Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

La odisea del ciclotrancón navideño

497925__mg_7766.jpg
_mg_7766.jpg

Bogotá es una ciudad tan insegura que casi nunca se puede dar uno el lujo de salir a caminar por la noche. No reciba nada de extraños, no mire a los ojos, no le sonría a nadie, no levante la mirada, camine apretando el paso y deje cualquier objeto de valor en la casa, son las recomendaciones que le hacen a uno amigos, vecinos, autoridades y hasta el alcalde a diario.

Por: Jorge Macumba - @JorgitoMacumba

Por eso actividades como la de anoche, donde la gente salió a tomarse la ciudad y caminarla o pasearla en bicicleta, son importantes, porque se recupera un tantico de ese espacio que se le ha cedido al hampa y al miedo. Pero que vaina berrionda es ver que acá nos acostumbraron a hacer las cosas con las patas. Con la excusa de desestimular el uso del carro particular se estigmatizó a ese pobre que a punta de chevyplan y créditos de la cooperativa Jhon F. Kennedy se compró un carro para trabajar o salir con su familia el fin de semana, y al que anda en moto ni se diga.

Se asume que todo el que tiene carro tiene poder adquisitivo, y que todos por igual deben pagar el precio de su irresponsabilidad al no elegir la bicicleta, el monociclo o la patineta, medios de transporte ecológicamente sostenibles y más acordes a la Bogotá Saltimbanqui que tanto le gusta a la administración local y a la comunidad hipster que vive de compartir su superioridad moral en redes sociales. Por eso se cierran las vías sin consultar antes, no se planean desvíos ni se piensa "qué va a pasar con todo ese poco de desgraciados que van en bus o carro para la casa después de un día de trabajo". Y los que van por la ciclovía además deben lidiar con el comercio informal que se toma las calles: Cerveza, mazorca, melcochas, cocido boyacense, luces de colores y todo tipo de chucherías se apoderan de la ciclovía con tanto entusiasmo como los ciclistas lo hacen.

Publicidad

Por la vía hay que esquivar asadores, bicicletaparrillas, baldes llenos de cerveza, hippies, y gente que simplemente tira por el suelo todo tipo de basura que tratan de vender como mercancía a los desprevenidos transeúntes, eso sin contar con la gran cantidad de amigos que salen a la calle a aprovechar el desorden. Me refiero a los amigos de lo ajeno, que se campean descaradamente, acosando a los ciudadanos mientras en tono confianzudo le dicen a uno que prefieren un billetico, nada de monedas y “no se haga dañar ñero, vea que a mí no me gusta robar”.

Hacer una ciclovía no es solo cerrar las vías, hay que pensar en toda la gente, hay que organizarse y demostrar que Bogotá es más que un pueblo grande que se desparrama como puede. Pero acá vivimos de anuncios pendejos, como que casi 4 millones de personas salieron anoche a sufrir ese verguero que llamaron ciclovía.

Publicidad

  • Publicidad