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Michael Jackson: el único cantante que me hace llorar

Tendría unos 5 años y mis papás se acababan de separar. No fue una separación como las de hoy en día, amistosas y civilizadas; esa, como casi todas las de mi época, fue a los madrazos, llena de lágrimas y peleas, causante de infinitos traumas que hoy, en la adultez, se hacen evidentes en los comportamientos diarios. Lean la historia completa aquí.

Michael Jackson
Thriller de Michael Jackson
// Michael Jackson

Tendría unos 5 años y mis papás se acababan de separar. No fue una separación como las de hoy en día, amistosas y civilizadas; esa, como casi todas las de mi época, fue a los madrazos, llena de lágrimas y peleas, causante de infinitos traumas que hoy, en la adultez, se hacen evidentes en los comportamientos diarios.

Por Hernando Paniagua - @don_paniagua 

El caso es que mi mamá, mi hermana y yo caminábamos por los pasillos del entonces novedoso centro comercial Metrópolis, en Bogotá. Aún no entendía muy bien lo que acababa de pasar en mi familia y sin duda mi hermana tampoco, pero juro que mi mamá iba invadida de tristeza e incertidumbre por lo que sería su futuro como madre soltera con dos niños a su cargo.
 
De repente, lo vi en una vitrina. El gran Michael Jackson estaba cómodamente recostado sobre su brazo. Tenía un vestido de paño blanco y una camisa del mismo color de su piel en ese entonces. Un pañuelo en su pecho y un cinturón completaban su ajuar. Estaba ahí con su pelo crespo y su mechón casi ridículo. En esa época era la mejor ‘pinta’ que alguien pudiera tener. El LP estaba sobriamente adornado por un texto en letra cursiva: “Michael Jackson, Thriller”.
 
Entré en shock. Yo, que nunca fui uno de esos niños pedigüeños que obtienen todo lo que piden caprichosamente, frené en seco y apunté el LP con el dedo índice. “¿Mamá, me lo compras?”. Amorosamente me dijo que no y me haló de la mano con cariño.

Pero yo me solté. Del otro lado de la vitrina Michael me pedía que lo llevara conmigo. Entré corriendo a la tienda de discos y tomé uno de los acetatos con mi mano mientras lo miraba con los ojos brillantes y una sonrisa de lado a lado.
 
El vendedor de la tienda, viejo zorro experto en complacer caprichos de niños ajenos con plata también ajena, empezó a hablar de las bondades del álbum. No recuerdo bien qué dijo, sólo recuerdo que a mi mamá le parecieron excesivos los mil quinientos o dos mil pesos que costaba el caprichito.
 
El viejo zorro siguió insistiendo. “pero mire al niño, está feliz. Se lo puedo dejar en tanto”. Tampoco recuerdo la cifra.
 
Recuerdo, eso sí, que mi mamá abrió su monedero y sacó de ahí todos los billetes que tenía. “¡Se lo van a comprar, hermano!”, me dijo el vendedor casi tan feliz como yo. Fue una frase de emoción honesta que aún recuerdo como si acabara de ocurrir.
 
Con ese disco aprendí a usar el tornamesa de la casa. Lo puse una y otra vez por ambos lados hasta que me tiré la aguja de equipo.  Seguí siendo fan de Michael Jackson, aunque nunca volví a pedir uno de sus discos. En secreto, la culpa me invadió durante años, hasta hoy, porque sé que mi mamá se gastó todo lo que tenía en ese momento para darme gusto.
 
No me pidan que no llore ahora que se cumplen cinco años de la muerte del rey del pop. Cada quien usa la música para lo que se le da gana y a mi ese señor me acuerda del amor que, por suerte, hoy todavía disfruto de mi mamá.

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