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Una cachaca, rockera, en pleno lanzamiento de Silvestre en Valledupar

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Crecí en la Bogotá de los años 80 en un momento en el que escuchar vallenato era un pecado. Vi cómo nació el rock en español y en plena violencia de los años de Escobar aprendí a adorar la cultura gringa más que la nuestra.  El vallenato era algo que escuchaba en los paseos de carro cuando el calor se tornaba insoportable y calculábamos que muy pronto veríamos el mar. El vallenato simplemente no lo entendíamos, no lo bailábamos y si alguien nos sacaba a bailarlo en las fiestas de colegio lo obvio era rechazarlo.

Inicié mi carrera en la industria musical en 1995 en una tienda de discos de las que ya no existen. En 1998 entré a mi primera gran disquera donde trabajé con varios álbumes de Marylin Manson, Limp Bizkit, Blink 182 y Eminem, y años más tarde tuve la oportunidad de mercadear a Ricardo Arjona, Marc Anthony y la reina colombiana del pop, Shakira.  Pasar del rock al pop no me era tan ajeno; fue duro pero nunca se sintió como una traición a mis principios musicales. Sin embargo en el 2013 pasó lo que nunca pensé que iba a pasar: me nombraron directora de marketing de todo el repertorio de Sony y eso significaba enfrentarme al género que había hecho que la disquera fuera reina del mercado por tantos años, el vallenato.

Me enfrentaba por primera vez a un sonido que ni entendía, ni sabía en qué momento se había tomado la industria y se había vuelto tan importante para una nueva generación de colombianos. En el 2013, el año que cambió mi historia musical, me tocó trabajar con el álbum “La IX Batalla”, noveno disco en la carrera de Silvestre Dangond. Yo, la rockerita, la que pensaba que todo lo sabía, para quien la música vallenata era un género que simplemente no llegaba a dimensionar,  no conocía sus raíces y veía una cultura que chocaba con mis muchos años de feminismo alborotado.

Ese año, Silvestre nos presentó a los miembros de la disquera el repertorio del álbum. Nos contó canción por canción la historia que cada compositor había plasmado en ellas. Hasta el momento solo eran maquetas a guitarra y acordeón donde Mr. Dangond cantaba a pulmón herido. Lo que yo no sabía es que esa tradición juglar de contar historias que van escuchando y las trasmiten de una generación a otra, hacía parte de un acto que lleva años y años siendo protagonista nuestro folclor, aunque muchos no quisiéramos reconocerlo. En ese momento entendí que la música trasciende géneros, que las historias vienen en diferentes formatos y que este tipo tenía un magnetismo que era inevitable ignorar. La reunión finalizó con la confirmación de la famosa fecha de lanzamiento del álbum en Valledupar.  No solo tenía que escucharlo, entenderlo, pensar en una campaña para lanzarlo, sino que a esto se sumaba ir a este evento. Y yo que ni siquiera sabía qué era un Festival Vallenato.

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En Valledupar el evento incluía una caravana por toda la ciudad, se esperaba una asistencia masiva, y ese día fue declarado cívico por el alcalde. El viaje llegaba después de una controversial campaña que hicimos de la mano de Silvestre que apoyaba el concepto de “La IX Batalla”, que se presentaba como  un tributo a los soldados colombianos, mientras los medios lo atacaban porque argumentaban que glorificaba la guerra. Quien ha estado en esta industria sabe que cada álbum es una batalla personal muy fuerte, pero a Silvestre no le perdonan nunca nada.

Valledupar se convirtió en un mar de gente cubierta de camisetas, gorras y pañuelos rojos que identifican al Silvestrismo, su movimiento de fans. Mientras visitábamos las emisoras de la ciudad el manager del cantante me decía que estaba preocupado por mi seguridad. Yo no entendía por qué, pero cada emisora que visitábamos se iba llenando de silvestristas, las puertas amenazaban con caerse, e incluso hubo una donde vimos gente que se había trepado al techo para poder ver a su ídolo. Una caravana de motos y de carros decorados con el arte del disco nos seguían por toda la ciudad tocando el disco al volumen más alto posible. 

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“Como en el primer concierto de Metallica en el Simón Bolívar, cuando Silvestre apareció en tarima el piso se sacudió. El álbum había salido tan solo unos días antes y 35 mil personas lo cantaban como si fueran sus grandes éxitos”.

Más tarde comenzó la caravana liderada por un Silvestre que, desde una camioneta, animaba a la gente, mientras el recorrido era ambientado por unos picós que tocaban el disco completo a full volumen. En medio de este mar rojo vimos cómo un padre le pasaba a Silvestre su hijo de 4 meses para que lo bendijera. La gente echaba maizena, agua, pólvora, era un verdadero caos, una experiencia macondiana. Después de varias horas desembocamos en el famoso Parque de la Leyenda para rematar con un concierto. Periodistas de un canal internacional de videos que habían venido a documentar el lanzamiento me decían que nunca se habían imaginado la magnitud del fanatismo por el cantante.

Como en el primer concierto de Metallica en el Simón Bolívar, cuando Silvestre apareció en tarima el piso se sacudió. El álbum había salido tan solo unos días antes y 35 mil personas lo cantaban como si fueran sus grandes éxitos. Mis Converse negros habían estado en el Vive latino, en el Pepsi Rock, en tantos sitios saltando música de otros continentes, y aquí estaban acompañándome en esta nueva aventura y aprendiendo de la música de mi casa, 40 años un poco tarde. 

Ese 2013 Silvestre fue carátula de Shock, la revista musical de mayor trayectoria en nuestro país.

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Le conté a mi esposo sobre esta columna y me preguntó: “¿y es que ahora te volviste vallenatera?” "No. Y se dice ´vallenata´, pues “vallenatero” tiene un tinte despectivo y nuestro folclor no tiene por qué tener una gota de eso", le contesté.

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