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Mateo Kingman nos lleva en un viaje sonoro a la Amazonía ecuatoriana

Mateo Kingman nos quiere sumergir en el verdor selvático de la Amazonía ecuatoriana con su música y nos espera en Estéreo Picnic 2017.

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Mateo Kingman nos quiere sumergir en el verdor selvático de la Amazonía ecuatoriana con su música y nos espera en Estéreo Picnic 2017. 

Por Fabián Páez López // @Davidchaka 

En el Ecuador amazónico, en la cabecera del cantón Morona, está ubicada la ciudad de Macas. Un territorio que desde antes del periodo de la conquista habitó una comunidad conocida por ser uno de los pocos pueblos que resistieron a la presión, primero del imperio Inca, y luego de los españoles: los shuar, que dicho sea de paso, todavía habitan la zona.

A este pueblo se le conoce porque son avezados en la utilización de plantas curativas; y también porque generaciones pasadas practicaron el tzantza, o la reducción de cabezas, un procedimiento místico que momificaba la extremidad superior de los rivales al tamaño de un puño para conservarla como amuleto.

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Hoy, como pasa en muchos rincones de Latinoamérica, Macas es uno de esos lugares que funcionan como un punto de encuentro entre el mundo indígena y los que somos hijos de la colonia. Un caldo de sincretismo cultural que termina por convertirse en propuestas como la de Mateo Kingman.

Él, cantautor, y criado en Macas, es uno de esos músicos que han hecho cuajar la electrónica, y los sonidos globales con los sonidos primarios, como la caída de las cascadas, el correr del viento o el verdor espeso de la selva. Es un fenómeno amplio y creciente. Una vuelta hacía las raíces que se repite cada tanto en el arte, y que parece ahora está explotando en la música. Así como Elysia Crampton reivindica las luchas de los indígenas en Bolivia con electrónica experimental, o Bomba Estéreo celebra las raíces de la cumbia en Colombia con fusiones, Kingman retomó lo que tenía a su alrededor para adornarlo con lo que nos ha dejado la tecnología. No al contrario. Así le dio vida a su primer álbum, Respira, publicado en 2015.  

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Ahora antes de pisar suelo colombiano en el Estéreo Picnic 2017, Mateo nos cuenta su historia: sus orígenes en Macas, el contacto con la música y la relación entre lo urbano y la selva.

La selva, la fiesta y la ciudad: de Atahualpa Yupanqui a Moderat

Yo crecí en la Amazonía. Estuve ahí desde los dos hasta los 20 años. Mi música, o mejor, mi primer álbum, Respira, es la síntesis de varias experiencias y de una vida muy cotidiana, pero que al mismo tiempo transcurrió en un entorno muy poderoso, que es la Amazonía; es la búsqueda de plasmar todas esas vivencias, sensaciones, no sé si conocimientos, pero sí aprendizajes. Este primer proceso es el relato de esta etapa de mi vida en este lugar.

Mi pueblo se llama Macas, queda en la provincia de Morona Santiago, en la frontera con el Perú. Específicamente en un lugar que se llama La Cordillera del Cóndor, una pequeña elevación amazónica. Es un lugar muy especial porque al haber elevaciones, o bueno, pequeñas elevaciones, hay muchas cascadas. Es como la tierra de las cascadas.

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Macas es un pueblo con mitad de población mestiza y mitad de población originaria, milenaria, el pueblo shuar. Ellos habitan La Cordillera del Cóndor milenariamente, y pues claro, en el momento de la colonización se dio un encuentro y una mezcla. Si bien yo no viví en una comunidad shuar en plena selva, Maca está ubicada en el territorio shuar y se comparten muchísimas cosas culturales. Desde la comida, hasta las fiestas y las músicas. En cierta manera, es inevitable estar inmerso en algunos aspectos de su cultura.

Yo tengo dos bloques muy fuertes de influencias musicales. Uno de ellos son las músicas tradicionales, porque mi mamá escuchaba muchas músicas tradicionales de la Amazonía y de Latinoamérica en general. Digamos que la parte más orgánica del disco, o de mi composición, viene de ahí, de escuchar música shuar, o del pacífico ecuatoriano, o música andina; a Simón Díaz de Venezuela o a Atahualpa Yupanqui. Hubo mucho bagaje en ese sentido. Y la otra rama fue mi propia búsqueda musical. Esa ya viene con la experimentación, con escuchar Hip Hop, y Moderat o yo que sé.

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La parte contemporánea es porque, inevitablemente, somos seres globales y en esta era te llegan muchas cosas externas que también están bien. Al momento de hacer el disco salieron estas dos ramas para unirse; de cierta manera, buscando equilibrio entre lo orgánico y lo electrónico.

Las fiestas amazónicas son muy especiales. Todas las festividades tradicionales en el Ecuador son muy distintas unas de otras, porque tenemos las tres regiones muy marcadas. En la costa, en los Andes y en la Amazonía tienen formas diferentes de festejar. En la Amazonía se toma solamente chicha toda la noche y se baila una mezcla de músicas tradicionales shuar con cumbia. De cierta manera se llega a un trance en algún punto de la noche y me parece que la similitud, o la característica que une a las fiestas de allí con las celebraciones contemporáneas, es justo esa posibilidad de entrar en un trance. Es por eso que para mí, los elementos de música electrónica pueden combinar con estos elementos más rituales, tal vez, (no sé si decirlo) más chamánicos. Porque de alguna u otra forma se complementan en esta idea del trance o a la repetición.

