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Lo sandunguera no me quita lo feminista: reflexiones desde Suelta Como Gabete

“Se me cayó la idea de que la estética del reggaetón es machista por completo. De hecho, vi una lógica bastante queer"

“Se me cayó la idea de que la estética del reggaetón es machista por completo. No vi ninguna mujer en bikini montada en un carro de legalidad dudosa, sino que vi una lógica bastante queer.”

(Debo empezar excusándome con Shock y sus lectores por enviar este texto hasta ahora, pero hasta después del almuerzo volví a ser una persona medianamente funcional, a la que ya no le temblaban los dedos por el guayabo y que podía hacer un ejercicio de digitación decente).

Por Carmenza Zá @ZaCarmenza // Fotos: Julián Galán

El guayabo era inevitable teniendo en cuenta que el sábado incursioné en el mundo de la party reggaetonera en, nada más y nada menos, “Alístate que estoy Suelta como Gabete”: la fiesta rola que se ha posicionado como la celebración oficial del reggaetón en la capital. Suelta ya cumple siete años y, en esta ocasión, traía el nombre de #Atrevida.

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Atrevida y feminista no son dos etiquetas que suelan usarse mucho en la misma oración. Básicamente porque, en el imaginario colectivo, las feministas estamos emputadas porque tenemos mal sexo y la amargura no nos deja mover el culo (algo que sí es cierto en mi caso, pero no por feminista sino por soltera).  Toda la discusión sobre la hipersexualización de la mujer ha tenido la mala fortuna de terminar reducida a la anulación de la sexualidad femenina y, en palabras de los mortales, uno tiene que definir si es puta o morronga sin la opción de puntos intermedios.

Lo cierto es que, decidida a vivir la experiencia completa, busqué un amigo con el que me sintiera lo suficientemente cómoda para perrear a lo que marca, pero también para poder –en caso de que fuera necesario– sentarme en una esquina, libreta en mano, a hacer etnografía para la redacción de este texto.

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Cuando digo que la experiencia fue completa es porque incluye los más de 50 minutos haciendo fila para el ingreso y la necesidad de comprarle a un revendedor porque el acompañante resultó bueno para el perreo y la etnografía pero no para conservar las boletas a salvo en su bolsillo.

La fila interminable era para la categoría Preferencial que, en el lenguaje normal de los conciertos, podría pasar por una localidad privilegiada pero que en realidad es la General de Suelta como Gabete. Esto podría pasar por venta de humo, si no es porque en realidad todas las categorías gozaban de un sonido y producción impecable y, pues, si la lógica del reggaetón es la del lujo y el bling bling, nadie hace parte de lo “general”. ¡Punto para el encargado de mercadeo!

Con la primera radiografía de los asistentes, se me cayó la idea de que la estética del reggaetón es machista por completo. No sólo porque en realidad no vi ninguna mujer en bikini montada en un carro de legalidad dudosa (aunque pudo ser por el clima y la inseguridad bogotana), sino que me sorprendí gratamente al ver que el reggaetón recoge un montón de expresiones estéticas y, en el fondo, una lógica bastante queer. Y no me refiero exclusivamente al hecho de que la fila del baño de hombres haya sido de, por lo menos, 30 metros de largo (el cálculo lo hizo el amigo perreador etnógrafo) mientras al baño de mujeres se entraba con total fluidez. Sino que esto, que puede parecer una total banalidad (y probablemente lo sea) sumado a, por ejemplo, que J Balvin tenga el cabello pintado de arcoíris o la onda con Maluma sea bastante, bastante, metrosexual, da cuenta de algo de avanzada en la construcción de nuevas masculinidades; que cada vez le temen menos a lo considerado “femenino”…y sí, señoras y señores, ocurre en el reggaetón y no en el rock, por ejemplo.

Y bueno, aquí podríamos discutir la existencia del machismo en las letras de reggaetón que, en efecto existe como en todos los géneros, porque la música es una expresión de la cultura. Pero lo que vi en Suelta como Gabete fue un escenario de total consenso: todos y todas sabían que el espacio era para el perreo duro y parejo y nadie parecía molesto con eso. Es más, todos hicimos fila 50 minutos para ir a sandunguear (¿todavía se dice eso?) y la cantidad de mujeres asistentes no era poca. Y es que el rechazo generalizado al reggaetón tiene más de fondo un rechazo a las expresiones barriobajeras, populares y caribeñas, el no querer ser parte de algo considerado “vulgar” o de “mal gusto”. Los argumentos en contra del reggaetón tienen, en ocasiones, más tinte racista y clasista que feminista.

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El show central estuvo a cargo de Ñejo y Dálmata que, si me preguntan, antes de la fiesta confundía con Zion y Lennox, Wisin y Yandel, Alexis y Fido, Cali y el Dandee o Tom y Jerry, pero de los que descubrí saberme la mayoría de sus canciones y haberlas bailado desde la adolescencia. Y es que el reggaetón es probablemente la música millenial por excelencia, algo que entendió a la perfección Suelta como Gabete, generando toda una experiencia para una generación que no concibe un evento sin hashtag y cuyos recuerdos reposan sobre lo que comparte en redes sociales.

Por mi parte me dediqué a perrear éxitos como Eso en cuatro no se ve, Sexo, calor y sudor o Algo musical que, si bien no son el himno oficial del feminismo, sí me permitieron bailar tan apretada como quise, restregándole a mi acompañante lo que se me antojó y permitiendo que él lo hiciera también (sin riesgo de embarazo no deseado o de perder mis pertenencias como en el Transmilenio). A propósito, la seguridad del evento incluyó que Tequila Olmeca empacara el producto en unos botilitos fluorescentes, imposibles de perder o de romper en la cabeza de algún asistente.

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Al final quedé sin tomar muchos apuntes para esta nota porque invoqué a la embajadora feminista del reggaetón, Ivy Queen, (que, a propósito, fue la estrella de la edición pasada de Suelta como Gabete. Lea también: Hablamos con Ivy Queen, la madre reina del reggaetón feminista) e hice mío su mantra “Yo quiero bailar, tú quieres sudar y pegarte a mí, el cuerpo rozar, y yo te digo si, tú me puedes provocar, eso no quiere decir que pa’ la cama voy”… ¿o sí? Bueno, ese es el punto.

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