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Festival de Tambores de Palenque: ¿el mejor del año en Colombia?

No me den festival extranjero, que es caro y no sabe a bueno. ¡Lo de mi tierra primero!

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Palenque

Es difícil encontrar un mejor lugar para festejar el Día de la Raza que el rinconcito de África en Colombia, el primer pueblo libre de América: San Basilio de Palenque.  Este pequeño corregimiento del municipio de Mahates, que fue seleccionado por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en Junio de 2005, se encuentra en los Montes de María a menos de una hora de la Heroica y ostenta uno de los mejores festivales musicales del país.

Por: Raúl Felipe Riveros

Hace más de cuatro siglos la corona española trajo a Cartagena a varios esclavos africanos que se escaparon de sus amos y se ubicaron en lugares recónditos del monte, donde las inclemencias del camino eran su principal escudo contra los colonos que insistían en subyugarlos. Uno de esos terrenos, denominados “palenques”, sobrevivió a las atrocidades del régimen español y continuó su desarrollo hasta el día de hoy, cuando se celebra la trigésimo primera versión de su Festival de Tambores y Expresiones Culturales.

Llegar a este fortín histórico es una aventura y un desafío que comienza desde la llegada. Solamente hay un bus directo desde Cartagena, y las demás rutas dejan a los pasajeros en la carretera. Desde ahí se toma una moto para recorrer los siete kilómetros restantes por una vía que tiene una parte pavimentada y otra que es un completo barrial. El susto por la posible patinada de la moto se opaca por el hermoso paisaje y por la jocosidad del mototaxista, que con su acento característico saluda a cuanta persona pasa y le encuentra gracia a todo.  Este viaje de 15 minutos no se compara con el que tocaba hacer hace algunas décadas, cuando la carretera actual no existía y a lomo de mula tardaba más de una hora.

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La llegada a San Basilio de Palenque siempre es hermosa. Su aislamiento del resto del país le ha permitido conservar su esencia. No hay ninguna calle pavimentada y muy pocas bien definidas, así que se ven pocos autos y mínima contaminación visual y auditiva. Los palenqueros se encuentran en sus casas en eterna obra gris o en las tiendas relajados, mirando curiosamente a los turistas que van llegando y brindándoles un saludo afectuoso y una sonrisa amigable. Mientras tanto, al mototaxista le toca esquivar a los marranos, chivos y vacas que caminan libremente por el pueblo.

 

 

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Todo se encuentra dispuesto para el festival: la tarima lista, las carpas montadas, los vendedores ofreciendo cerveza, los picós prendidos, los hippies –en su mayoría argentinos– haciendo sus malabares y la gente bien contenta y animada.  Este festival en sus inicios a mediados de los años 80 era solamente de tambores y de carácter regional, exclusivamente dedicado a grupos locales y de los municipios cercanos. Con el paso de los años se incluyeron otras expresiones culturales y se le dio un carácter nacional e internacional. Además de las presentaciones musicales hay conversatorios, concurso de peinados típicos, muestra gastronómica, talleres de baile y de tambores y simposios sobre la lengua palenquera. “La propuesta del Festival nace para mantener la conservación cultural palenquera a través de nuestras expresiones propias desde lo cotidiano”, cuenta Fredman Herazo, historiador del pueblo.  

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Este año marcó la quinta vez que vine al festival y cada año me encuentro con otros viajeros que tampoco se lo pierden. En esta ocasión quise identificar cuáles son esos motivos que nos imposibilitan dejar de venir a este humilde pueblo que no ofrece las comodidades logísticas de otros destinos turísticos. Aquí no existen los lujos materiales, pero sí los espirituales.  En San Basilio no hay hoteles, el turista se hospeda en casas de familias de palenqueros que abren las puertas de su hogar y lo adoptan a uno como si fuera otro hijo.  Las incomodidades son mínimas: tener que bañarse a totumazos, tener los zapatos y, a veces, la ropa sucia por el barro y, para los que les moleste, toparse con animales de cría y sentir el olor constante a corral y a campo.

