Imagínese que después de muerto, su esqueleto, o el de un amigo, adorna las paredes y techos de una capilla en un sótano.
Texto: Vanessa Ruggiero - @ginnygranger
Por siglos, calavera, costillas, rótulas, vértebras y mandíbula estarían expuestas ante turistas y curiosos, quienes le dejarían de regalo monedas en las órbitas de los ojos o en el hueco de la nariz.
Algunos habitantes de Kutná Hora, en el oriente de República Checa, podrían preguntarse si ese podría ser el futuro de sus restos o el de sus descendientes de ser enterrados en el cementerio de la capilla-osario de Sedlec: un lugar famoso por sus decorados de huesos, a 80 kilómetros de Praga. Porque si la familia es de la zona, ¿no sería probable que algún antepasado esté en el osario, desnudo, frente a extraños con cámaras entre las manos?
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Ahora, un extranjero o visitante que ignora a quién pertenecieron esos fémures y costillas no se inhibe con su cámara en este lugar declarado como patrimonio por la Unesco: los esqueletos transformados en rosetas, cálices y pirámides no producen temor, sino admiración -al menos eso sentí yo, a otra persona bien podría helársele la sangre-.
Las primeras fotos de las que se tiene registro en el osario datan de 1870 -de acuerdo con un video sobre la renovación en curso de la iglesia- y gracias a ese material fotográfico los restauradores podrán repetir parte del trabajo, hoy desaparecido, del carpintero František Rint en la séptima década del siglo XIX: las columnas de cráneos y las calaveras encima de los confesionarios.
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Afortunadamente, otros trabajos de Rint no se han hecho polvo en la capilla. El candelabro con los 206 huesos del cuerpo humano, de donde cuelgan a simple vista el sacro, las vértebras y falanges o falangetas, así como el escudo de armas de la familia noble Schwarzenberg -adornado por un cuervo que le saca un ojo a un turco mueco-, parecen casi intactos. Dicen las guías sobre Rint, que él desinfectó y decoloró los huesos con cal clorada, y por tres años cumplió las órdenes de darle mantenimiento al osario bajo el mandato de la familia Schwarzenberg.
Orgulloso de su obra -y tenía razón para estarlo-, Rint atornilló fecha y firma a una pared con mandíbulas, vértebras, clavículas, tal vez costillas, y lo que parecen huesos de los brazos. Sin embargo, Rint no fue el único en acomodar esqueletos humanos de una manera estética -casi digo esquelética- en esta capilla. Un siglo antes que él, Jan Blazej Santini-Aichi también metió mano, y según una leyenda, un monje medio ciego habría intervenido Sedlec en 1511, y habría recuperado la vista con ese trabajo.
A Santini-Aichi y a dicho monje se les adjudican las pirámides de calaveras y fémures que se elevan hasta el techo, a unos tres metros de altura, en cuatro esquinas de Sedlec. Sean estructuras del año 1500 o 1700, en el suelo habría una pista sobre su antigüedad: fragmentos de hueso, polvo óseo. Para remediar esa descalcificación de las torres, los expertos planean desmontarlas y rehacerlas aunque no tienen ni idea de cómo se sostienen. Por ahora, y, seguramente porque las manos necias de los turistas han querido tocar los cráneos y huesos viejos, hay una reja y una alarma protectora que se dispara si alguien se acerca mucho para tomar una foto o dejar una moneda. Ese ruido es lo más escalofriante de la capilla.
Otras obras esqueléticas, estas sí de Santini-Achi, son los cálices en el vestíbulo -construidos con caderas, fémures y cráneos-, las custodias, el dosel central -una especie de ciempiés- y las guirnaldas. “Podríamos equivocarnos al considerar la decoración del osario como bizarra. Estos ornamentos son propios de la piedad en la época barroca”, señala una información en la pared en el segundo piso de la capilla. Y otro par de guías hacen una advertencia similar: la calavera con dos huesos cruzados en Sedlec, un ícono asociado por lo general con la muerte, los piratas, o con las etiquetas de productos tóxicos, aquí en cambio representa “memento mori”, un “acuérdate de la muerte” y de la salvación que viene.
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En total, los esqueletos de unas 40 mil personas, víctimas de la plaga en el siglo XIV, y la osamenta de otras diez mil, caídas en combate durante las guerras husitas en Kutná Hora en la primavera de 1421, embellecen ahora Sedlec y hacen referencia a ese recordar que moriremos.
Sin embargo, antes de ser un osario, el cementerio de Sedlec ya fascinaba a los vecinos de República Checa, por el siglo XIII. En esa época, polacos, belgas y bávaros querían ser enterrados aquí porque, según una leyenda, un abad habría transportado tierra del Gólgota hasta Kutná Hora por órdenes del rey. Hoy, sea por fevor religioso o por mera curiosidad o por morbo, estos huesos siguen atrayendo a miles -en 2013 se registró la entrada de 3 mil personas- y han dado para inspirar a un par de bandas músicales: Sedlec Ossuary (estadounidense, de metal), y Kutna Hora (argentina, de dark folk).
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Si quiere ver un video (1970) del osario con música y sonidos como de traqueteo de huesos del checo Jan Svankmajer, puede ver el enlace aquí .