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Jóvenes con cara de señor en el fútbol

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Foto: LatinStock Colombia

Por: bestiariodelbalon.com - Foto: LatinStock Colombia

La adolescencia hoy es un trámite sencillo de resolver. Antes todo era un martirio porque el crecimiento de la generación de quienes escribimos era muy distinta a la actual. Nadie sabe si es una cosa relacionada con la alimentación o con nuevas cepas genéticas cargadas de gran belleza.

Las niñas de hoy le gritan a James Rodríguez que es un papacito, y a Falcao también buscan darle un quiebre a su fe intacta para llevarlo a la cama -y de paso para preguntarle en el lecho cuál es la crema que usa para exhibir ese alisado de pelo-. Y hay que ver qué tipo de niñas les dicen eso: tienen 14 años pero parecen de 26. Y las de 26 parecen de 20. Las de 30 suelen parecer de 28 y las de 35 apenas parecen de 30.

Pasa lo mismo con esta raza en el género masculino. Ahora todos son galanes de pelo tipo “mango chupado” y con eso descrestan a las viejas de 26 que parecen de 20, a las de 14 que parecen de 26 y a las de 30 que parecen de 28. Lo más duro para aquellos que transitamos los caminos de la adultez, de los exámenes de triglicéridos, de las dietas blandas y de la intolerancia a los lácteos es que nosotros siempre nos vimos viejos. Siendo adolescentes, cuando medíamos 1.11 de estatura pero calzábamos 42 y teníamos incipiente olor axilar, parecíamos mayores. La cara de un tipo de 23 años en el año 88 era la de un sujeto que ya había sido notario tres veces, gerente de dos loterías y que estaba buscando pensionarse. Y era mentira: apenas había hecho una pasantía laboral y no tenía plata ni para el bus a pesar de su cara de señor-señor.  

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Nada que ver con los rasgos de alguien que cuenta con la misma edad en el 2014 donde a los 26 años se puede haber tenido también la fortuna de dirigir dos loterías y tres licoreras departamentales, pero la facha de hoy desconcierta. Todo parece más joven que antes.

Piense en un amigo cercano que tenga 27 años. Ya, con esa imagen en la cabeza, piense en Rogelio Delgado, central de Independiente y que jugó para Paraguay en Mundial de 1986. Así se veía Delgado -que era gordo, toda una paradoja- en la foto del álbum.

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Nadie, con ese aspecto puede decir que tiene 27 años. O sí. 27 años de casado, o 27 años de egresado de la facultad. O Jaime Pacheco de Portugal que a pesar de que en su cédula decía que contaba con 28 años para el Mundial del 86, dan ganas de hacerle un examen de carbono 14 para ver si tanta dicha era cierta.

Andoni Ziubizarreta parece más el papá que iba a buscar a la hija ataviado de ruana y chinelas a una fiesta nocturna en ese mismo mundial mexicano. Nadie con semejante gesto tan añejo pensaría que tenía solamente 25 años. Ni hablar de José Batista, aquel lateral uruguayo que se hizo famoso por recibir la expulsión más rápida en la historia de los mundiales -lo echaron a los 59 segundos de empezado el partido ante Escocia-.

24 años en el documento de Batista. Al año siguiente no le celebraron el cumpleaños, sino las bodas de plata.

Bruce Wilson no pudo jugar en dos de los partidos de su selección, Canadá, en México’86 debido a un chiflón que se colaba por la puerta de maratón del estadio. En el único que pudo disputar se desmarcaba a punta de flatulencias –vía oral y rectal- de esas que los abuelos dejan escapar en pleno ajiaco dominguero.

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Y cerramos con el mítico húngaro Peter Disztl, a quien al terminar los partidos que disputó también en México lo rodeaban los rivales solo para preguntarle si las reglas del fútbol eran diferentes en el paleolítico.

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