Colombia tiene una influencia africana mucho más grande de lo que algunos creen y de lo que otros están dispuestos a aceptar. En San Basilio se evidencia de muchas maneras. Los palenqueros se ponen trajes vistosos, de colores llamativos, turbantes, batas, túnicas y demás elementos tradicionales de la cultura del continente negro. La lengua palenquera proviene de lenguas bantúes que se han mantenido desde la llegada de los esclavos y ha logrado sobrevivir al paso de los años, y aunque no todos los habitantes la dominan sí hay escritos en casas, avisos y algunos habitantes se comunican en ese lenguaje. La única palabra que logré aprender fue “jarocho”, que significa “feliz”; posiblemente porque es el estado constante en que me encuentro desde que llego hasta que me voy.

El Festival gira en torno a los tambores, pero pasan por la tarima todo tipo de instrumentos y de ritmos.  Desde el viernes en la noche, cuando apenas comienza la fiesta, se escucha mapalé, cumbia, fandango, currulao, hay muestras carnavaleras, bailes de champeta, y hasta rap y vallenato. Los presentadores palenqueros informan sobre su cultura, mientras el público baila y goza al ritmo del ñeque, licor tradicional de la zona, que se prepara destilando caña y amoniaco y lo venden en algunas casas bastante barato. Tiene un sabor parecido a la cachaza brasileña.  Con cada trago que uno se toma siente que se conecta más con los músicos que se están presentando y que disfruta más el baile.  Nadie le niega a uno un trago de esta bebida que tiene una importancia simbólica histórica. Gracias a la caña de azúcar los palenqueros tuvieron su primera incorporación a la economía del país, cuando se estableció el ingenio de Sincerín y de Santa Cruz a comienzos del siglo pasado y tuvieron la oportunidad de laborar ahí.

En San Basilio de Palenque la borrachera no está mal vista, sino que se interpreta como una manifestación de felicidad. Los palenqueros se reúnen con bastante frecuencia a tomar ñeque, conversar, bailar y expresar toda esa alegría de manera rebosante, en público, sin ningún tipo de vergüenza o restricción. En algunas ocasiones, afortunadamente pocas, la abundancia de alcohol y de borrachos genera peleas y problemas, que nunca llegan a opacar el ambiente calmado y festivo del pueblo.

Por las calles caminan tranquilamente los artistas que han viajado y llevado su música al exterior. Personas que en otros países son reconocidas y famosas, como Rafael Cassiani Cassiani, voz líder del Sexteto Tabalá, que mantiene la puerta de su casa abierta y siempre está dispuesto para atender y saludar al que pase. “Hay que gozar la vida, porque es muy bonita pero al fin siempre se acaba", me dice el maestro, citando la letra una de sus canciones y enseñando la actitud que se debe tener. El Sexteto se presenta todas las noches, deleitando al público con sus canciones viejas y las del nuevo disco. El grupo del maestro Cassiani es el que dio surgimiento al son palenquero, ritmo que utiliza todos los instrumentos tradicionales africanos: tambores, bongós, maracas, güiro, clave y marímbula.

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Es inspirador conocer a estas personas tan humildes y amables. Los viajeros compartimos esa misma sensación de tranquilidad y sobretodo de seguridad a pesar de que San Basilio de Palenque no cuenta con puesto de policía. La que se encarga de la vigilancia es la Guardia Cimarrona, compuesta por palenqueros debidamente uniformados con camisas y gorras de estilo africano, armados con un bolillo que rara vez desenfundan, y que salen en las temporadas de festividades. Cuando los habitantes tienen alguna discusión de mayor envergadura buscan a los miembros de mayor edad de la comunidad para resolverla.


El Festival es uno de los momentos del año en que los palenqueros que viven en Cartagena, Barranquilla, Venezuela y demás lugares van a visitar a sus familiares y amistades y a disfrutar su pueblo. En San Basilio no hay posibilidad de estudiar una carrera universitaria, así que los jóvenes deben salir una vez terminan el colegio. La población permanente del corregimiento es de tres mil personas, pero fácilmente se triplica durante este fin de semana. Cuando los primeros palenqueros abandonaron el pueblo, hace más de un siglo, para trabajar en los ingenios de caña de azúcar, sus parientes los lloraban casi como si se tratara de un funeral. En la actualidad no se llega a ese extremo, pero sí es muy evidente la alegría de cada reencuentro.

