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Homenaje póstumo a ‘Gualajo’: el hechicero de la marimba

Hoy despedimos al pianista de la selva, gigante de la música del Pacífico colombiano.

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Foto: Jorge Oviedo

Hoy, cuando una nueva generación esculpe y da nuevos visos a los sonidos del Pacífico, decimos adiós a  Gualajo esperando que sus anhelos de preservar la tradición no se extingan. Homenaje a una leyenda que contaba cuentos fantasiosos para asustar a oyentes asombrados.  

Por: Jenny Cifuentes // @jenny_cifu

Gualajo tocó como poseído por fuerzas ancestrales invocando el poder balsámico del sonido del pacífico. Fue jefe supremo, domador de la marimba –el llamado “piano de la selva”–, y le acompañó una aureola de misterio: en él se fundió la leyenda personal y la voluntad de no aceptar ningún tipo de concesión cuando de interpretar el instrumento se trataba. Con un largo camino musical resonando la chonta sobre un entramado de bombos, cununos y guasás, José Antonio Torres, un guapireño nacido el 31 de diciembre de 1939 en la vereda de Sansón,  al que sus abuelos desde pequeño apodaron con nombre de pez (“Gualajo”), fue influencia seminal para numerosos creadores de la música nacional actual como ChocQuibTown, Herencia de Timbiquí, La Mojarra Eléctrica, Afrotumbao o Esteban Copete, y profesor de virtuosos como Hugo Candelario González, director  del Grupo Bahía.

Los poderes de la música dictaron su destino irreversible. Como él mismo lo contaba, vino al mundo campesino y entre ritmos: su padre fue un reconocido ejecutor y constructor de instrumentos que trabajaba en la casa, y por eso, por falta de espacios, al nacer, la partera lo acostó sobre una marimba para cortarle el cordón umbilical. Desde ese momento quedó unido por siempre a la madera. Con ese pacto, con su casta y mucho trabajo, se convirtió en uno de los gurús de los aires de su tierra.

Torres, pescador, cazador y agricultor; músico de desbordado talento, fue tremendo intérprete y también hacedor de marimbas. A sus instrumentos los llamaba “marimbas brujas” o “marimbas pensatónicas” que funcionaban, según lo aseveraba, en conexión con su espíritu.  “Gualajo era una biblioteca del Pacífico y del mundo, era hasta filósofo. La ‘marimba pensatónica’, la explicaba diciendo: ‘yo escucho a la cantadora, pienso en el tono y comienzo a tocar’. Su forma de tocar –además de ser zurdo– era muy particular. Siempre tenía la solución para cualquier problema desde su perspectiva. Por ejemplo, a la nota Do, le decía ‘Dos’, y afirmaba que ‘Dos’ era infinito. Conocía tantos ritmos que solo él podía tocar. Eran patrones musicales más largos. De verdad, la sabiduría del maestro era infinita como su Dos”, narra Emmanuel Faisán “Rede”, receptor de sus enseñanzas y cerebro de la banda Afrotumbao.

“Gualajo es el maestro musical más importante que he tenido. Hay que reconocer la magnitud de su sabiduría.  Fue una biblioteca andante”, añade Hugo Candelario. Y es que Gualajo dedicó su vida a aprender e irradiar los secretos de la marimba. Por los surcos de la obra del maestro desfilan sus tiempos de niñez cuando fue parte de la agrupación La Marimba y los Espíritus, al lado de su papá y de sus hermanos; los desfogues junto a su Grupo Gualajo (el que armó en 1998); sus recorridos por las riberas de los ríos de la costa del Cauca y Nariño perfeccionando su técnica; alguna mixtura entre el río y la ciudad; y los cientos de currulaos, bambucos, bundes, jugas, abosaos, andareles y aguabajos que compuso. Muchos de ellos son poemas tonales alimentados con los sonidos de la lluvia, el jaguar, los pájaros, las víboras y todo tipo de sensaciones que produce la selva.

Parte de su material hoy se disfruta en discos que llegaron ser grabados por él después de décadas tocando: Tributo a nuestros ancestros (2000), junto al Grupo Naidy; Esto sí es verdás (2003, reeditado en 2010); El pianista de la selva (2008); ¿Quién será? (2012); y La Familia Torres y La Marimba de los Espíritus (2013). También quedó inmortalizado en documentos  visuales como el espacio televisivo Yuruparí de la televisión pública, en el capítulo Marimba de los espíritus (1993) o el documental Magín & Gualajo, Las dos puntas del pañuelo (2013), en el que aparecía reunido con el también fallecido ícono Magín Díaz, con quien participó en dos cortes del disco El Orisha de la Rosa (2017).
 

Gualajo fue un roble gigante del Pacífico y sus  ramas, sostén de gran parte de la música de la región. Decía que en una época en su casa –en la que vivió su abuelo, su padre y su familia– recibió “hasta Jeques que llegaron de territorios lejanos a disfrutar del sonido de la marimba”, y fue la misma que fue destruida por la corriente del río. Era como un fuerte de la tradición.  Pero los galardones, como los discos, arribaron a Gualajo después de muchos años de estar dedicado a la música. En 2007 la  Embajada y el Ministerio de Cultura de Corea del Sur lo reconocieron como “Maestro del Mundo” en la interpretación de la marimba; en 2008 fue coronado Rey en el primer Festival de la Marimba en Cali; fue premiado en varias ediciones  del Festival Petronio Álvarez, en el que se le rindió homenaje en 2009 y en el que incluso, había sido declarado fuera de concurso tiempo atrás. En 2012 ganó un Premio Shock en la categoría Grabación del Año por el álbum ¿Quién será?. Un año después se le concedió el premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura. Reconocimientos significativos, aunque como él mismo lo resaltaba, en cuestión de premios “la gente le prometió mucho y le cumplió poco”.  “Hizo discos con las uñas” porque lo más valioso era trabajar para que “la tradición no quedara enterrada, como estuvo un tiempo”, enseñando el arte que heredó de su papá y ayudando a enriquecer la música del Pacífico.

Hoy despedimos a este duro que hipnotizó con sus creaciones, traduciendo a percusión las olas del mar y las corrientes del río. Al que cantó a los animales, a la manigua, a lo cotidiano. Al que con maderos narró una región.  Al que lanzó su hechizo en encuentros nacionales, en los festivales franceses Le Vigne y L’Imaginaire, en el Teatro la Ópera de Moscú o en el Encuentro de Marimberos del Mundo en México. Al visionario que en los 80 tocaba hasta salsa con marimba. Al mago que tuvo algunos discípulos y cientos de adeptos; que hace pocos años ofició de profesor en el Conservatorio Antonio María Valencia de Cali y que, preocupado por la música, quiso hacer crecer una fundación para salvaguardar la memoria. Al hombre pujante que pensaba que los músicos poseedores de la herencia sonora tendrían que “ponerse de acuerdo con el gobierno, para no dejar perder la tradición”.  Al veterano fuerte que con ojos críticos decía: “este país está así porque el que está comiendo cree que al de al lado no le da hambre”. Al personaje delgado, alegre, sonriente, de boina, dotado de magnetismo, que inventaba cuentos fantasiosos para asustar a oyentes asombrados.   

Hoy, cuando una nueva generación esculpe y da nuevos visos a los sonidos del Pacífico, decimos adiós a Gualajo esperando que sus anhelos de preservar la tradición no se extingan, y que su sombra y su obra se sientan para seguir diciendo como lo hacía el maestro: “esto sí es verdás”.

 

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