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Superman, el “mero macho” que impuso un modelo de masculinidad

El Hombre de Acero le mostró al mundo un tipo de hombre que poco a poco ha perdido vigencia.

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El modelo tradicional de masculinidad le exige al hombre “el combo de las p”: posesiones, potencia, pinta, pilera, poder y plata. En pocas palabras, un hombre que todo lo puede. ¿Qué tanto influyó Superman en la aparición y fortalecimiento de este modelo? ¿Es esa una camisa de fuerza o habrá acaso otras formas de ser hombre?

Por: Vladimir Charry

Aunque para muchos sean sólo personajes de ficción, los superhéroes nos han encartado con una herencia real, de peso casi insostenible para todos los mortales. Y Superman sí que nos ha dejado en problemas a todos los hombres del planeta porque es, básicamente, un héroe y modelo de hombre que se posó en nuestras cabezas y allí se quedó como canon de masculinidad. Robert Bly, escritor y poeta norteamericano, y autor del libro Hombres de Hierro, asegura que, entre la década de los 40 y 50, muy cerca del nacimiento de Clark Kent, apareció “un hombre americano que se transformó en un modelo de masculinidad adoptado por muchos otros”. Este personaje trabajaba responsablemente, era capaz de solucionar cualquier problema, mantenía a su esposa e hijos, y admiraba la disciplina.  

El modelo tradicional de masculinidad se resume en una expresión: “el superhéroe”. Una identidad construida sobre la base de dos pilares: el hiperdesarrollo del yo exterior, expresado en la necesidad de hacer, lograr y actuar y, para completar, la represión de las emociones. Así lo expresa el psicólogo argentino Jorge Corsi. En palabras francas, los hombres han creído por años que pueden hacer y solucionar cualquier cosa: “todos unos chachos”. Y, además, han coartado su libertad para expresar lo que sienten, sobre todo si por ello pueden ser sindicados de débiles e incapaces. Una actitud represiva que, con el tiempo, deriva en estrés psicológico y que, además, puede ocasionar enfermedades y problemas de salud.

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La lección se aprendió de tal manera que el profesor Tom Lutz, de la Universidad de Iowa demostró hace unos años que los hombres lloran cuatro veces menos que las mujeres: mientras ellas se permiten 64 episodios de llanto en promedio anual, los hombres sólo lo hacen 17 veces. El informe agregó que los hombres lloran cerca de cuatro minutos por episodio, mientras las mujeres se “desahogan” durante seis o más. 

El respetado Superman regaló otro empujón a los hombres para que siguieran considerándose protectores de las mujeres, cuando volaba con Luisa por los cielos y la salvaba de más de una desgracia. Eso sucedía en los años 60 cuando el feminismo empezó a derrumbar la idea del hombre como único protagonista y ser salvador. El ingreso de la mujer al espacio laboral desdibujó la imagen del hombre como único capaz de sostener a su prole y le dio fuerza y herramientas a la mujer para enfrentar su vida, incluso, en soledad. 

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Hoy no existe la masculinidad. Hay, en plural, masculinidades, muchos modos de ser hombre. Ni hombre blando ni hombre duro incapaz de expresar sus sentimientos. Así pues, la decisión de ser un hombre de tal o cual manera es de cada uno. Yo, por ejemplo, confieso que el traje de Superman me queda grande: mido poco, mi carne no es tanta y al calzoncillo rojo me tocaría meterle unos centímetros. Un par de veces al año me pego una llorada. Nací en la provincia, así que mi sangre es roja como la de todos los mortales. Es mejor dejar de ser supermanes, basta con ser manes.

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