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Taylor Swift: un nuevo capítulo en su revolución a la industria musical

El lanzamiento de las nuevas versiones de sus álbumes tiene mucho que enseñarnos sobre los derechos de los artistas.

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Red, de Taylor Swift, es considerado uno de los discos más importantes de la artista.
Foto: Taylor Swift.

Taylor Swift, una de las artistas más importantes hoy, lanzó una nueva versión de Red, su álbum lanzado originalmente en 2012. Igualmente, Taylor en abril pasado lanzó una nueva versión de Fearless, estrenado originalmente en 2008.

Red (Taylor’s version) ha sido un éxito: tiene el mayor número de streams en un día de lanzamiento de un álbum de una artista femenina en la historia de Spotify, con más de 90.5 millones.

¿Por qué Taylor Swift está haciendo nuevas versiones de sus álbumes? En 2019, ella lamentó la venta de su antigua disquera, Big Machine Label Group (BMLG), a Scooter Braun (quien también fue manager de Kanye West). Esto hizo que ella perdiera la oportunidad de tener las grabaciones originales de sus seis primeros discos. Ante esto, la artista decidió rechazar las solicitudes para que sus canciones formaran parte de comerciales, películas o cualquier otro espacio.

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En una entrevista con Billboard a finales de 2019 Swift anunció que volvería a hacer todas las grabaciones originales de sus discos. “Quiero que mi música permanezca. Quiero que esté en películas y comerciales, pero solo si es mía".

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El caso de Taylor ha puesto a pensar a los artistas y a la industria sobre cómo deben manejarse los derechos de autor. El plan de Taylor tiene mucho que ver con cómo se manejaron los derechos de las grabaciones originales (también conocidas como "masters").

Masters es un término antiguo en la industria. En la era pre-digital, se refería a la cinta física de alta calidad (o disco de vinilo) a partir de la cual se reproducían todas las versiones posteriores de una pista. Quien controlaba el “master” controlaba su reproducción posterior.

Hoy en día, ya no usamos copias maestras físicas. En cambio, el término "masters" se usa coloquialmente para referirse al derecho legal que le permite controlar la reproducción, distribución y ejecución pública de una obra, es decir. controlando los derechos de autor de la grabación.

En teoría, la ley de derechos de autor otorga a los artistas derechos sobre los “masters”, como “autores” de la grabación. En la práctica, sin embargo, cada contrato de sello discográfico suele incluir una cláusula en la que el artista le otorga al sello una licencia exclusiva y total sobre los “masters”.

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“Parece extraño que el artista tenga que pasar por todos estos obstáculos solo para controlar el arte que hizo, ¿verdad? Bueno, sí, pero esta es la bestia de la industria de la música pop moderna; los contratos son malos, el capital de riesgo es el rey y la disquera tiene la ventaja”, explica en Twitter Meredith Rose, abogada de Public Knowledge.

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Durante varios años, Taylor intentó, sin éxito, recuperar los derechos de sus “masters”. A lo largo de la historia, artistas como Billy Joel han querido hacer lo mismo, pero no lo han logrado.

Prince también se hizo famoso por cuestionar las prácticas de las disqueras y querer tener el control de cada uno de los aspectos de su música. El hecho de que un artista no pudiera tener sus grabaciones originales era algo “completamente aberrante” para él. Por eso hizo una de sus más famosas movidas: se cambió el nombre a un símbolo impronunciable esperando (erróneamente) que su contrato con la disquera no aplicaría si él ya no era Prince.

Desde su salida de Warner a finales de los 90, el músico resultó dueño de sus grabaciones y las distribuía a través de un sello independiente que él creó. Hasta su muerte en 2016, no descansó para lograr su independencia creativa. “Él abrió la puerta a que los artistas pensaran más en cómo querían que su música fuera distribuida”, según dijo en Billboard Gary Stiffelman, abogado de Prince entre 1986 y 1994.

¿Por qué es tan difícil para los artistas reclamar sus derechos?

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En la década de 1970, el Congreso creó lo que se llama un "derecho de rescisión". Ese derecho dice que, 35 años después de que el artista entrega al sello una licencia para su trabajo, el artista puede poner fin a ella cuando quiera.

El sistema que creó el Congreso está plagado de obstáculos de procedimiento, estrictos requisitos de tiempo para el artista (no se puede presentar demasiado pronto, no se puede presentar demasiado tarde) y excepciones de "trabajo por contrato" que la industria de la música ha abusado hasta convertirlas en irreconocibles.

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Aunque existe el derecho de los artistas de reclamar lo que les corresponde, en la práctica es sumamente difícil hacerlo valer. Por eso, varias organizaciones están trabajando para ello. Public Knowledge lidera una petición para revisar este derecho.

“Ha llegado el momento de que el Congreso tome medidas y ordene a la Oficina de Derechos de Autor que lleve a cabo un estudio formal del derecho de rescisión y averigüe cómo los artistas pueden (o no) ejercer este importante derecho. Solo al arrojar luz sobre un problema que a menudo está oculto a la vista del público podemos determinar la mejor manera de arreglar el sistema. Esto ayudará a los artistas a tomar el control de su futuro creativo, mantenerse a sí mismos y a sus familias, y crear obras nuevas y originales que nos beneficien a todos”, afirman.

Con el relanzamiento de sus álbumes, Taylor Swift ratifica su interés por hacer de la industria musical un lugar más seguro y conveniente para los creadores. Recordemos que en 2014, su columna en el Wall Street Journalpuso a pensar a las plataformas de streaming sobre el pago justo a los artistas.

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