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Una visita guiada a las profundidades del templo del Acordeón en Valledupar

Por: Jenny Cifuentes @Jenny_Cifu

Arranca el Festival de la Leyenda Vallenata que en su edición número 48 hará un homenaje a la Dinastía López. Suenan los acordeones. Empieza la parranda más grande del año en la que virtuosos acordeoneros se disputan la corona de Rey Vallenato. El más duro vencerá en duelos de merengues, paseos, puyas y sones que el público disfrutará hasta la madrugada del 2 de mayo. En el marco del evento quisimos saber más sobre su protagonista: el acordeón. Fuimos al Museo del Acordeón ubicado en Valledupar y hablamos con el piloto de esta casa inundada de fuelles, el gran Beto Murgas. 

“La negra, dice que ella no me quiere, pero, yo sí quiero a mi negrita”, la frase que se ha oído hace décadas en radio, discos y parrandas, hace parte de la canción La Negra escrita por Beto Murgas,  tremendo compositor y acordeonero cerebro de batatazos vallenatos como Nativo del Valle grabado por Los Hermanos Zuleta, La Gustadera, Mujeres Como tú y La Chinita, registradas por El Binomio de Oro, o Mi Casa Risueña plasmada en la voz de Diomedes Díaz.

A Murgas le han grabado más de 90 canciones, él, además de inspirado hacedor de cantos y poderoso acordeonero, obseso por el instrumento y seducido por la historias remotas de la música vallenata, se dedicó a investigarlas. En 2013 abrió en su casa en Valledupar El Museo del Acordeón, para poder mostrar al  público el viaje que a través de los tiempos ha tenido el vallenato. 
Las paredes del lugar exhiben en pinturas, libros y discos, relevantes apartes del folclor.

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En las vitrinas del Museo se ven todo tipo de acordeones: franceses, italianos, hechos en Valledupar, ediciones que la casa alemana Hohner lanzó para Colombia (uno llamado Rey Vallenato, otro con el fuelle con la bandera nacional y el que apareció el año pasado bajo el nombre de Emiliano Zuleta). Acordeones  antiguos, diatónicos, cromáticos, concertinas y hasta el acordeón del gran Pacho Rada.  

Cuénteme sobre un acordeón bien particular que tenga en el museo
Aquí tengo el tipo de acordeón con el que según cuenta la leyenda de Francisco el Hombre, él venció al diablo.  Dice la gente que Francisco el Hombre derrotó al diablo con un “tornillo de máquina”,  porque resulta que antes había una máquina de coser Singer,  y los músicos de la región no hallaban como entenderse entre ellos para hablar de la marca del acordeón, entonces simplemente dijeron no, eso son como unos tornillos de máquina porque ese sistema lo traían las máquinas antiguas de coser. Es un acordeón que se popularizó en Valledupar en los años 20. 
En el museo se puede apreciar la evolución técnica del acordeón en la música vallenata, acordeones de un teclado, dos teclados, dos y medio y tres que es el más utilizado. 

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¿Cómo inició esta idea de abrir un Museo del Acordeón?
El detonante para que iniciara con el museo fue un acordeón que compré para mi hijo cuando era pequeño y él no lo quiso. En 1982, cuando mi hijo (Beto Murgas Jr. antes integrante de Gusi y Beto) tenía cinco años, se lo compré pero me lo rechazó porque él quería era uno grande.

Se sintió engañado ya que el del regalo tenía dos hileras y siempre me veía tocar en acordeones de tres. Hoy en día le doy gracias por no haberlo querido, porque lo guardé y algún día fui a arreglar uno de los míos donde Ovidio Granados (maestro técnico de acordeón), y me encontré un acordeón de una hilera que era de un arhuaco.  Ahí empezó todo. Ya yo tenía esos dos aquí,  y con esos dos, en los 80 empecé a hacer un trabajo de campo con los viejos juglares.  Entrevisté entre otros a Pacho Rada, al viejo Emiliano Zuleta y a Lorenzo Morales “Moralito”, para que me explicaran cómo eran  los acordeones de antes.  Hablar con ellos me despertó esa inquietud de investigar  y derivó en esto que tengo ahora que es el museo. 

