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¿Nuestro rock colombiano sigue en obra?

Análisis del rock colombiano a propósito del concierto de Silvestre Dangond en el Estadio Obras en Argentina.

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Silvestre Dangond en concierto - Foto de John Parra/Getty Images

El vallenatero Silvestre Dangond se presentará en el mítico Estadio Obras de Buenos Aires, escenario lejano para el rock colombiano. ¿Por qué los roqueros no han logrado conquistar este tipo de espacios y otros géneros sí? ¿Cuáles son los factores que tienen frenado al rock nacional?

Por @chuckygarcia

El próximo 5 de abril, mientras muchos colombianos estarán gozando de las bondades del cartel del Festival Estéreo Picnic, en la otra punta del continente, exactamente en Argentina, el vallenatero nacional Silvestre Dangond se estará presentando en el Estadio Obras, el escenario roquero por excelencia en ese país y uno de los más icónicos en todo su territorio, al que por cierto le están celebrando 40 años de vida. “En el marco de su gira ‘¡Esto es Vida! Tour’”, dice el comunicado enviado por el equipo de prensa de Obras, “el artista número uno del vallenato, regresa a la Argentina. Haciendo un repaso por sus mejores temas, el show promete ser la fiesta vallenata del año”.

Para que se sitúen un poco más, el Estadio Obras es el estadio del Club Atlético Obras Sanitarias de la Nación, inaugurado en junio de 1978. Tiene una capacidad de casi cinco mil espectadores y ahí se han presentado desde Iron Maiden hasta The Ramones, pasando por Red Hot Chili Peppers, Motörhead, Duran Duran, Van Halen, Iggy Pop o Sex Pistols; hasta James Brown, B.B.King y Serú Girán. Para las bandas locales, especialmente las de rock, lograr un sold out en Obras es un sueño.

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Si bien en la actualidad y desde hace unos buenos años este escenario le abrió sus puertas a muchos otros tipos de artistas y espectáculos, los hechos que más han marcado su vida han estado ligados con el rock, como bien se puede ver en su serie web.

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¿Cuántos artistas colombianos, especialmente de rock, han pasado por el Estadio Obras durante sus cuatro décadas de existencia? Que se sepa, ni uno solo, según parece ni siquiera Aterciopelados, que dicho sea de paso, en los años 90 fue la gran apuesta colombiana para el resto del continente en materia de rock alternativo.

Posiblemente tiene que ver con el contexto del mercado musical argentino en cuanto a demanda de rock, ya que además de bandas anglo han sido unos grandes consumidores de su propio rock nacional y eso lo ha convertido en un país casi autosuficiente y en el que en muy contadas ocasiones los artistas foráneos de rock latinoamericano han alcanzado un gran desarrollo o han logrado tener una carrera copiosa.

En este punto, la cuestión gira hacia otra parte, y dejando de lado eternos y manidos argumentos como “es que el rock colombiano no vende”, “es que el vallenato sí es masivo y comercial” o “nuestros vallenateros son nuestros rockstars”; vale la pena preguntarnos qué tan en obra está entonces nuestro rock, y si es inviable, o no, que alguna vez nos llegue un comunicado de prensa diciéndonos algo así como que el artista número uno del rock colombiano se presentará en el Estadio Obras y que su show “promete ser la fiesta del año”.

Nuestros vallenateros no son nuestros rockstars, son personas o artistas que pueden tener comportamientos que muchas veces como periodistas o simples espectadores solemos relacionar con los comportamientos de las llamadas grandes estrellas de rock; así como es cierto que el vallenato y los géneros tropicales están impresos en nuestro ADN cultural, siendo las tendencias que establecieron los sesgos o favoritismos más grandes en cuanto a consumo de música.