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La sociedad palenquera está organizada por “kuagros”, que son grupos de personas con un rango de edad similar, que manejan temas de interés de todo el pueblo y también se preocupan por mantener sus valores.  Los kuagros son por toda la vida y posiblemente gracias a ellos los turistas encontramos ese sentido de pertenencia y de comunidad en San Basilio.

Los tambores son un símbolo de libertad y la fiesta como expresión cultural es una manifestación de las negritudes. San Basilio de Palenque es un espacio físicamente ubicado en Colombia, pero que cuenta con toda la mística del continente africano. Jesús Natividad Pérez, quien hasta hace un año fue el presidente de la junta organizadora del Festival, recuerda que Bopol Mansiamina, uno de los artistas del Congo que se presentó este año y que también vino en el 2013 le envió a su esposa una foto tomada en una de las fincas del pueblo. Ella no le creyó que estuviera en Colombia y pensó que la estaba engañando en algún lugar de África.


Viviano Torres, otro de los importantes músicos palenqueros, fue el principal gestor para poder traer a Tilda y Bopol Mansiamina, artistas de talla mundial que sienten Palenque como su casa. “Tilda lloró mucho cuando se fue hace tres años. Decía que el pueblo le recordaba su niñez en África: las calles polvorientas y los niños corriendo libremente. Bopol Mansiamina se sorprendió de ver que hay personas con tantos discos suyos en el pueblo, algunos de los que ni él se acordaba que había lanzado”, recuerda Jesús Natividad Pérez. Al pueblo ha llegado mucha música, conocida acá como champeta o terapia y como soukous en África. Los palenqueros se saben las canciones a pesar que son en otro idioma, e inclusive hay un grupo local, Las Estrellas del Caribe, que las interpreta y parecen las originales.

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Desafortunadamente Las Estrellas del Caribe no se presentaron en la más reciente versión porque no se han puesto de acuerdo con la junta organizadora, pero sus miembros permanecen en el pueblo parrandeando y gozando con propios y extraños. Siempre que voy a Palenque comparto mucho tiempo con ellos. Leonel Torres y Rosalío Salgado están por las calles departiendo, mientras Laureano Tejedor camina de un lado a otro y toca tambor para el deleite del que va pasando. Hacen un montón de amigos nuevos en cada festival, se acuerdan perfectamente de cada uno y sacan tiempo para andar con todos. “Lámpara”, como es conocido Laureano, afirma que a él nadie lo enseñó a tocar. “Mi bisabuelo era uno de los mejores de San Basilio sacándole ritmo a esa piel y yo salí como él. Yo estoy enseñándole al que no sepa para que la cultura no se acabe”.


Las palenqueras son reconocidas en todo el país por sus vestidos alegres y su manera particular de ofrecer los dulces que venden, cargando la ponchera en la cabeza. Desde temprano preparan los dulces, cocinan, andan por las calles tomándose fotos con la gente e inclusive se presentan en tarima. Es el caso de Emelina Reyes Salgado, conocida como La Burgo, voz líder de Las Alegres Ambulancias, quien siempre está rodeada de gente. Su carisma y alegría llama la atención de todo el que pasa. Es feliz recibiendo viajeros en su casa y cantando los versos de La cosita, una de las canciones más populares del grupo.

  
El Festival tiene muchas actividades pero no es necesario asistir a todas ellas para gozárselo al máximo. La plaza del pueblo y las calles cercanas siempre están repletas de gente. Las mujeres desfilan hermosas con sus peinados afro. Dice la leyenda que en los años de la colonia esos peinados se realizaban a manera de mapa para indicar dónde estaba ubicado el palenque y que los españoles no se enteraran. Cada año se premia el mejor pero muchas que no compiten también se hacen arreglos especiales en su pelo.


