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Crímenes virtuales, muertos reales. Las masacres a través de live-streaming

Internet es un terreno de batalla donde tenemos todas las de perder.

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En 2008 estrenaron la poco agraciada película Untraceable (Sin Rastros, en su versión en español). Era floja, sí, pero tenía una trama poderosa para hablar de la forma en que consumimos los crímenes que se virilizan hoy, en vivo, por livestreaming.

Por: Fabián Páez López @Davidchaka

En el filme, Jennifer Marsh es una detective que tiene que resolver un caso con torturas, crímenes y clics. Su misión es ubicar a un asesino que comete una serie de homicidios trasmitiéndolos por streaming. La cosa se complica cuando se involucran a otros culpables: los espectadores, pues la intensidad de la tortura previa, que le propina el verdugo a sus víctimas, depende de la cantidad de visitantes que se conectan para presenciar el acto. Al llegar a un tope de visitas, la victima muere. ¿Qué tanto alimentamos la violencia real de hoy con el morbo virtual? ¿Qué tanto cambian los views a las nuevas olas de violencia?

Los casos recientes de muertes trasmitidas por Internet han sido muchos y tienen que ver con la creciente ola de terror global, que coloniza cada vez más las redes sociales. Como en Untraceable, pero por Facebook. Hace un par de meses, un joven francés a quien se vinculó con el Estado Islámico ingresó a una casa y mató a cuchillazos a una pareja de policías en el norte de la ciudad de París. Justo antes, lo había anunciado en su página de Facebook. Un mes después, en Chicago, Estados Unidos, murió Antonio Perkins; mientras se filmaba así mismo en Facebook recibió un par de disparos en la cabeza. El video de su muerte lo vieron, en poco tiempo, más de 700.000 personas. Fue el segundo caso transmitido en vivo en ese mismo mes en Estados Unidos. También, tiempo atrás, en Francia, un hombre se suicidó en vivo a través de Periscope. Todo sumó y sumó clics.

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Hay dos placeres obscenos que se satisfacen en el hecho de torturar para transmitir en vivo, y quien los disfruta casi siempre es su ejecutor. El primero placer cumplido es el ver realizado el impulso sádico que hay en torturar al otro, por razones religiosas, políticas, etc. El segundo, pasa al comunicarlo en vivo. Y en los conflictos actuales es una violencia más certera. Incluso cuando el asesino muere, al haber dejado sentenciada la viralidad de su crimen, también experimenta una especie de placer retorcido por haber sembrado el miedo en todos los que lo vieron y que, de alguna forma, pueden llegar a sentir una especie de peligro empático con la víctima.

Está claro que estos hechos son impredecibles y no es una opción intervenir la red. En el mundo de hoy, así seamos consumidores pasivos de masacres detrás de una pantalla, estamos en zona de guerra. Una zona de guerra que, por ejemplo, los radicales islamistas saben muy bien que pueden atacar porque abarcan más público del que le pueden hablar por cualquier otro medio. Internet es un campo de batalla y no hay como responder desde él. No hay indignación, ni Anonymous que valga, el mensaje peleado en la realidad siempre se entrega. El morbo despertado al dar clic a los asesinatos no suma responsabilidades como en Untraceable pero si amplía el campo de acción de los extremista. Ante eso, en el mundo virtual, no hay ni liberalismo de izquierda que se lamente y se cargue con las culpas de occidente por no respetar otras culturas ni mano dura de ultraderecha que reaccione.

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