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La dictadura de la belleza

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Día 1 

Sexo. Esa sola palabra encierra las respuestas a los grandes interrogantes que se tienen del universo femenino. Perdón, replanteo: falta de sexo. Esa sola ansiedad explica por qué el universo masculino tiene tantas preguntas sobre el universo femenino. Esa sola angustia motiva a un Macho humano a preguntarse incesantemente por qué una Hembra obstaculiza el camino hacia el apareamiento y, además, por qué mientras más bonita sea ella, más trabas pone. 

La ley de oferta y demanda rige a las Hembras humanas en el apareamiento. Ellas ofrecen sus atributos a través de escotes, minifaldas, ropa ceñida, tacones, entre otras vitrinas, y dependiendo de la demanda que sus curvas tengan en ellos derivará el poder que ostenten en la sociedad. 

Es decir, luego de la evaluación ansiosa del género masculino, el mercado invariablemente establece que la oferta de feas excede a la demanda y, por lo tanto, el precio de invitarlas a salir es un pedazo de pizza en cualquier puesto callejero. Y, a su vez, la oferta de bonitas es inferior a la demanda y, por lo tanto, el precio del primer desembolso es, como mínimo, una cena en París. 

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Desde tiempos inmemoriales, el MLM (Movimiento de Liberación Masculina) ha intentado sublevarse ante ese sistema que aparenta ser democrático —moldeado a la medida del apetito de la mayoría de Machos humanos—, pero que en realidad es una infame dictadura —una vez en el poder, las Hembras más deseadas hacen uso de mecanismos totalitarios de control sexual (“Eres mi mejor amigo”, “No estoy preparada todavía”, “Este fin de semana tengo una reunión familiar”)—. Sin embargo, existe una senda para rebelarse a dicha opresión: conquistar a la bonita como si fuera fea y a la fea como si fuera bonita.  

 Mientras más bonita es una Hembra humana, menos amigas y más ‘amigos’ tiene. También tiene más portadas de revistas, más seguidores en las redes sociales, más silbidos desde las construcciones, más puertas abiertas por Príncipes Azules, más invitaciones a tomar un café, más ceros en el salario, más flores, más profesores dispuestos a reconsiderar una mala nota. Todo eso, sin abrir la boca. Incluso, en muchos casos se prefiere que no la abra. 

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En el otro extremo, mientras más fea es una Hembra humana, menos ‘amigos’ y más amigas tiene. También tiene más días sin depilarse, más kilos, más feos preguntándole cómo conquistar bonitas, más piropos del papá, más piel paliducha, más cuentos de hadas donde se parece a la bruja narigona, más noches de viernes acompañada solo por la televisión, más repeticiones del mantra de autoayuda Om pulchritudo est relativhum (la belleza es relativa). Todo eso, abriendo la boca más de la cuenta para malteadas de chocolate, mientras culpa a la retención de líquidos por el reciente cambio de talla en los pantalones. 

La bonita es un popular restaurante, con una fila de numerosos admiradores aguardando la señal de ser llamados a comer. La fea es un restaurante ubicado en una calle de mala muerte, cuyos esfuerzos por mejorar la fachada no han atraído clientela. La bonita es una película taquillera alabada por la crítica cinematográfica. La fea es una película conceptual cuya belleza solo puede ser interpretada por una audiencia pequeña —su familia—. La bonita es la canción de moda que suena en todas las emisoras y hasta en los teléfonos como ringtones. La fea es una canción desentonada que no entrará al mainstream, ni siquiera ofreciendo ‘payola’. 

Por lo tanto, si el objetivo de un Macho humano es saltarse la fila del restaurante de moda, sin haber hecho reservación, debe dar a entender que los platillos del lugar no están a la altura de su paladar, aunque les reconoce calidad. Alabar, criticando. Por ejemplo: “La comida es buena, pero muy condimentada para mi gusto”, “Es divina, pero lástima esa uña desproporcionada en el pulgar izquierdo”, o “Tiene rostro de supermodelo, mientras no sonría”. Halagar a una bonita es redundar. En cambio, subrayarle los defectos que intenta ocultar es capturar el interés de quien hará hasta lo imposible por convertir en fanáticos a los ateos de su afilada figura. 

Al mismo tiempo, si el Macho conquistador quiere cautivar la atención de la película conceptual, debe descubrir lo hermoso donde ningún otro lo ha hecho. Los demás espectadores abandonaron la sala, pero él debe ir contra la corriente: “Disfruté cada una de las seis horas de la sublime mancha negra sobre la pared blanca”, “No eres fea, posees una belleza incomprendida”, “Lo que importa es lo de adentro”. Halagar a una fea es darle el premio de la rifa a quien nunca se lo gana y, de esa forma, ella se convertirá en su fanática número uno. 

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La única fisura en el régimen dictatorial de la belleza es una premisa sumamente efectiva. Es la misma que la próspera industria de los pintalabios ha explotado durante años: el miedo a ser feas. Toda bonita teme que se le acaben sus quince minutos de fama con el

arribo de la vejez. Toda fea teme que se le acabe la esperanza de algún día ser bonita. En pocas palabras, para derrocar a esa bella tiranía hay que recordarle que todo, incluso el más poderoso de los imperios, tarde o temprano cae —hasta con Wonderbra—. Y ese recordatorio vuelve poderoso al Macho conquistador. 

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Hasta una próxima verdad femeninamente irracional, Amigos de lo Salvaje. 

Lucano Divina

Comandante Macondo de la Revolución Animal Selvas de Suramérica, 2015

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