Un sitio cultural que abrí para que la gente entienda el proceso de la música vallenata.  Porque lo que quiero es que la gente no crea  que el vallenato es sólo lo que está hoy, lo que se presenta en las tarimas, sino que ha tenido un camino. Por ejemplo, antes de que el acordeón llegara aquí ya existía la trifonía de la música. Ya existía el carrizo - que fue lo que el acordeón reemplazó -, el tambor  y la guacharaca o la maraca. Te hablo de trifonía porque estaba el aerófono que es el carrizo, el membranófono que es la caja y los idiófonos las maracas o la guacharaca. 

¿Hay varias teoría de cómo llega el acordeón a Colombia, usted cuáles acoge?
Sí. Hay varias.  Nosotros siempre decimos que entró por Riohacha, por el Cabo de la Vela.  Los sabaneros también dicen que fue por allá, por Coveñas, por Tolú, porque también hay mar y en ese entonces esos instrumentos llegaban en barco. También arribó de esta manera: resulta que hubo una época en la que el europeo comenzó a inmigrar  y aquí llegaron familias alemanas de apellido Strauss. Los miembros de esa familia desde allá, empezaron a enviarles acordeones a sus sobrinos que estaban acá. Tengo un acordeón que terminó aquí de esa forma. 

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Los acordeones son muy caros, ¿cómo los adquirían en el pasado los juglares campesinos?  
Es que antes los acordeones no eran demasiado caros.  En eso ha incidido la funcionalidad.  Lo que pasa hoy es que el acordeón es comercial. Ahora la gente gana dinero con el acordeón, antes no, antes se usaba por gusto, para beber. García Márquez dice en Cien Años de Soledad que Úrsula no quería que Aureliano aprendiera a tocar acordeón porque  eso era para sinvergüenzas, para mujeriegos y bebedores de ron. Si mi mamá, cuando yo quise empezar a tocar acordeón ¡me la escondía!

¿Desde cuándo se empezaron a intervenir aquí los acordeones?  
Desde la década del 70 más o menos. Nuestros técnicos los arreglaban y empezaron a hacerles unas tonalidades más altas.  Los intervinieron, porque en esa época en los conjuntos vallenatos empezó a haber un cantante (antes el acordeonero era quien cantaba)  y de acuerdo a sus tonos le exigía al acordeonero que le tocara más alto.

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¿Cómo ha conseguido los acordeones del museo?
Unos los he comprado y otros me los han donado.

¿Quiénes han donado instrumentos?
Emilianito Zuleta, Andrés “El Turco” Gil, Félix Carrillo, Nélson  Gnecco, Jesús Namén, Peter Manjarrés gestionó un bandoneón que me hacía falta para tener todos los aerófonos. 

Los acordeones más viejos,  ¿quién los tenía?
Félix Carrillo (compositor e investigador)  y el villanuevero Luis Moya que vive en Chicago quien me trajo tres de allá. Resulta que  hace dos años hice un artículo que salió en la revista del Festival Vallenato y él se emocionó tanto que compró tres acordeones antiguos y los trajo.  Con ellos fue que el también investigador Julio Oñate y yo, empezamos a dictar conferencias  en varias partes de Colombia. Estuvimos en el Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, en el Teatro Amira de la Rosa en Barranquilla, y nos percatamos de que a la gente le gustaba mucho oír estas historias de los acordeones. 

¿Todo este proyecto ha sido gestionado por usted?
Sí. He pedido apoyo a la gobernación, pero a ellos les gusta es hacer pavimento.

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¿Tiene acordeones de figuras relevantes?
Claro.  De Pacho Rada, de Felipe Paternina y el más reciente de Emiliano Zuleta, el instrumento fue lanzado el año pasado por la casa Hohner y lleva marcada la firma de Emiliano. “Zuleta es la tercera persona en el mundo en tener el honor de que un acordeón lleve su nombre” dijo un vocero de Hohner. 

¿Cuál ha sido el más raro y difícil de conseguir?
Hay unos acordeones rusos que tienen una historia rara.  Resulta que en la época de los famosos marimberos, uno de ellos quiso congraciarse y traerle un acordeón extraño a un músico.  Al parecer compró dos y cuando los trajo fue un fiasco porque ninguno los supo tocar, la razón es que eran unos acordeones cromáticos, que se ejecutan con una técnica diferente a la que usamos nosotros. Y esos acordeones empezaron a deambular por ahí, nadie sabía dónde estaban. Un día luego de buscar largo tiempo, encontré uno empeñado y lo saqué. El compañero de ese lo ubiqué en un taller donde arreglan acordeones y lo tenían también ahí desperdiciado, pues  logré rescatar esas reliquias. Son acordeones rarísimos. 
 

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