En la plaza se baila al lado de la estatua de Benkos Biohó, el esclavo africano que le dio la libertad a su gente. Su recuerdo quedó intacto en la letra del himno de Palenque:

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Contra los blancos luchó,

Con todos sus cimarrones,

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Y vencidos los españoles,

La libertad nos brindó.

Es muy emocionante escuchar este himno en vivo a cargo de Son Palenque, el grupo del maestro Justo Valdez, que abrió de esa manera su espectáculo en la noche del sábado.  Valdez es el precursor principal de la champeta y sus canciones se escuchan acá y en el exterior, por lo que resulta increíble saber que hace unos años tenía que mantenerse vendiendo gafas de sol en las playas de Cartagena y que no sabía leer ni escribir.

En el receso entre grupo y grupo uno aprovecha para dar una vuelta, ir a la casa, buscar más ñeque o comer algo.  Sin darse cuenta termina haciendo nuevos amigos y bailando y recochando en otro lado.  La única preocupación de toda la gente es pasarla bien. Cuando cae un aguacero, como sucedió este año, las calles se vuelven un lodazal y no se puede hacer la alborada, que es el recorrido que se hace por todo el pueblo a las 4 de la mañana, despertando a la gente con el retumbar de los tambores.

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El domingo es el día principal del festival y en el que más lleno está el pueblo. En muchas casas hay agasajos, matan marranos para que todos coman, beben cerveza, bailan  y echan chistes. Los palenqueros se visten con sus mejores pintas africanas y se ponen el pueblo de ruana. Aprovechamos para hacer un recorrido por las calles y visitamos la estatua que le hicieron a Antonio Cervantes “Kid Pambelé”, el mejor deportista del siglo pasado en Colombia, oriundo de Palenque, que en 1972 derrotó a “Pepermint” Frazer para convertirse en campeón mundial welter junior y lograr que el gobierno se fijara en el corregimiento y llevara la electricidad. Desde Pambelé el boxeo ha sido una opción de vida para los palenqueros, aunque actualmente el pueblo no cuente con boxeadores de élite pero sí con entrenadores. En la plaza del festival, celebrando como los demás habitantes del pueblo, está José Salinas, el mismo que ha estado al frente de tres ciclos olímpicos y quien estuvo a cargo del proceso de Yúberjen Martínez, medallista de plata en Río 2016. 

“A comienzos de abril de 1974 llegaron los palos, después trajeron un motor, luego llegaron a clavar los postes y a poner las redes. Fue muy bonito cuando llegó la luz a Palenque”, recuerda Raúl Salas Hernández, primer guía turístico que tuvo San Basilio. “Antes que llegara la luz la vida era muy bonita, había mucha confianza.  Había un picó con motor y para las festividades venía un grupo de música de viento. Aquí se bailaba cada año, era una alegría cada vez que llegaba la música”.

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Generalmente cuando uno termina un viaje queda con ganas de regresar, pero pocas veces lo hace. En San Basilio de Palenque es diferente, uno se siente con el compromiso de venir para enterarse de cómo siguen sus amigos, si han logrado cumplir sus propósitos, si ya terminaron de estudiar, si están trabajando.  También para sentir esa sensación de tranquilidad, de confianza y de seguridad que le alimenta el alma como en ningún otro lado. El aislamiento del pueblo, que lo ha mantenido marginado de la invasión tecnológica que se sufre en casi todo el país, permite que uno se concentre en disfrutar el presente y no viva en el acelere moderno.  Cuando un palenquero le dice a uno “hablamos más tarde” no es para salir del paso o para evadirlo, es porque en el momento se encuentra ocupado pero más tarde lo va a buscar para conversar un rato, ya que la comunicación directa es la mejor manera de conocer y compartir con alguien más. En San Basilio el tiempo pasa más despacio,  no se espera la llegada de un mensaje o de una notificación, cada momento se disfruta así solamente sea viendo pasar la gente por la calle.

