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James Rodríguez ganó el premio Puskás al Mejor Gol del Año

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Una periodista colombiana narra para Shock cómo vivió en El Maracaná el gol con el que este 12 de enero James Rodríguez ganó el premio al mejor gol del 2014.

UN DÍA INOLVIDABLE EN EL MARACANÁ

Una manilla azul de Colombia, atada a mi muñeca izquierda y desgastada en las puntas, me recuerda día a día el gol de James Rodríguez a Uruguay en el estadio Maracaná. 

Por: Gloria Bejarano C.

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A los 24 años cumplí uno de mis grandes sueños: estar en un Mundial. Y lo hice en uno memorable, el de Brasil 2014, no solo porque la selección nacional regresó 16 años después, sino por todo lo que ocurrió en esta cita orbital, dentro y fuera de las chanchas.

Pero no todo fue felicidad para mí, aunque después de conocer a Maradona, ver al equipo de Pékerman hacer historia y estar en primera fila durante la final, todo lo malo pasa a un segundo plano.
Después de eso, valió la pena la endeudada que tuve que pegarme para poder costear el viaje, que, a propósito, terminé de pagar en diciembre del año pasado. Poco importó la ‘peste’ que tuve 35 de los 40 días que estuve en Brasil o los momentos poco agradables, como el día que varios colegas me dejaron botada en la Rodoviaria (terminal) de Río de Janeiro para llegar primero a Belo Horizonte, mientras yo, con el tiquete comprado, veía como esos ‘caballeros’ abordaban el bus sin importar que la única mujer del grupo no llegara a tiempo para el debut de la selección ante Grecia.

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Efectivamente no llegué a tiempo, pero llegué. Ese partido se jugaba a la 1 de la tarde y mi bus arribó a la capital de Mina Gerais a las 12:15. Sin desayunar y obviamente, sin bañarme, tomé un taxi con algunos compatriotas para el estadio con la ilusión de alcanzar a estar antes del pitazo inicial, pero los trancones se hicieron presentes y mientras los minutos corrían a una velocidad inexplicable, yo seguía en el mismo punto, a varios kilómetros de ‘tocar la gloria’. Ante la impotencia, decidimos bajar del vehículo y correr hacía el destino. Recuerdo que quedaban 10 minutos y mi corazón empezó a acelerarse. Cuando faltaban 7, ya estaba haciendo fila y pasando los filtros necesarios para llegar a la entrada de prensa. Sin embargo, los encargados de logística, más desubicados que nosotros mismos, me mandaron de un lado a otro sin mucha coherencia (y en otro idioma). 

A las 12:59 por fin encontré la entrada, pero cuando caminaba hacia ella sonó el himno nacional, ese que hasta el colombiano menos fanático del fútbol soñó escuchar de nuevo en un Mundial. En ese momento el aire me faltó y, ya resignada, empecé a cantarlo mientras lloraba subiendo las escaleras, que me parecieron más largas que las de la Torre Colpatria. Logré llegar a la tribuna en el minuto 5 y me recibió Pablo Armero con el primer gol de la selección. En ese momento, en medio de 40 mil o más colombianos, todo lo que había ocurrido se me olvidó.

Historias como la de ese día tengo muchas, pero otro de los momentos memorables en mi Mundial fue el primer gol de James Rodríguez a Uruguay. Ese fue un día diferente, dos o tres jornadas antes del juego, ya cuadraba con mis compañeros de apartamento la hora en la que nos íbamos a levantar para llegar al Maracaná. Llegó el día y hasta uno de ellos, que dormía bastante, estuvo listo antes de tiempo. Llegamos al mítico estadio carioca con varias horas de anticipación, contando los segundos para que iniciara el choque ante los ‘charrúas’.

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Ese día quedamos ubicados en un sitio privilegiado. Aunque en todos los partidos había zona de prensa, algunas veces no podíamos tener escritorio y nos tocaba trabajar en la tribuna, un poco apretados y con el computador en las piernas. Pero ese día tuvimos mesa para todos, botellas de agua y pantalla para ver la repetición de las jugadas, como esa del minuto 28 que paralizó a todos los asistentes, gracias a la parada de pecho y al potente zurdazo de James Rodríguez. Gritamos y nos abrazamos, como una familia, mientras más de uno dejó caer algunas lágrimas. Mi voz, que estaba algo golpeada por el virus que se adueñó de mi cuerpo el día que llegué a Brasil, se unió al grito de todos los colombianos que ‘enloquecieron’ con el nivel de semejante anotación. 

Recuerdo que después de la celebración de la selección en la cancha y de la nuestra, unos metros más arriba, continuó el partido mientras seguíamos viendo en la pantalla la jugada, que por varios segundos pareció imposible de lograr. Cuando terminó el primer tiempo, volvimos a abrazarnos y celebramos como si ya estuviéramos en los cuartos de final. Tanto así, que uno de los periodistas más reconocidos del país, sentado en la silla de atrás, gritó, con todas sus fuerzas: “QUÉ HIJO DE PUTA GOLAZO”, así, en mayúsculas. Cuando notó mi presencia, la única mujer en ese grupo de 12 o 15 colegas colombianos, se sonrojó, y me dijo: “qué pena, señorita, pero usted entenderá que ese fue un gol muy hijueputa”. Sonreí, mientras le respondía: “tranquilo, yo grité lo mismo cuando lo marcó”. “Mire, le regalo esta manilla para que olvide mi vulgaridad y se acuerde del gol de James siempre”, me dijo, mientras me ponía en la muñeca izquierda una manilla azul que dice Colombia con letras amarillas. Y tal como él auguró, no hay un día en el que no recuerde ese gol al ver mi brazo, como ahora, mientras escribo mi primera colaboración para Shock en medio de la emoción por el premio que el 10 de nuestra selección consiguió en Zúrich, tras vencer al holandés Robin van Persie y la irlandesa Stephanie Roche. Ese gol con el que no dejaremos de emocionarnos nunca.

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