Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Cosquín Rock Colombia: fisuras y virtudes de un festival que apenas arranca

Grandes reflexiones sobre lo que está pasando con la escena del rock y los festivales en Colombia.

El festival prometía combinar la variedad de experiencias de Estéreo Picnic con un cartel conformado por agrupaciones consagradas y emergentes del rock latinoamericano. ¿Cómo le fue en su primera edición?

Por: William Martínez  @MartinezWill77 / Fotos: Alejandro Gómez Niño

El Cosquín Rock nació hace 18 años en Cosquín, una ciudad de la provincia de Córdoba, en Argentina, que está al pie de un cerro de bosque denso y achaparrado. Es conocida como la capital nacional del folklore gracias a un festival que, desde 1961, ha sido testigo del crecimiento de íconos como Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa. Por pleitos económicos con la administración de la ciudad, el Cosquín Rock, uno de los festivales más tradicionales del género en Argentina, se mudó a la Comuna San Roque y de allí al aeródromo de Santa María de Punilla, donde actualmente se desarrolla. En 2017, José Palazzo, su creador, decidió llevar al festival de gira por Latinoamérica y eligió tres destinos: Guadalajara, Lima y Bogotá. La intención: saltar la cerca para difundir el rock argentino por todas partes e integrar a las agrupaciones de ese país con sus pares latinoamericanos. 

Al mirar los carteles y los escenarios dispuestos en cada ciudad saltan varias dudas a la vista. Guadalajara: 13 agrupaciones, dos escenarios y Café Tacvba, Caifanes, Los Cafres y Cuca como headliners. Lima: 24 agrupaciones, tres escenarios y Fito Páez, Kanaku y El Tigre Residente y Los Fabulosos Cadillacs como headliners. Bogotá, la última fecha de la gira itinerante: ocho agrupaciones, un escenario, y Aterciopelados, Residente y Los Fabulosos Cadillacs como headliners. ¿Por qué Bogotá parece la caneca de reciclaje de la apuesta del Cosquín en otras ciudades de la región? 

Publicidad

En diálogo con Shock, Palazzo dice que armaron un cartel pequeño para Bogotá por una razón: el éxito de su primer paso a nuevas tierras dependía de reconocer que llegan a una ciudad donde pululan los festivales al aire de libre. Mientras que en Guadalajara Café Tacvba llena tranquilamente el estadio de Las Chivas y en Lima no existía un solo festival de esas características, en Bogotá está Estéreo Picnic y, especialmente, Rock al Parque, el festival gratuito más grande de Latinoamérica, que en su última edición reunió 300.000 personas y presentó, dicho sea de paso, 14 agrupaciones procedentes de la región. 

“Este es nuestro primer paso en Colombia, no nuestro único paso. En esta edición nos preocupamos por plantar una semilla, pues ya decidimos que vamos a quedarnos en la ciudad por varios años”, explica. Con esa idea de familiarizar a la gente con el concepto de su propuesta, Palazzo invitó al periodista argentino Víctor Pintos al Club Bellavista Colsubsidio, donde tuvo lugar el festival el pasado sábado, para dar una charla sobre episodios claves en la historia del rock argentino y el andar del Cosquín. Que la renovación que introdujo en el tango Astor Piazolla en los sesenta fue decisiva para el nacimiento de las primeras agrupaciones de rock en el país, como Los Gatos. Que esa mística de Soda Estéreo, Attaque 77 y otras bandas nacidas en los ochenta fue forjada en años de silencio durante la dictadura militar. Que Fito Páez, Charly García y otros grandes empezaron en bares de mala muerte y consiguieron eco en eventos como el Cosquín. Eso, más que hacer pedagogía para asentar un nuevo festival, inaugura algo casi inexplorado en los festivales de Bogotá: un espacio para entender cómo se funden música, movimientos culturales y política y cómo se empedró el camino de los que harán delirar horas después. Esto acerca la fiesta más a la grandeza que al jolgorio. 

