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¿Cómo así que un músico como Bob Dylan ahora gana el Nobel de Literatura?

El año pasado lo ganó una periodista. Este año un músico. ¿Qué sigue? ¿Un tuitero?

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Este año no será necesario leer para acercarse a la obra del Premio Nobel de Literatura. Bastará con dar play y escuchar. Los ortodoxos se retuercen de envidia mientras sus fans gritan “queremos rock”. La Academia Sueca reconoció su obra y se abre un nuevo debate.

Por: Héctor Cañón Hurtado // @CanonHurtado

Aunque el mismo Bob Dylan dijo que prefería llamarse “artista del trapecio”, él es un poeta en el sentido más preciso de la palabra. “Si Elvis hace mover el cuerpo, él hace mover la mente”, dijo Bruce Springsteen, uno de los cientos de rockeros que han bebido de la fuente interminable de música y poesía creada por el más reciente Premio Nobel de Literatura.

Sí, así como lo oyen. En este momento, miles de apasionados de la literatura de todo el planeta deben estar buscando las trescientas y pico de canciones del ganador en YouTube, Deezer, Spotify y las heroicas tiendas de discos que sobreviven al monopolio musical de Internet. Sin duda, la vida artística y la obra literaria de Dylan son un reino donde han sucedido todo tipo de paradojas. La última es que en esta ocasión no será necesario leer para acercarse a la obra del último ganador del Nobel de Literatura: bastará con dar play, escuchar y rockear.

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“Hay que ser honesto para vivir fuera de la ley” o “estoy enamorado de una mujer que ni siquiera me atrae”, son algunos de los primeros versos en los que empezó a mostrar que su camino estaría lleno de aparentes contradicciones y que se alimentaría de la paradoja como lo ha hecho la poesía mística de todos los tiempos y lugares.

Y es que Dylan, nacido en 1941 como Robert Allen Zimmerman en el seno de una familia judía norteamericana de Minnesota, ha sabido cambiar de traje a lo largo de medio siglo de correrías, poesía y rocanrol. Por eso tiene seguidores de todos los pelambres y en todos los recovecos de este planeta, como lo comprueba una crónica del poeta puertorriqueño Frank Báez, quien asistió a uno de sus apoteósicos conciertos en el Auditorium Theather de Chicago hace diez años: “Los fans de Bob Dylan van desde motoristas llenos de tatuajes a lolitas de high school y de doctores honoris causa a chicanos con anillos de calaveras en los dedos. Los fans de Bob Dylan se toman todo en serio y si hablas alto durante el concierto son capaces de estrangularte o arrojarte desde los palcos a la platea”. 

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La polémica decisión de la Academia Sueca puede interpretarse como un guiño a la contracultura si tenemos en cuenta que Bob Dylan ha sido, entre muchos otros roles pasajeros, voz contestataria en plena guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, rebelde que usó su misterioso y no documentado accidente en moto para retirarse ocho años del circo de la fama, poeta surrealista, cristiano converso, biógrafo confuso de sí mismo, lector voraz de La Biblia, rockero de dos siglos y autor de Tarántula, una novela que fracasó comercialmente y frente a la crítica especializada, esa misma que empieza a retorcerse  con el sorpresivo anuncio de que por primera vez en la historia un músico les arrebata a los escritores su más codiciado reconocimiento.

Desde hace dos décadas, cuando Dylan empezó a sonar como candidato al premio más importante de la literatura, los ortodoxos descartaron que la idea liderada entonces por el escritor beatnik Allen Ginsberg y el profesor universitario Gordon Ball pudiera algún día materializarse. Algunos incluso se mofaron del acento nasal de Dylan como si su poesía hubiese sido salpicada por esa particular característica por la que es reconocido en el mundo del folk y el rock.

Poetas, novelistas y críticos ya empezaron su debate en las redes sociales y el escándalo va a resonar varios días. En una esquina y felices por la buena nueva, están los que reconocen el profundo lirismo en obras como la de Dylan y otros músicos poetas de la talla de Leonard Cohen, Sixto Rodríguez, Chico Buarque, Violeta Parra y Caetano Veloso. En la esquina contraria, y con cara de pocos amigos, están los que recuerdan que Marcel Proust, Franz Kafka, Jorge Luis Borges y otros monstruos de la literatura universal nunca recibieron el galardón y quienes se lamentan de que el checo Milán Kundera, el japonés Haruki Murakami y el británico Salman Rushdie deban seguir en la desesperada lista de espera.

A su lado, están los que se quejan del bajo nivel de calidad de las traducciones disponibles en español cómo si eso fuera responsabilidad de Dylan. Otros, más ácidos y envidiosos, auguran que el reggaetón también ganará el Nobel algún día.

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Dardos venenosos con los que, por fortuna, no todos están de acuerdo. El premio le fue otorgado, según palabras de Sara Daniues, secretaria permanente de la Academia Sueca, “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”. Además, Danieus no se sonrojó al comparar la obra de Dylan con la de Homero y Safo, genios del clasicismo griego, recordándole a los ortodoxos que su poesía también fue hecha para ser cantada e interpretada con instrumentos y, de paso, invitándolos a aventurarse en su obra empezando por Blonde on blonde, álbum de 1966.

Por lo pronto, a Bob, quien adoptó su seudónimo en un abierto homenaje al poeta Dylan Thomas, avivando la tradición de cambiarse de nombre como lo hicieron Fernando Pessoa, Porfirio Barba Jacob y Pablo Neruda, entre otros poetas, parece no importarle tanto el premio como a sus fans incondicionales y a sus críticos acérrimos. Doce horas después del anuncio, aun más sorprendente y polémico que el del Nobel de Paz para el presidente Juan Manuel Santos, su portal web no dice nada del reconocimiento y sigue anunciando para el próximo mes el lanzamiento de un monumental set de 36 discos compactos con todas las grabaciones hechas por el músico en sus giras de 1966.

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Por esos días, justamente, empezó a forjar la obra que lo ha llevado a recibir, además del Premio Nobel de Literatura, otros galardones como el de Caballero de las Artes y las Letras en Francia (1990), el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2007) y el Premio Pulitzer (2008). Sin embargo, es probable que para el propio Dylan sean más valiosos los reconocimientos de las revistas Billboard y Rolling Stones, que lo han puesto en el podio de todos los tiempos en categorías como mejor canción o mejor músico de protesta. Al fin y al cabo, a él no le gusta llamarse “poeta”, sino “artista del trapecio” y para eso cuenta, además de sus miles de versos inmortales, con la guitarra, la armónica, el teclado y su voz inconfundible.

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