Tal vez el mundo urbano, y la fiesta urbana, están súperconectados con la cabeza. Están conectados con el aire, con las cosas que suceden en la cabeza. Y tal vez incluir esta propuesta más orgánica, que justamente es más terrenal, te puede remitir a bajar un poco; hacía poder disfrutar igual de los amigos y de la música, pero a través de la tierra, no solo de la cabeza. A través también del corazón, tal vez. A conectar otro tipo de sentimientos: la cabeza con el corazón u otro tipo de conexiones. Pero tiene que ver con la tierra, con el suelo, con pisar...

Justo en el momento de producir, la idea es no opacar los elementos orgánicos o las cosas más acústicas. Como, por ejemplo, el ambiente de una cascada que yo grabé, o el sampler de unas músicas tradicionales, de flautas, etc. El reto era saber cómo incluir los elementos electrónicos, como el drum machne o los sintetizadores, sin opacar, más bien aportando a estos elementos orgánicos para que realcen o brillen un poco más. Entonces, esa fue la búsqueda: encontrar el equilibrio entre un bombo andino y uno electrónico; buscar el equilibrio entre unas hojas grabadas y el Hi Hat electrónico. Ese justo es mi trabajo.

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Respira, el álbum debut de Kingman

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Respira ha sido un disco muy generoso. Empezamos a trabajar con Aya Records, que es una nueva disquera que sale de ZZK Records en Argentina, y al trabajar con ellos se empiezan a dar ciertas conexiones y entramos en ciertos espacios. Otra gran entrada para dar a conocer el proyecto en otros lugares fueron los mercados musicales como el Circulart de Medellín, FIMPRO en Guadalajara, o el Festival Hermoso Ruido en Bogotá. Hay mucha gente que está en el medio independiente de la música latinoamericana y ha sido muy bonito poder compartir y llevar ese proyecto a esos espacios. Hemos tocado en algunos lugares, pero este año se viene uno mejor.

Después, la parte más importante de tener un disco es la conexión con la gente. La respuesta de la gente ha sido chévere, porque a veces es un poco raro al principio, pero también hay mucha gente que se conecta y también lo hacen con sus propias vidas. Es importante que reinterpreten a su propia manera y que conecten estas ideas, estas experiencias, con sus propios momentos y sus propias vidas.

Acá en Ecuador trabajamos con Ivis Flies, que es un productor muy grande y muy reconocido; que ha hecho muchas cosas con las músicas tradicionales ecuatorianas y también con la fusión.  Ha experimentado mucho. Con él hicimos el disco y él ya tenía unas redes y unos espacios consolidados, pero me parece que el salto para el ecuador es cuando sale Nicola Cruz. Él trabaja con ZZK, tuvo un éxito fuerte y vino la gente de ZZK  a Ecuador y quedó un poco loca con lo que hay. Se sorprenden de que no solo hay Nicola Cruz, sino que también hay otros proyectos que están experimentando y siguiendo estas líneas sonoras. Ahí se empiezan a abrir las redes y los caminos, pero Nicola Cruz es uno de los responsables muy importantes para que el Ecuador se ponga en los ojos de esta gente que mueve las redes de música independiente latinoamericana.

¿Por qué volver a lo orgánico?

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Se ha experimentado con bastantes géneros de distintas músicas en Latinoamérica. Pero en este momento los creadores se están reconectando con su origen, con los orígenes de sus propios espacios. Me parece que también hay una reconciliación con el mestizaje, una necesidad de identificación con lo que eres, de dónde vienes. Ya no una búsqueda de lo externo. Ya no hay esta idea de que lo de afuera es lo que sirve y de que lo que nosotros tenemos no sirve para nada, sino todo lo contrario: es un momento de reencuentro, de revitalización de lo propio, de la mezcla, del mestizaje especialmente; de aceptar que somos una mezcla de muchas cosas. Al aceptar eso, empiezas a encontrar muchísimos elementos de la música que puedes reutilizar, porque no es ni siquiera redescubrir, porque ya estaban ahí, sino reutilizar. Decir: ‘tengo esto, es parte de mí, ¿cómo puedo reutilizarlo y llevar la tradición adelante a través de la innovación?’.

Creo que los movimientos o las tendencias sonoras se van dando de esa manera. Siempre es una necesidad popular, cultural, del pueblo. No solo es de parte de los creadores que se da esta experimentación, sino también de parte del público que pide que se lleve a la práctica esa sensación de reencuentro con lo mestizos que somos: que se cristalice esa sensación. Y a través del arte se cristaliza. No necesariamente de la música. En los años 60 o 70 también, en la pintura del Ecuador, fueron Guayasamín y Kingman quienes empezaron a conectarse fuerte con lo que veían, con el indigenismo; y en otros países también pasó. Son ciclos que se repiten. Tal vez ahora es en la música.

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