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Para bien o para mal, también ayudaron a implantar la forma en que funciona la industria nacional; hicieron grandes a sellos de origen local como Discos Fuentes, Sonolux o Codiscos, durante el último medio siglo y más; y por décadas dominaron las listas de éxitos, siendo el reggaetón el único género que vino a competirles en serio y solo hasta entrado el siglo 21.

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Para hacerle contrapeso a esas tendencias y todas las demás, entonces, ¿qué necesita el rock hecho en el país?, sin desconocer en todo caso que hubo épocas en las que también militó en grandes sellos discográficos, sonó en radio y a su paso nos dejó una serie de grabaciones no menos que estupendas, muchas de las cuales -sobre todo las lanzadas entre los años 70 y 90- gozan de la condición de obras de culto y son de las más buscadas entre los coleccionistas más serios.

Algunos creen que la falta de contrapeso del rock colombiano es culpa de los festivales públicos y privados, de los programadores de las emisoras, del desinterés general de la industria e incluso de personajes con la capacidad de determinar de forma arbitraria “qué es rock y qué no es rock”; un absurdo que cada vez más se cae de su propio peso y que en el contexto de lo real no tiene cómo mantenerse de pie: en un país de casi 50 millones de habitantes y cientos de miles de músicos, ninguna persona tiene el poder de determinar cómo tiene que ser el rock y a qué debe sonar para que el común de la gente lo consuma y lo valore.

Tampoco tiene que ver con un tema de cantidad, ninguna escena musical se ha hecho grande y ha logrado una proyección internacional simplemente a partir del gran número de bandas o artistas que se acogen a su etiqueta. Si de cantidad se tratara, la gente que toca guitarra y canta en las chimeneas ya tendría su propia escena musical y habrían pasado por el Estadio Obras hace mucho tiempo atrás.

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Finalmente, la cumbia es cumbia como el rock es rock y la carranga es carranga. A veces como periodistas o personas del común -y como ya se dijo- usamos analogías o hacemos comparaciones para darles un valor de rebeldía o estridencia, por ejemplo; pero eso, sobre el papel, ni quita ni pone y en lo único que se puede convertir justamente es en otro de esos eternos y manidos argumentos con que algunos quieren hacernos notar que el rock colombiano que no se fusiona simplemente fracasó en su intento.

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Sería obtuso no decir que bandas de rock colombiano sí hay, y que si bien ya no quedan tantos medios que hablen de rock, como antes, se sigue imprimiendo una que otra revista y algunos programas especializados, en emisoras públicas y universitarias, aún salen al aire. En materia de profesionalización también se ha avanzado bastante, y en cuanto a infraestructura, así como faltan más lugares para conciertos pues sobran las salas de ensayo, las plataformas de promoción y hasta las aplicaciones de música en streaming que permiten que todos los repertorios creados tengan una opción de ser conocidos sin necesidad de un intermediario.

¿Qué falta entonces por construir? ¿O hacia dónde debe enfilarse la discusión? A decir verdad, pocas veces se debate si un factor en contra es la falta de innovación en materia de composición, la ausencia de empatía y “hook” (gancho) de las canciones o la falta de información sobre cómo se crea una audiencia y cómo se debe trabajar un territorio en materia promocional. En algunos casos, las mismas bandas se niegan a estudiar los casos de éxito de otras bandas porque, sin duda, es más fácil emprender una cacería de brujas que entender cómo han hecho otros para hechizar al público; y en otros ni siquiera están interesados en la oferta de convocatorias y concursos de circulación local, nacional o internacional que están disponibles cada año.

Así, mientras algunos optan por quedarse en casa y no ver más allá de sus propios puntos de vista, el mundo de la música avanza de una forma más rápida y hasta salvaje, y otros géneros locales distintos al rock nacional se consolidan en territorios foráneos. En Argentina, uno de los países más influyentes en cuanto al rock que en Colombia hemos consumido en medio siglo, quien toca en Obras es Silvestre Dangond, y eso en todo caso no deja de ser un gran baldado de agua fría.

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