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Simpatía por el diablo: El origen del mito de Lehder y los Stones

¿Este de verdad es el primer concierto de los Rolling Stones en Colombia? ¿De dónde surgió este mito?

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Mónica Lehder

Cuentan que en Colombia había un narco con tanto billete y poder que quiso traer, antes de que fuera por lo menos imaginable, a las más grandes leyendas del rock. Pertenecía al cartel de Medellín, una organización tan poderosa que se dice que llegó a exportar más del 80% de la cocaína que se consumía en Estados Unidos. Sus negocios los combinó con su gusto por la era hippie del rock; le rendía culto a Los Beatles y Los Stones. El mito reza que él intentó, antes que cualquiera, ponerlos a cantar en nuestras tierras. Muchos quieren creer que lo hizo en secreto. Recorrimos los caminos por los que se originó ese mito que vinculó a uno de los capos más atípicos del narcotráfico, Carlos Lehder, con sus "majestades satánicas": los Rolling Stones. 

Por: Fabián Páez López @Davidchaka // Fotos Posada Alemana: Felipe Giraldo Orozco // Fotos Lehder: Archivo personal de Mónica Lehder

Mientras Mick Jagger estaba comiendo oblea en el centro de Bogotá antes de dar su primer concierto en la ciudad (Vea: La verdad detrás de la oblea de que se comió Mick Jagger), yo estaba en Armenia y le pedía a un taxista que me llevara a las ruinas del que, sin duda, fue uno de los primeros templos del rock en Colombia: el Hotel Posada Alemana. Fue allí desde donde se manejó, hace más de 30 años, el imperio de uno de los tantos narcotraficantes que marcaron el rumbo del país, Carlos Lehder.

A estas alturas, tanto del hotel como del poderío económico que alguna vez tuvo Lehder solo quedan escombros, pero las historias alrededor de su imagen siguen construyéndose entre la gente; alimentadas de chismes, fascinación y narconovelas. Carlos Lehder fue uno de los capos más pintorescos e increíbles que ha tenido el país. De él se ha dicho que era a la mafia lo que Mick Jagger era al rock. Lo llegaron a conocer como "El Loco". Según varias de esas historias, fue uno de los primeros en soñar con que sus majestades satánicas, los Rolling Stones, vinieran a Colombia.

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¿De dónde carajos surgieron esas narraciones fantásticas que vinculan a un narcotraficante convertido en ídolo pop criollo, con los patrones del rock?

Después de cumplir con la conversación cliché sobre el clima de la ciudad, le pregunté al taxista por el antiguo dueño del lugar al que nos dirigíamos. Como la mayoría de personas que crecieron en Colombia entre los 80 y 90, él también tiene una historia que lo vinculó de alguna forma con la vida de un narcotraficante.

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Yo crecí en una familia muy pobre. Cuando tenía como 12 años, mi mamá me mandaba a pie todos los sábados por este camino a La Alemana. Allá hacíamos fila y nos daban el mercadito semanal. Recuerdo que nos daban manteca, tres libras de arroz, panela y papa. Mientras él (Lehder) estaba ahí, antes de que le montaran la perseguidora, siempre le ayudaba a los que lo necesitaban. Ese fue el único contacto que yo tuve con él.

La historia de los excesos de generosidad de Lehder en Armenia es bien conocida, y comenzó con un regalo dudoso que le llegó al gobernador del Quindío: un avión. Cuenta el periodista Jorge Orozco Dávila, con quien hablé la noche anterior en su despacho de la Cámara de Comercio, que a finales de 1979 el gobernador recibió una carta proveniente de una “empresa filántropa” radicada en las Bahamas. En la carta decía que la compañía estaba premiando con la nave a las regiones emergentes que demostraban su progreso. “Casualmente”, el lugar merecedor de ese honor era la tierra natal del hombre que firmaba el mensaje. Al poco tiempo, Lehder hizo llegar al gobernador un avión con sus respectivas instrucciones. Orozco Dávila conoció el documento de primera mano y publicó una crónica titulada Extraño regalo al Quindío. Desde ese entonces, las sospechas por su generosidad desbocada empezaron a despertarse y en Armenia aparecerían, cada vez más, bienes de lujo nunca antes vistos. 

Tiempo después, Lehder, que vivía en Estados Unidos, volvió a su ciudad natal e hizo realidad el proyecto de La Posada en paralelo con el crecimiento de su carrera como uno de los capos en el tráfico de marihuana y cocaína. En la zona empezaron a circular autos último modelo, cuatrimotos y celebridades criollas de todas las calañas. Carlos Lehder fue líder del cartel de Medellín y a él, junto a los otros capos que se enriquecieron de la noche a la mañana, los apodaron “Los Mágicos”, como si fueran Los Súper Amigos de DC Comics.

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El Hotel Posada Alemana contaba con pista de motocross, caballerizas, un par de leones, un cóndor enjaulado, un monumento a John Lennon que llevaba tallada en el pecho la herida del disparo que le propinó Mark David Chapman, y una discoteca ochentera con todos los juguetes que podía tener en esa época un recinto destinado a la fiesta. El nombre de esa discoteca también le rendía tributo a Lennon, y fue justo allí donde, seguramente, se gestaron los mitos musicales alrededor del capo.

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***

Hoy en día La Posada Alemana no está del todo abandonada. Al llegar nos encontramos con un tipo mayor y de gafas negras que decía haber heredado el cuidado de esas tierras hace ocho años, cuando el secuestre que había puesto la policía de estupefacientes lo dejó a cargo. De lo mucho que había ahora quedan tres cabañas rústicas que aún se conservan con su color blanco intacto y en las que habita la familia del tipo que nos recibió; el resto es una pila de escombros, putrefacción y rastros de saqueo. Lo que anteriormente era el lobby, ahora tiene el techo roído y las paredes rotas; a la pequeña jaula donde estaban los leones se la tragó el monte y ya ni se ve; las tuberías, sanitarios y la estatua de Lennon fueron robadas; y la discoteca, a duras penas, conserva su estructura.

Cada tanto veía en el piso huecos que parecían recién abiertos. La gente todavía le tiene fe al capo y busca a escondidas alguna caleta que los saque de pobres.

La antigua Discoteca Lennon es el lugar que más excavaciones tiene a la vista y también parece estar a punto de caerse. Aunque no estaba lloviendo, el agua estancada se filtraba entre lo que quedaba de su estructura de domo y olía a madera podrida. El lugar en el que se debieron haber librado tremendas fiestas fue el que sufrió el peor destino posible. De su aura ochentera solo quedaron vivos los espejos de las columnas en la pista de baile y uno que otro dibujo borroso en la pared. 

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