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La vergüenza de tener una monarquía en el siglo XXI

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Por: Pablo Pérez - @pabloperezalvar (Página: Crónica Errática)/ Foto: AFP.

España arrancó esta semana con una sorprendente noticia. No tanto el hecho de que el rey Juan Carlos I abdicara, que ya era hora, sino que un ni-ni (como se denomina en España al creciente número de jóvenes que “ni estudia, ni trabaja”) de 46 primaveras llegará en su reemplazo, cuya única experiencia laboral era viajar por el mundo (siempre en business class y alojándose en los mejores hoteles), en comer y beber como un maharajá, ir a esquiar en invierno y hacer vela los veranos, leer discursos y saludar a la gente, eso sí, desde lejos, agitando la mano.

Y con unas condiciones contractuales inmejorables: buen sueldo para él y para toda su familia y contrato indefinido y hereditario. Todo ello sin necesidad de pasar por un proceso de selección, ni entrevista personal ni hoja de vida con fotp. A cambio sólo tiene que figurar, pues el cargo de rey no tiene prácticamente ningún poder político, salvo el de ser el jefe del ejército.

Hace sólo unos años, cuando el país iba viento en popa y los españoles se gastaban lo que no tenían en coches, casas y tecnología punta a golpe de crédito, este hecho seguramente hubiera sido visto por la inmensa mayoría de los ciudadanos/súbditos como normal e incluso con simpatía. Un ejemplo más de la idiosincrasia española, como los toros o la paella.

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Los cuatro gatos de siempre que añoramos el regreso de un régimen republicano y que nos avergonzamos de tener una monarquía en pleno siglo XXI habríamos tenido que mascullar nuestra indignación por los rincones ante la indiferencia general.

Pero en los tiempos que corren, con miles de jóvenes yéndose al extranjero con sus maestrías e idiomas a cuestas a buscar un trabajo decente, porque en España sólo hay vacantes para meseros, es más la gente a la que choca toda esta historia de la sangre azul, de príncipes y princesas. Y más si el único español que encuentra trabajo por estos días lo haga para vivir en la opulencia a costa del dinero de todos.

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Las estrecheces económicas han evidenciado ante la gente lo que era más que obvio: que los miembros de la familia real, con crisis o sin crisis, viven como reyes.

Pese a haber sido nombrado a dedo por el dictador Francisco Franco como su sucesor, Juancar había gozado durante muchos años de una alta popularidad. Gracias sobre todo a los puntos logrados por su supuesto papel para neutralizar un intento de golpe de Estado contra la democracia en 1981.

No importaba que se dedicara a cazar especies protegidas en España, a ponerle el cuerno a diestra y siniestra a la reina Sofía y a ir regando el país de presuntos hijos ilegítimos amparado por un pacto de silencio con la prensa española para preservar su imagen. Como es simpaticote era bien visto que se haya mantenido políticamente neutral e incluso que apenas se le entendiera cuando habla.

Pero de repente dejó de gustar el que se fuera de safari de lujo a África a matar elefantes mientras a sus súbditos se les pedía que se apretaran cada vez más el cinturón. O que tuviera como amante a una princesa alemana que utilizaba el nombre del rey y del gobierno de España para sus negocios.

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Y muchos menos, que el príncipe azul que se buscó como marido una de sus hijas, un alto y atlético jugador de balonmano trepador, saliera torcido y utilizara sus influencias para hacerse rico rapiñando dinero público.

Una cosa es ir por el mundo haciendo callar a los jefes de Estado de otros países e ir mostrando lo graciosos y sencillos que somos los españoles, y otra bien distinta el llevar una vida de rico mientras los demás lo pasan mal.

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Así que, en cuanto el rey ha anunciado que abdicaba a favor de su hijo, miles de personas han salido a las calles inesperadamente para pedir el fin de monarquía y han pedido un referéndum para decidir entre sistema de gobierno republicano o monárquico. A Felipe de Borbón no sólo se ha acabado se le acabó la tranquila vida de suplente, sino que le va a tocar sentarse en el trono en el momento de más baja aceptación de la monarquía.

Está por verse cuál será la fuerza y el alcance de este movimiento antimonárquico. El rey se ha cuidado de hacer el anuncio justo antes de que empiece el Mundial de fútbol y toda la atención del país se centre en Brasil. Incluso la coronación del nuevo Felipe VI se ha programado para el día en que la selección española juega uno de sus partidos. No contra Holanda (no vaya a ser que pierda y la plebe se enoje todavía más), sino contra Chile, un rival en principio más asequible.

Pero también está por verse si, en el improbable caso de que hubiera una consulta popular, los españoles votarían a favor de la república. Todavía hay muchos que piensan que más vale malo conocido que bueno por conocer.

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