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El lado oscuro de Amazon

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Hace quince años, comprar por Internet era un asunto que despertaba todo tipo de temores. Las opciones se limitaban a librerías, tiendas de discos y vídeo, cadenas norteamericanas de ropa, cosméticos, agencias de viaje y jugueterías. En aquel entonces y para los que amamos la música y la coleccionamos como un gran tesoro de rarezas, las opciones para conseguir discos imposibles, dependía de lo que templos como La Musiteca, Hi-Fi, Karamba o Rock N´ Roll, ofrecían a sus clientes. 

Por: Jacobo Celnik

A mediados de 2001, alguien me sugirió navegar el portal de Cdnow.com, ya que tal vez allí podría encontrar una que otra curiosidad. Recuerdo la primera compra que hice: un álbum japonés de éxitos de Electric Light Orchestra. El disco llegó en menos de quince días, empacado en una caja de cartón, perfectamente protegido. Luego me animé y compré un par de trabajos de Soft Machine, Caravan, Camel y Gong, bandas inglesas de rock experimental, con catálogos difíciles de coleccionar. Fui feliz, sin duda, Cdnow había logrado lo que reconocidos disqueros no lograron en años. 

Cuando la cosa empezaba a gustarme, y poco a poco fui llenando mi discoteca de grandes tesoros, me enteré, a principios de 2002, que Cdnow ya no existía, había sido absorbido por Amazon, portal que en aquel entonces funcionaba como una gran librería virtual. En la medida en que su unidad de negocio se robusteció, la oferta de productos se amplió notablemente, favoreciendo a todo tipo de clientes.

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Hoy hablar de Amazon es sinónimo de grandeza, una de las empresas más sólidas del mundo. Sus ganancias son tan abrumadoras, que necesitaríamos el doble de habitantes de la tierra para contar cada dólar que gana por minuto. Generaciones adultas y jóvenes han navegado su infinito portal y, sin duda, más de una transacción han hecho. Me incluyo en esa lista.  Pero como reza el famoso y reconocido refrán, en el caso de Amazon no todo lo que brilla es oro. 

Desde el año pasado, varios periodistas ingleses y franceses lograron desnudar el lado más oscuro de esta multinacional, además de destapar un secreto a voces: las terribles condiciones laborales para quien decide “vivir” la aventura de ser parte de la familia Amazon. El libro 'En los dominios de Amazon' del periodista francés Jean-Baptiste Malet y editado por la editorial española Trama, (disponible en nuestro país), es uno de los casos de éxito de investigadores que se han infiltrado en lo más profundo de este gigante del comercio en línea.

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Malet fue contratado en una de las bodegas de Amazon en Francia como empleado temporal para el turno de la noche. Debía realizar la labor de picker, es decir, quien recoge la mercancía que millones de franceses y europeos solicitan en línea.  

Dotado de un escáner inteligente que le envía información y ubicación del pedido, Malet en promedio recorría 25 kilómetros cada noche recogiendo productos y movilizándolos en un carro similar al que se usa en los supermercados. En promedio, por ahora, juntaba más de 100 productos para ser entregados en tiempo record a los packers o empacadores, personas que están de píe durante ocho horas, guardando en hermosas cajas nuestros deseos. 

Entre producto y producto que debía recoger, el escáner inteligente de Malet le indicaba cuántos segundos debía tardar en desplazarse de un punto a otro. Si lograba mantener el tiempo ordenado por su “amigo”, estaba exento de que su mánager la llamara la atención, o peor, de ser despedido por no cumplir con el tiempo asignado. Hecho que era imposible salvo que su apellido fuera Bolt, Lewis o Johnson.  

Pero no todo era tan “complicado” para Malet. Tenía derecho a dos descansos de 20 minutos a lo largo de su turno, uno de ellos remunerado por Amazon con refrigerios cargados de azúcar, por aquello de mantenerse despierto. Lo malo de estas pausas activas es que desde el sitio de trabajo hasta el lugar de descanso debía realizar un recorrido de casi ocho minutos, por lo cual su tiempo real de descanso era de doce minutos, ahorro que le significa dinero a la multinacional. “Los internautas que hacen clic en la página web de Amazon para comprar libros, pero también recambios para el carro o ropa interior, deben saber que detrás de las pantallas de sus computadores hay miles de trabajadores sometidos a ritmos de trabajo insostenibles en un ambiente casi carcelario”, comenta Malet en su investigación. 

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No quiero entrar en detalles interesantes que encontrarán en el libro, pero las consecuencias de hacer un trabajo mecánico, bajo estas condiciones, trae problemas severos de salud como dificultad para conciliar el sueño, desórdenes alimenticios, diabetes (por el exceso de azúcar del descanso), cardiopatías y trastornos emocionales que deben ser tratados con medicamentos psiquiátricos. Lo que ha logrado Amazon con este modelo de trabajo es recordarnos cómo se operaba en los años en los que Ford implementó su famoso modelo T, tan estudiado en las escuelas de administración. 

Pero más allá del gran trabajo periodístico, el autor nos pone a pensar en el papel que jugamos nosotros, los que estamos del lado de los computadores o tabletas haciendo las veces de clientes voraces que necesitan saciar un apetito consumista. Las bondades de tener todo lo que deseamos al alcance de un clic no pueden ir en detrimento de la dignidad humana. Y en ese sentido, después de leer este libro, el siguiente paso es hacerle sentir a Amazon que en la medida en que sus condiciones no sean justas en todas sus sedes, no volveremos a dejar nuestro dinero en sus arcas. Un acto simbólico, sí, que seguro no pondrá en riesgo su sostenibilidad, pero que dará las bases necesarias para que suceda muy pronto un cambio radical en sus políticas, cambio que aún no se ha logrado en Francia por el miedo de los empleados de Amazon a denunciar a la compañía. Y eso que estamos hablando de un país con los sindicatos más fuertes del mundo. También será un mensaje contundente para los gobiernos de piernas abiertas que creen que detrás de la sana oferta de generar empleo, solo hay buenas intenciones.  

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Yo ya dejé de hacer clic.  ¿Usted?

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