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Mi trágica historia de una semana sin Facebook

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Por: Carlos García / @carloscuentero

No me desconecté por gusto. Tampoco me fui de vacaciones ni decidí darme un break  como pronuncian los chicos torciendo la jeta.  Facebook me bloqueó.  No se burlen. Estuve a punto de lanzarme de un puente.  Y si no me lancé fue únicamente por la imposibilidad de publicarlo en mi muro.

Confieso que soy un paranoico. Cuando salgo de mi casa reviso una y otra vez que haya cerrado con llave. Doy tres pasos y me regreso a confirmar que  la estufa esté apagada y las ventanas con seguro.  Salgo. Cuatro pasos y regreso nuevamente para cerciorarme de que el grifo del lavamanos no esté goteando. No me gusta.

Mi obsesión por la seguridad se traslada a mi perfil en Facebook: navegación segura, notificación a mi teléfono con código incluido cada intento de ingresar desde un navegador no registrado. Y la configuración de privacidad quedó tan privada que un día cualquiera ya no pude ingresar.  Bloqueado.

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Desastre total. Facebook es la página de inicio en mi PC y en mi teléfono nunca me desampara. Intenté ingresar desde varios dispositivos y la respuesta fue: acceso denegado. Me sudaban las manos.

A punto de correr en círculos gritando y con las manos levantadas, escribí una y otra vez al sistema de ayuda para que, por favor, me dejaran ingresar a su plataforma social. -Sin Facebook, no soy nada-, les dije.

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A medida que pasaban las horas, el desespero aumentaba. No podía actualizar mi estado, ver las fotos de mis amigos ni enterarme de quién cumplía años.

¿Adicto yo? No exagero. Por más que intentaba, no lograba recordar los eventos a los cuales debía asistir esa semana ni las indispensables acciones sociales qué liderar para salvar el mundo. “Like para que los niños de África coman una vez por día”.

Diez formularios envié a Facebook ese primer día sin poder ingresar a su plataforma. Ninguna respuesta. #Nodormí

No sé si les pasa a ustedes, pero he dejado de usar el teléfono. ¿Para qué llamar si tengo a todos mis amigos en Facebook? Un mensaje en el chat es suficiente. ¡Pero no tenía acceso!

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Siguieron los días y sin poder recuperarlo. Empecé a experimentar cambios abruptos en mi forma de ser. Por razones de fuerza mayor, me vi obligado a hablar con las personas que me rodean y gastar tiempo con ellos en conversaciones interminables y sin sentido. En Facebook, un like o un comentario con un hahaha hubiese bastado.

Por momentos cerraba los ojos y sentía todos esos toques sin responder. Cuánta gente tocándome y yo sin poder estar allí para responder. Has recibido un toque, devolver el toque. Has recibido un toque, devolver el toque. Eliminar –no todos merecen que los toque-.

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No me hallaba. Era como vivir en un mundo sin sentido. Al cuarto día me sentía perdido. Sin contacto con mis casi 2 mil amigos ni con mi familia. Mi madre, de 70 años, es una “feizbuquera de raca mandaca”. Estamos allí, el uno para el otro y lo expresamos con un “me gusta” en cada estado, en cada foto de gatos y en cada tediosa cadena. No es necesario llamarla, para eso existe Facebook.

En el aburrido mundo real la gente hablaba de la Piraquive y yo sin poder publicar memes ni sacudir a los creyentes atracados con el diezmo. No podía lanzar palabras explosivas de razón a mis amigos uribistas ni tampoco comentar sobre la espantosa canción de Shakira ni la asquerosa homofobia de Gerlein y Marco Fidel acompañada de fotos excrementales.

Me mordía la lengua al pensar cuántas cadenas me estaba perdiendo. Cuántos anuncios de Jesuses próximos a tocar a mi puerta quedarían en el olvido y cuántas etiquetas de mi nombre estarían sucediendo a mis espaldas. Y yo, sin responder.

Además cuántas situaciones sentimentales complicadas, cuántas fotos frente al espejo con los dedos en v o la popular 'duckface'. Cuántas ovejas y terrenos inexistentes en granjas.

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Al sexto día Facebook respondió y me devolvió el ingreso y la vida. 98 notificaciones entre comentarios, me gusta y preguntas por mi ausencia. Volví a hacer parte de la manada en busca de identidad y de aceptación. Soy alguien, tengo amigos en Facebook. Lo primero que hice fue publicar un mensaje de agradecimiento en el grupo “Yo también creí que Rudy la Scala era una mujer”.

A Mark Zuckerberg le gusta esto. 

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