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'Gente de papel, con el alma en la selva': la pesadilla del secuestro

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Por: Juan Pablo Castiblanco Ricaurte / @KidCasti

¿Cuál es el valor vital de un documental? ¿Qué hace que un documental trascienda la plana y lineal realidad en? ¿Se trata acaso de acceder a momentos preciosos, únicos, irrepetibles? ¿Recopilar valiosos documentos históricos e imágenes de archivo para redefinir el presente? ¿Hacer poesía y generar reflexión a partir de la reconstrucción de un hecho o relato de una historia? Todas las anteriores las logra Andrés Felipe Vásquez –un editor y realizador que acaba de grabar una serie documental sobre corresponsales de guerra rusos en Ucrania y el Medio Oriente– con su película Gente de papel, con el alma en la selva, que se estrenó en el Festival de Cine de Cartagena, y que tan pronto como finalice el certamen será transmitido por canales públicos y regionales.

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Muchas quejas al cine colombiano han caído en el lugar común de que solo se tratan temas de violencia, putas y narcotráfico, pero es imposible que un país permeado en todos sus estratos y regiones por matanzas, corrupción, fraude electoral, violencia de género, inseguridad, clientelismo y secuestro (entre muchos otros), su cine no se ponga en la tarea de ser un crudo testigo de la barbarie. ¿Cómo más entenderemos la dimensión real del conflicto, si no a través de relatos que se sumerjan en el dolor de las víctimas y dejen de lado los números insípidos que los convierten en fantasmas? 

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Con tan solo dos contundentes y escalofriantes historias, Vásquez no solo conmueve y resume las dos últimas décadas del conflicto armado en Colombia, sino que también sugiere de manera sutil un camino a la paz. Por un lado acompaña a Esperanza Murcia, madre del policía Bairo Murcia, secuestrado en 1999 por las FARC, a una audiencia de la Unidad de Justicia y Paz en Villavicencio con “Martín Sombra”, para saber si su hijo aún sigue con vida o dónde está su cuerpo. En el camino, en medio de una dolorosa road movie que va desde el Putumayo hasta Villavicencio, Esperanza visita a algunos de los soldados que compartieron cautiverio con Bairo, para reconstruir la imagen de lo que fue su hijo durante la última década: para descubrir que entre cadenas, Bairo usó el arte como arma de resistencia ante el maltrato.

La otra historia que se narra en paralelo es la del policía José Ramírez quien fue secuestrado el mismo día que Murcia, pero logró su liberación hace un par de años y desde entonces sufre de estrés post-traumático por el cautiverio. “El secuestro no termina cuando el secuestrado vuelve a su familia”, resume una mujer que durante años se encargó de llevar la correspondencia de las familias a los presos forzados. Y por eso, para liberarse de ese yugo mental, para pedir fortaleza espiritual y para agradecer por su libertad, Ramírez y su familia emprenden el viaje a Buga para saldar la promesa que le hicieron al Señor de los Milagros. 

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Ambos viajes desnudan, de manera natural y desprevenida, el alcance salvaje de la guerra, de las víctimas colaterales, de sus cicatrices sicológicas y espirituales. Es, de nuevo, desgarradora y plausible la precisa presencia de las cámaras de Vásquez en los momentos precisos y la confianza que se ganan para que los protagonistas se desarrollen con total calma ante ellas. Vásquez no solo logra darle cara a lo evidente sino que, como él mismo anota como uno de los mayores retos de la producción, también transforma en imagen los sentimientos profundos de sus personajes. Lo innombrable. Lo etéreo.

Gente de papel, con el alma en la selva hace parte de una trilogía de historias sobre el secuestro que complementan Gente de papel (fuera de competencia en este FICCI) y Gente de papel, voces del camino, que resultó ganadora de la beca ANTV del Ministerio de Cultura. Una serie de relatos que evita, con una gran riqueza audiovisual, que el dolor del secuestro se pierda entre las cifras frías que diariamente reportan las noticias. 

 

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