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20 años de una revolución llamada Ultrágeno: historia de su origen

Veinte años de “Ultrágeno”, el primer disco de Ultrágeno, el debut de la furia sonora bogotana.

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Foto: Ultrágeno - Ultrágeno

La publicación del primer disco de Ultrágeno en 1998 fue la demostración de cómo desde las entrañas de la ciudad de Bogotá había un sonido aparte de lo conocido y donde la llamada Razafuria se sentía a gusto.

Por: José “Pepe” Plata // @owai

La euforia musical de los noventa en Bogotá dio para conocer todo tipo de sonidos que narraron la ciudad. Hubo ska, metal, hip hop, incursiones electrónicas, pop,  experimentación, grunge, hardcore, punk, reggae y más. De una manera u otra, la ciudad tuvo bandas y artistas que le dejaron un legado único a través de canciones y discos que surgieron de los esfuerzos de la independencia.

Y de esas experiencias una que es necesaria destacar es la de Ultrágeno: una idea musical que unió las experiencias de integrantes de bandas como Señora Rosa, Yuri Gagarin, Catedral y Sol de Medianoche. Bandas que en la Bogotá que no tenía internet y que hasta ahora descubría la telefonía celular, existieron y sonaron en bares y en el naciente Rock al Parque.

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Ultrágeno de Ultrágeno, el primer disco de la agrupación, fue la muestra de cuatro distintas personalidades musicales: Amós Piñeros (voz y violín), Andrés Barragán (guitarra), Santiago Paredes (bajo) y Juan Camilo Osorio (batería) que tuvieron un momento y un lugar único. El coctel sonoro de Ultrágeno fue capaz de unir la rapidez del hardcore, la cadencia del drum and bass, la estridencia del metal, el nihilismo punk y hasta una mística urbana en sus letras. Como banda independiente que fue, tuvo un ánimo particular: crear una estética en donde la resistencia se convirtiera en militancia y en donde no hubiera distinción alguna de quien escuchara. Y ese grupo humano se conoció como la Razafuria.

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La capacidad sonora de reacción o de interpretación de la ciudad, les permitió expandirse rápidamente en un ambiente de bandas que se presentaban en bares, pequeños teatros o escenarios improvisados y en donde la prensa musical local iba de la mano del fenómeno. De sus primeros conciertos en la ciudad, se pasó a la “Razafuria”: ese término que cobijó a todos sus fanáticos/creyentes. La banda asumió un compromiso artístico y humano y la Razafuria respondió al llamado. Poco a poco no fue suficiente verlos, también fue necesario escucharlos en lo que se convirtió en un disco debut con el cual se le dio la antesala al nuevo milenio.

A través de sus catorce tracks, este disco fue la demostración de cómo una banda de Bogotá se transformaba en la voz de un tiempo y un lugar que se convirtieron en una de las narraciones de fin de siglo más realistas.

El disco fue además una pieza interesante para la época. Incluyó una remezcla hecha por el proyecto electrónico Sensoria, de Jesús Lezaca y Camila Corredor. Igualmente, una pieza de multimedia que en la actualidad difícilmente puede verse en un computador.  Pero eso no impide que las nuevas generaciones se den por aludidas a conocer un sonido que marcó un camino hace veinte años.

El camino de la banda continuó hasta el 2002, cuando presentaron su disco Código Fuente. Dos regresos puntuales (2007 y 2017), le dieron un nuevo aire a la banda; y aún así, lo mostrado en ese disco bien se repasó. Bares bogotanos como el Lizard King, Sant Pol, Ángor Pectoris y más de aquellos años fueron la pista de despegue. Los festivales Rock al Parque de 1997 y 1998 fueron las pistas de aterrizaje. Y su fallida presentación en Rock al Parque de 1999, por culpa de la prolongada prueba de sonido de Café Tacuba, fue su “emergencia aeropuerto”.

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Y este disco es su caja negra que sonó así:

Almuerzo ejecutivo:

En tan solo diez segundos se dispara uno de los himnos musicales de la década. La voz de Amós se antoja, ruda, directa y claramente latinoamericana. Incontables pogos se desataron con esto.        

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Ultrágeno:

Como canción que logra hacer entrar al mundo musical y mental de la banda, muestra el despliegue y compromiso que lleva a decir: no a la agresión contra los demás.        

La grieta:

Lo que podría sonar como una agonía social es la declaración de la banda es un análisis social aún vigente           

En vos confío:

Con la impactante presencia del violín escuchamos la invocación al Sagrado Corazón, pero con una necesaria angustia de fin de siglo.

El prisma:

Una especie de delirio místico con aire funky y drum and bass que estalla y en donde se siente a Amós como un portavoz de un descontento urbano.    

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Pálpito:

Tres minutos y 28 segundos de vibrantes invocaciones a los movimientos del corazón: sístole, diástole y todo lo que allí se genera.

La savia:

Una pieza instrumental en la cual el violín es un conductor sonoro.   

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The flor:

Entre lo denso y lo mántrico, esta canción desafía la belleza.           

Drulos:

Nuevamente el violín hace su presencia en la pieza. Una que es uno de los clásicos de la banda y que aún hoy es capaz de mover masas.

La Inconvenientemente:

Entre un abrasivo bajo y una batería que no parece que fuera de este mundo, Amós canta sobre algo que se calló (¿o tal vez cayó?). La inconvenientemente invoca a la Razafuria.       

Divino Niño:

Una de las canciones que más se recuerdan de su vida musical; entre la desolación y desesperación por un cambio. Una narración de ciudad.        

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El fuego:

Algo que nos habla de marcar el territorio en donde el fuego es el rey.           

La piedra que salva:

Aún hay tiempo para recordar cómo la ciudad bien es la base de encuentro y perdición; pero la Razafuria unida está.    

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Drulos (Downbeat Mix):

Bajo una serie de beats industriales y gaseosos, encontramos una reinterpretación de la canción que se convirtió en eje sonoro de la banda. Una muestra de lo versátil que puede ser la música en la ciudad.

Cuando se dice que veinte años no es nada, aún quedan cosas como estas.

 

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