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¡Hasta siempre tío Lou!

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Hace 13 años Shock asistió a uno de los festivales europeos que en aquel entonces acaparaban todas las miradas: el Doctor Music Festival. Entre su cartel estaba Lou Reed, y bajo un torrencial aguacero nuestro enviado especial captó algunas imágenes y muchos recuerdos de un grande entre los grandes.

Por: César Londoño/Press Riot
Barcelona, Especial para Shock

El domingo 23 de julio de 2000, el cielo descargaba con fuerza sobre la región de La Morgal – Llaneras, en el Principado de Asturias, a 450 kilómetros al norte de Madrid. Desde muy temprano en la mañana unas densas nubes negras se posaron sobre el antiguo aeródromo de esta región española, y no se fueron de la zona hasta muy entrada la noche y tan solo con algunas treguas puntuales.

Aquel domingo veraniego era el cierre del Doctor Music Festival 2000, el festival de festivales de España y uno de los de más prestigio en Europa, probaba suerte en otro punto de España luego de que un juez clausurara su fantástica sede en los pirineos catalanes, donde el Festival se venía realizando con insuperable éxito desde 1996.

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El intento era arriesgado, pero valía la pena pegarse las diez horas de bus desde Barcelona hasta allá y después de recordar los maravillosos momentos que nos habían dejado las ediciones anteriores. Además, el cartel lo encabezaban Beck, Paty Smith, Biohazard, Paul Weller, Filla Brazilia y Pet Shop Boys, entre muchos otros artistas.

Después de cinco años de éxitos, las dudas planeaban sobre el Festival y sus organizadores no sabían como detenerlas; la prensa local los miraba con lupa y el público asistía sin no pocos reparos. La suerte estaba echada y el Doctor Music Festival arrancó y dejó muchas horas de música en el ambiente, que al final es lo que importa.

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Pero todo esto iba a carecer de importancia –el lugar, el cartel, la asistencia del público, su posible continuidad, lo que todo el mundo esperaba–; ya que el domingo 23 de julio de 2000 y a las 7 de la tarde –mientras el público se preparaba y los periodistas alistábamos las cámaras– se hacía presente uno de los más grandes artistas del siglo XX: el maestro Lou Reed.

No había sido fácil. Dos horas antes la lluvia se interponía en nuestro camino y no cesaba, de hecho cada vez era más fuerte; y con cada minuto que pasaba nuestras posibilidades de ver a Reed se iban diluyendo mientras las especulaciones de una posible cancelación de su show crecían.

A las 5 de la tarde la lluvia era torrencial y las esperanzas menores. La organización nos informó que si en media hora la lluvia no paraba, las probabilidades de que la presentación no se llevara a cabo eran muy altas.

Sobre las 6 de la tarde una pequeña tregua se abrió en el cielo y las esperanzas volvieron, pero de las 12 mil espectadores que esperaban recibir al famoso neoyorquino apenas quedaban algunos cientos, ataviados con chubasqueros improvisados y resguardándose de la tormenta como podían.

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Pero no cualquiera es un grande entre los grandes y Lou Reed, lo era y lo demostró a lo largo de una de las carreras más prolíficas de la música, lo demostró en los 70, en los 80 y en los 90 y lo siguió demostrando hasta el siglo XXI. Y nos lo hizo ver hasta el último día de su existencia, una llena de grandeza, poesía, rabia, actitud y carácter.

Siendo casi las 7 de la tarde de aquel domingo 23 y aún con la lluvia incesante Lou Reed salió al escenario y tocó y tocó por casi dos horas; y entre más rabioso se ponía el cielo él tocaba con más rabia. Nos regaló su recién lanzado álbum “Ecstacy” al completo, con temas (ahora ya clásicos) como “Paranoia Key of E”, “Modern Dance”, “Future Farmers of America” o “Tatters”; y como si esto fuera poco nos premió con otros regalitos como “Sweet Jane”, “Perfect Day” o “New York”.

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La organización no nos quería dejar hacer fotos ante los riesgos que suponía un escenario cargado de vatios y agua, pero al final accedió y por unos pocos minutos, y yo apenas pude sacar mi vieja Nikon N90 entre la lluvia incesante y disparar unas cuantas fotos, con un resultado desastroso. Pero en mi recuerdo quedó cada una de las notas de aquel concierto, de aquel hombre de mirada furiosa y semblante enfadado, aquel genio que escribió parte de la historia del rock del siglo XX y que fue capaz de desafiar la lluvia con tal de tocar su guitarra y cumplir con su público.

Nunca en mi vida había valido la pena empaparse tanto.
¡Hasta siempre tío Lou!

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