Pero claro, también se viene a parrandear. La madrugada de domingo a lunes fue espectacular, el clima ayudó para que todos los grupos se presentaran y pusieran a gozar al pocotón de gente que estaba en el pueblo. Además de la tarima hay varios lugares donde ponen música y la gente baila, unos al aire libre y otros cubiertos.  El pueblo es pequeño y es normal ver a la gente recorriéndolo de un lado a otro, pasando por todos los lugares donde se pueden enfiestar.  No hay discotecas ni bares de lujo, pero cada cuadra está prendida, llena de música y alegría. Las presentaciones en tarima van aproximadamente hasta las 3:00am, después ponen música de discos una hora más y luego, cuando el ñeque tiene a todo el pueblo totalmente eufórico, varios músicos sacan su tambor y se ponen a tocar en la plaza, mientras otros cantan y bailan.  La llegada del sol da un empujón extra de energía para aguantar un rato más gozando antes de tener que ir a casa a reposar un par de horas.

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Este año los africanos se presentaron el lunes festivo, así que mucha gente extendió el viaje un día más, a pesar de tener que trabajar el martes. Por la tarde llegó una invitada especial al pueblo, Piedad Córdoba, la excongresista criticada por muchos pero a la que no se le puede negar su trabajo incansable por la paz de Colombia, a dar un emotivo discurso en el que habló de la paz.

 

 

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San Basilio ha logrado mantenerse casi en un 100% por fuera del conflicto armado, a pesar de estar ubicado en una zona donde el paramilitarismo tuvo sus más sangrientas apariciones.  Solamente hay registro de una matanza en un billar, donde fueron asesinados cuatro palenqueros en febrero de 2001, algo mínimo en comparación a las grandes masacres que hubo en otros municipios, pero algo muy grave teniendo en cuenta el historial pacífico de pueblo. Los palenqueros sufrieron por un tiempo el no tener la tranquilidad de andar libremente por su pueblo.

No hubo tantas personas como el domingo, pero todos los que estábamos teníamos grandes expectativas de la presentación en la noche de Tilda y Bopol Mansiamina y de Viviano Torres. El pueblo gozó como nunca al escuchar en vivo los temas que han oído toda su vida en los picós, como Akien, Sweet Mother y Pitié. Los palenqueros cantaban a pesar de desconocer el idioma original de las canciones, bailaban y disfrutaban de un espectáculo para ellos sin igual.  En la plaza estaban los artistas de los diferentes grupos de San Basilio, los que viven por fuera y llegaron de vacaciones, los demás habitantes del pueblo, todos supremamente emocionados en este magnífico cierre del Festival de Tambores.

 

 

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Esos tambores que los españoles no permitían tocar hace cuatro siglos bajo amenaza de azotes; esos tambores que sonaban más duro cuando los esclavos se escapaban, vivían en el monte y debían comunicarse; esos tambores que llevan sonando con total libertad desde hace tres siglos cuando Palenque fue declarado libre de esclavitud por decreto real del rey de España; esos tambores que suenan durante el festival desde que uno se levanta hasta que se acuesta simbolizan el sentir de un pueblo hermoso.

Quedan miles de anécdotas y experiencias, el interés por poder presenciar el pueblo en otro momento diferente al Festival para conocerlo mejor (como el año nuevo que, según me explicó el antropólogo paisa y profesor de la Universidad de Antioquia Ramiro Delgado es el día en el que las mujeres se ponen de ruana el pueblo y son las que se emborrachan), la curiosidad por asistir a un Lumbalú (el ritual fúnebre que dura nueve noches con cantos y juegos), pero sobre todo queda la sensación de felicidad de poder conocer esta cultura.

En San Basilio de Palenque han decidido priorizar el bienestar común, no el individual, sobre el desarrollo. La riqueza cultural y espiritual del pueblo nos llena el alma a los visitantes, que vivimos en una sociedad donde estamos influenciados por el mundo del consumo, la competencia y la envidia, donde lo virtual prevalece sobre lo presencial y donde se prioriza lo económico y lo material.  Produce mucha nostalgia retirarse de este pequeño pueblo cuyos habitantes inspiran con su nobleza y su inocencia a alejar de la mente cualquier sentimiento negativo de rencor y de venganza, a ser más sencillo y capaz de disfrutar de lo básico y a sacarle más provecho a cada instante de esta maravillosa vida.

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