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México ‘canta y no llores’: dos mariachis hablan del poder de su música

Dos capos del mariachi (uno de la cuna, México, y otro de Bogotá) nos hablan de su historia en un género que sana y se expande en la calle y en los bares.

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Fotos: Limona Botero

Dos capos del mariachi (uno de la cuna, México, y otro de Bogotá) nos hablan de su historia en un género que sana y se expande en la calle y en los bares a pesar de no sonar en la radio.

Por Fabián Páez López @davidchaka // Fotos: Limona Botero + Fondo de Cultura Económica.

El mariachi es a México lo que la cumbia a Colombia: el eslabón que le da un tono a la identidad nacional, el himno de la cultura popular. Uno lo puede notar, a lado y lado, de fiesta, tomando tequila o guaro. Pero también en los momentos más álgidos, como el que se vivió después del reciente terremoto en tierras mexicanas. Justo después de la tragedia, en Twitter, circuló un video en el que los ciudadanos ayudaban a recoger los escombros mientras cantaban, espontáneamente, Cielito Lindo, un clásico de clásicos que ha salido de la boca de nombres como Tito Guízar, Pedro Infante, Vicente Fernández y Ana Gabriel. Todos ellos representantes del género mariachi.

Esa canción, como el blues a los esclavos negros, funcionó como catalizadora del dolor. Y con el mariachi siempre ha sido así. No era para menos cuando hablamos de un género que nació en los campos, pero que se ha reafirmado a punta de calle en todas las esferas sociales de América (especialmente en México y Colombia); que con el traje puesto ha salido a cumplir con la labor primera de cualquier músico: tocar en vivo, en donde sea.

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Mientras México se movía y el mundo se conmovía, en Bogotá nos sintonizábamos con el mundo del mariachi. Un pedazo de la hermana tierra azteca se trasteó a Bogotá para darle vida al festival Visiones de México en Colombia, organizado por el Fondo de Cultura Económica. El intercambio cultural incluía muestra de cine y conversatorios con artistas e intelectuales. Entre ellos, un par de mariachis ilustres: Jesús ‘Chuy’ Guzmán, director del ensamble Los Camperos, agrupación que tiene en la gaveta dos premios Grammy a Mejor álbum de música regional mexicana y, por Colombia, uno de los grandes productores del país: Ricardo Torres.

Más que la combinación de guitarra, guitarrón, violín y trompetas, detrás del mariachi hay una narrativa del mundo que mueve las fibras en la gente. Es un sonido transnacional y transgeneracional. De eso nos hablaron Chuy y Ricardo. Ambos nos contaron un pedazo de su historia, la que hizo que la música los atrapara.

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Chuy, como muchos, creció engrosando la diáspora mexicana en Estados Unidos. Pero desde muy niño sabía dónde iba a terminar y cuáles eran sus referentes.

“Yo creo que ha sido un sueño. Recuerdo que desde los tres años yo miraba un programa que se llamaba Noches Tapatías y decía ‘¡Qué gran mariachón!’: el Mariachi Vargas, acompañando a todas esas grandes estrellas como José Alfredo Jiménez, Miguel Aceves Mejía, todas esas grandes figuras que fueron nuestro tesoro. De ahí creció esa pasión dentro de mí. Ya cuando nos mudamos de ciudad yo tenía seis años y empecé. Mi papá era músico y yo sentí ansías de agarrar su violín y tocar. Ahí inició Chuy Guzmán su carrera. Ya son 48 años de una vida, no fácil, pero con sueños y logros cumplidos. Cuando quieres algo que tú creas que pueda ser posible de veras, algo que te gusta, pues sí lo puedes hacer”.

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“En mi época, que fue en los 60, la música era más romántica. Lola Beltrán o Amalia Mendoza ya estaban presentes con su música Ranchera. Fueron épocas de grandes compositores como Chucho Monje, Agustín Lara, Manuel Esperón, todos esos grandes compositores mexicanos que dieron la influencia para que la música ranchera saliera adelante. Ese fue mi movimiento o mi inclusión dentro de la música del mariachi”.

“Yo siempre he sido sentimental. Me gusta pensar las letras de las canciones y vivirlas. Me interesa el porqué de una composición: ¿por qué le están cantando a la muerte, o a la vida?, ¿O al amor? Todo eso ha sido una inquietud en mí, desde que estaba muy joven. Esas canciones siguen viviendo dentro de uno, todo que hizo Juan Gabriel, José Alfredo o todos esos grandes compositores. Han llegado nuevas olas de composiciones, pero no más dan el impacto y desaparecen. En cierto modo, los grupos que han salido, eventualmente, caen a lo ranchero. Porque el género ranchero para mí nunca ha pasado de moda y nunca va a pasar de moda. Lo que pasa es que el comercialismo a veces se satura tanto que la gente se olvida de género”.

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Inspirado por los mismos grandes que Chuy, pero empujado por proyectos como el de Los Camperos, y llamado por las letras, el músico bogotano Ricardo Torres también le apostó al mundo del mariachi. unque muy joven, ha acumulado mucha cancha en la producción de música mexicana. Con la sobrecarga de sonidos que provoca Internet,  decidió formarse en una profesión que lo ha llevado a vivir de la música en un género que, así no suene mucho en radio, no deja varar a ninguno. 

“Yo empecé en el 89. Ya había salido la ‘nueva ola’. Pero de igual manera siempre romántico. Está música se caracterizó siempre por las letras tan profundas. Con una letra de estas se puede conquistar o volverse nada en el momento en que está pasando por un mal tiempo. Yo nací con la música de José Alfredo Jiménez, pese a que era de mucho más atrás, pero que siguió marcando la pauta porque eran letras futuristas, incluso. Hay letras que fueron compuestas en los 70 u 80 y todavía funcionan. Se volvieron clásicos. En cambio, hoy en día uno graba una canción y se convierte un palo que dura un año y se desvanece. Por ejemplo, yo hace un año volví a grabar Si nos dejan que debe tener unas 200 versiones, y uno se pregunta ¿por qué?, pero siempre vuelve a vivir”.

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“Empecé a hacer arreglos en el 93. La música mexicana tiene una ventaja: tiene muchos aires y uno tiene mucho de dónde agarrar. No es como otra que solo se hace en cuatro cuartos. Por ejemplo, si uno hace un corrido que es en dos cuartos pues eso tiene su similitud con una marcha, con un paso doble. Si es una ranchera, que es un tres cuartos, viene a ser un vals. Yo alcancé a grabar con Doctor Krápula una versión de Me bebí tu recuerdo y la tocamos en los premios Shock.

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