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Gústele o no, Bieber en Bogotá dio clases magistrales de cómo hacer pop

Justin Bieber, amado y odiado, llegó a Bogotá para dar uno de los shows más ambiciosos de los que el Campin haya sido testigo.

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En el 2013 Bieber llegó a Bogotá por primera vez, toda la parafernalia de haber rayado la ciudad con un grafiti, le quitó la primicia a lo que fue su inauguración en Colombia con el Believe Tour. Sin embargo, estamos seguros que ese show dista mucho de lo que las más de 17.000 personas que asistieron al Campín  el 12 de abril vieron.

Fotos: Daniel Alvarez /  @Daniel.Alvarez9

Este concierto sin duda deja muchas lecciones sobre la manera de leer el pop hoy en día. Arranquemos por decir que el último disco de Bieber, es una joya que sorprendió a la industria y sobretodo a la masa de haters que había ido cosechando desde sus primeros videos virales.

Seguramente usted habrá escuchado frases como:  “Bieber no me gustaba, pero este disco…” “Me volví Belieber y no me da pena”, “El chinito este se fajó”.

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Y es normal, Purpose se posicionó como una de las joyas musicales del 2016, y se convirtió en el álbum que abanderó la adultez del cantante, donde cualquier avistamiento del pop adolescente, ingenuo y rosado con el que lo conocimos fue borrado gracias a la mano de nombres como Diplo o skrillex.

Arriba, en esa tarima armada de una estructura contundente y lista para ser el mejor escenario fotográfico, Bieber demostró que poco o nada tiene del niño que visitó una vez estas tierras. Su show fue sin duda el perfecto ejemplo de lo que es el pop en estos tiempos: armado de una escenografía impactante, un combo de bailarines enérgicos, una banda contundente y una explosión de emociones gracias a los juegos pirotécnicos logró un éxtasis general.

No hay que decir mentiras, la postura de Bieber es la de un hombre que con la ley del mínimo esfuerzo, logra llenar las expectativas de los miles de asistentes.

Las veces en las que canta son pocas (pero cuando lo hace, armado de su guitarra y su voz puede dejar callado a cualquiera), su baile es soso comparado con el de sus bailarines y su energía no es la más alta; sin embargo, es un gigante en la tarima y la puesta en escena es una de las más ambiciosas – por lo menos en cuando lo que hemos visto en Colombia-.

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Pero basta estar al lado de las niñas llorando y proclamando su amor, a los padres vigilantes de esa idolatría y el efecto que causa con sus movimientos para entender que estamos frente a uno de los más grandes ídolos pop de los últimos tiempos. (Tranquilos, así cómo usted odia a Bieber, sus padres odiaron a sus ídolos más queridos).

Y es gracioso ver cómo las personas que se desbordan en aversión hacia él, caen en el juego de odiar a los símbolos populares para intentar ser diferentes, pero a la vez entran en el mismo círculo vicioso que han recorrido los artistas a lo largo de la historia para demostrar que pueden mover masas.

A Bieber lo han odiado por moda y una y otra vez han tratado de minimizar su poder mediático a punta de argumentos moralistas que tienen que ver con su comportamiento, pero en realidad son muy pocos los que tienen argumentos sólidos a la hora de debatir en contra del canadiense. Sus dos horas arriba de esa tarima fueron una clase magistral de cómo se cimenta un verdadero show pop en épocas millennials.

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