Publicidad

El Cosquín Rock Colombia acertó en explotar varias coyunturas: invitó a Attaque 77, la agrupación de punk rock que hace una década no visitaba Bogotá y cumplía este octubre 30 años de carrera; a Residente, que en el contexto de su tour mundial Somos anormales presentó su primer álbum como solista —una puesta en escena llena de nervio y virtuosismo, alentada por músicos procedentes de medio mundo, que lo aleja definitivamente del estigma que le trajo Atrévete—, y a La Beriso, una banda de Avellaneda que el pasado diciembre agotó aforo en El Monumental, el estadio de River Plate, y no es conocida en Colombia. 

Como headliner por parte del país estuvo Aterciopelados, una agrupación infaltable para el Cosquín al utilizar el rock como vehículo de conocimiento del folklore colombiano. Una agrupación que sí, es legendaria, pero ya no representa gran novedad para parte del público local. Tocan en la ciudad tres o cuatro veces al año, tanto en conciertos públicos como privados, y ahora andan de gira con un compilado que reúne 11 de sus canciones de siempre. Cuando el periodista Víctor Pintos se refirió a la movida musical en Colombia, mencionó a Francisco el Hombre, a Rafael Escalona, a Los Gaiteros de San Jacinto. Del rock no tuvo mucho que decir. Es como si después de Kraken o Aterciopelados no hubiese un relevo generacional y nuestros arsenales de vida se agotaran. Escribo esto y pienso en Los Makenzy, una agrupación bogotana que tocó en la carpa alternativa del festival. Un vozarrón interpretaba canciones de Los Beatles, recordaba a los primeros cantantes del  jazz en Estados Unidos, pero no tenía personalidad. Un matiz propio que lo sacara de la multitud. 

En cuestiones técnicas, el sonido fue limpio, pero nunca estalló ni envolvió. Era posible estar en primera fila y hablar con alguien mientras se oía de fondo la música. Eso le quita peso a la experiencia. ¿Alguien puede borrar de su memoria cuando el baterista de su banda favorita tocaba el bombo y la fuerza del eco sacudía el pecho como diciendo: ¿“cabrón, estás vivo”? Por otro lado, las pequeñas pantallas que acompañaban el escenario a lado y lado eran una lluvia de píxeles: no proporcionaban una vista nítida, ni mucho menos ayudaban a que las personas que estaban al fondo vieran el escenario. 

 Dar una vuelta por la zona —bien podada, limpia, con vista directa a los cerros— para quemar el tiempo mientras llegaba la banda que uno quería ver, resultaba una aventura a pérdida. El espacio interactivo que ofreció el Cosquín, en el que alguien podía agarrar una guitarra y simular que nadaba entre el público, fue una isla desierta durante buena parte de la jornada. Pero lo que quizá más afectó su desarrollo fue la poca presencia de Policía. En algunas riñas que se presentaron, alentadas por litros y litros de Whisky, no hubo intervención de las autoridades. No conviene estar a la deriva en un espacio con 10.000 personas elevadas por la adrenalina. 

Publicidad

El Cosquín Rock Colombia cumplió sus expectativas: recibió sin lío el apoyo de grandes patrocinadores y agotó casi toda su boletería. En 2018, su segundo paso, se podrá juzgar con mayor precisión la novedad de su repertorio —¿insistirán con agrupaciones tan legendarias como reiterativas en conciertos, caso Aterciopelados y Los Fabulosos Cadillacs—  y los cambios logísticos, necesarios para no dañar la convivencia. 

En Colombia necesitábamos primero que se conociera el concepto del festival: puertorriqueños, uruguayos, argentinos, colombianos. Como el desafío era tan grande, necesitamos comenzar con un cartel pequeño. 

Publicidad

Como en Lima no existen estos festivales, el desarrollo fue distinto. Año y medio de preparativos. En Colombia, fue cuestión de meses. 

Conseguimos patrocinadores y cerca de 10.000 asistentes. Combina la variedad de experiencias de Estéreo Picnic con rock latinoamericano. 

La Beriso lleno el estado de River en diciembre y desde marzo hasta octubre, lleno estadios de 10.000 personas. Difundir bandas que acá poco de conocen, el objetivo.

  • Publicidad