queso. Otras veces salía de discotecas como Piso 30 o Radio Berlín a las nueve de la mañana buscando desesperado –junto a mis amigos– una casa para poder ir a rematar y dejar de sentir el maldito sol. Era duro salir de esos sitios a buscar el carro o un taxi, y llegar a la Carrera Séptima donde cientos de personas corrían, hacían deporte, compartían en familia, paseaban con sus perros, trataban de olvidar que en el mundo matan, roban; que durante la semana tuvieran que rendirle cuentas a sus jefes, a sus profesores, a sus padres, agachar la cabeza, quedarse hasta tarde trabajando, estudiando, simplemente por llegar a conseguir el dinero que los ayuda a cumplir sus sueños…

Desde que llegué a Bogotá me demoré varios años en ir a la ciclovía. Le decía a mis amigos deportistas que eso no era lo mío, que los domingos se habían hecho para pensar en el mañana, el ayer, y desear ser otra persona. Para comer pizza como un demente, “hibernar”, no ver ni un rayo de sol, ser todo un vampiro. Durante tres años me negué a salir a las calles un domingo. Después de varios fines de semana en los que dejé de rumbear los sábados y comencé a levantarme motivado para montar en bici en la calle, respirar un poco de aire puro y apreciar la ciudad desde otra perspectiva, me di cuenta del beneficio tan grande que traía este evento a la capital.

Por un lado le brinda un momento de esparcimiento y ocio a una sociedad cada vez más angustiada y desesperada por la vida caótica y vertiginosa que lleva. Por otro, ofrece un nuevo panorama para que muchas personas – apoyadas por la misma administración local – tengan una nueva vía de empleo (léase: vendedores de fruta, alimentos y repuestos para bicis que se levantan desde temprano a abrir sus puesticos cada domingo e incluso los festivos).

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A largo plazo lo que hace la ciclovía en una ciudad como Bogotá es que la convierte en un referente y en un vivo ejemplo de que las actividades urbanas en conjunto se pueden llevar a cabo. “En España no tenemos esto… Uno no puede levantarse, tomar su bicicleta y recorrer la ciudad de cabo a rabo”. Fueros las palabras de uno de mis amigos españoles que me motivó a hacerle el quite a la pereza y salir de una vez por todas de mi “cueva” en Chapinero Alto.

Ahora lo que hago es que me preparo mentalmente. Si la rumba el sábado está muy buena, pues decido no entrarme tan tarde o tomar un poco, armar parche desde antes, salir con varios amigos y meter a todos en la dinámica del bienestar. Seguir con la cinta de la inclusión urbana.

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Hace poco les conté a mis papás que estaba yendo a montar bici o caminar por las calles de Bogotá todos los domingos. Tan solo se rieron y me dijeron que ya me estoy poniendo viejo y que por fin estoy madurando. Me dio también un poco de risa. Me faltan dos años para los 30. La ciclovía en cambio acaba de cumplir 40 y según parece, gracias al apoyo de un buen número de ciudadanos, le esperan muchos más.

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