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Sobredosis de TV: la adicción del nuevo milenio

¿Por qué no podemos ver “un solo” capítulo de una serie, sino que nos tragamos la temporada entera?

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¿Por qué series como Breaking Bad son tan adictivas?

Más allá del sexo, la violencia y el impacto visual, ¿por qué las series nos vuelven adictos? ¿Por qué nos hacen creer que las necesitamos? En Netflix, HBO, Fox, Amazon y compañía, están jugando con nuestros cerebros.

Por Juan Sebastián Sánchez / @TheMute

Quienes hablan de la muerte de la televisión parecen no haberse encontrado con la droga del nuevo milenio. La aparición de nuevas pantallas y plataformas suena las alarmas de tecnologías más tradicionales, como si, en el orden normal de las cosas, estuvieran condenadas a volverse obsoletas. ¿Por qué, entonces, ha sido tan grande el éxito de tantas series de televisión en los últimos quince años?

Porque lo que ha evolucionado es el consumo, y el formato poco a poco se ha ido ajustando. Hoy por hoy es realmente fácil ver cuanto queramos cuando queramos. Y los productores y directores, entre otros, se dieron cuenta de cómo queremos consumir historias: sin medida, sin control y con un nivel de calidad que rasgue la perfección. Por eso, lo que ahora prima en países como Estados Unidos y el Reino Unido, y cada vez más en Colombia, es el consumo “a pedido” (on demand) de servicios como YouTube, Amazon Prime, Netflix y HBOGO.

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Televisión semanal vs. televisión cuando y como sea

En una entrevista de 2013, Vince Gilligan, creador de Breaking Bad, dijo: “cuando empecé a hacer televisión hace casi 20 años, los estudios mostraban que los llamados fans veían en promedio uno de cada cuatro capítulos”. En ese entonces, las series que triunfaban, en la década de 1990, eran ER, Los Simpson, Los Archivos X, Seinfeld: todas emitían semanalmente un episodio tras otro sin mayores avances en la trama.

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Esa tendencia empezó a transformarse a principios de la década de 2000 cuando cadenas como HBO se deshicieron de ese modelo episódico y empezaron a construir historias más grandes, más complejas, que pudieran mover más espectadores. Cierra Gilligan: “Imagínense, con una serie como Breaking Bad, si alguien ve uno de cada cuatro capítulos quedaría totalmente perdido sobre lo que está pasando”.

Grandes series como The Sopranos, Lost o House fueron agentes de esa transición entre las cadenas tradicionales, que les apostaban a las series episódicas que venden personajes más allá de lo que les pasa, y las series transmitidas por Internet que cuentan una gran historia: Better Call Saul, House of Cards, o Love. Hasta las comedias situacionales (sitcoms) se han sumado a esa tendencia de limitar la cantidad de episodios (caso Master of None). ¿Qué pasó?

(tomado de Time, infografía que muestra cuánto tiempo gasta verse una serie)

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A mi parecer, cadenas como AMC y HBO se dieron cuenta de este cambio y empezaron a alimentarse de él. Lograron mezclar recursos y temas literarios antiquísimos con la cultura de masas y dieron a luz a un monstruo. Desde Las mil y una noches existe el recurso del gancho para mantener el interés del lector o del oyente. La diferencia está en que las series de esta década manejan el recurso de simplificación de la historia (como las viejas novelas y folletines por entregas) mezclado con una potencia creativa que solo grandes presupuestos de producción pueden dar. El resultado se junta con razones fisiológicas específicas; las series nos generan dependencia, de historias, personajes, realidades, situaciones.

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Adicción fisiológica

La razón es relativamente sencilla: al parecer nuestro cerebro está diseñado para pedir estímulos, y entre más, mejor. Una nueva tendencia en la psicología llamada “neurocine” o “neurocinemática” sostiene que hay una serie específica de rasgos del contenido audiovisual que pueden controlar temporalmente las actividades del cerebro cuando este tiene su atención centrada en una sola cosa. Generan reacciones en el cerebro similares a las de otros estímulos, como el azúcar.

Uri Hasson, uno de los principales investigadores de esta corriente, concluyó que la atención de los espectadores pide más (lo que en inglés llaman “binge-watching”) en secuencias e imágenes con una fuerte influencia del director, o con cortes y montajes rápidos. Según Hasson, parece que las secuencias pueden “ejercer control sobre la actividad cerebral del espectador, diferido en funciones como el contenido (la historia), la edición (la secuencia de imágenes) y la dirección (lo que muestra la imagen)”.

Sin necesitar la parafernalia académica, los creativos de la televisión parecen haber notado esto desde hace tiempo, y crearon series que exigen y premian la atención, en lugar de omitirla para simplemente entretener.

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¿Qué pasará después?

Alrededor de eso se perfeccionó la técnica de enganchar espectadores, fidelizar audiencias y producir fenómenos culturales en el proceso. La expectativa que las grandes series actuales generan es muy parecida a las adicciones convencionales. Las series de ahora nos roban la atención, nos exigen fidelidad y nos convierten en adictos, deliberadamente. Por eso es un poco ambiguo el mensaje de Netflix que dice “¿estás seguro de estar viendo [inserte su serie favorita]?”; uno no sabe si reírse o sentirse juzgado.

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Hace 26 años el New York Times publicaba sobre los peligros de la reciente adicción a la televisión. Hoy es un estigma socialmente aceptado y a ratos fomentado nuestros contextos. ¿Qué vamos a comentar si no compartimos lo que vemos? No es gratuito que la última toma de la sexta temporada de The Walking Dead deje en suspenso lo que realmente pasa al final del capítulo; los guionistas se tomaron la libertad de dejar colgando a los espectadores para darle más fuerza a la llegada de la séptima temporada. Es un sistema de promesas bastante complejo que nos hace volver por más. Y se hace más y más profundo porque nos dan las dosis que se nos dé la gana.

 

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