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Me mamé de las morboseadas callejeras

¿Quién le dijo a los hombres que pueden juzgarme, manosearme, acosarme, transgredirme? A mí y a otras tantas como yo.

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Soy de esas histéricas que no se aguantan que les digan “señorita bonita” en la calle. Puedo parecer extremista pero, en realidad, no me interesa ningún tipo de opinión masculina que yo no haya solicitado.

Por: Carmenza Zá @zacarmenza  Foto: How i met your mother

No me importa si es un piropo elegante de un hombre vestido de traje, o la morboseada guarra de un obrero de construcción que salió a jugar fútbol en la hora del almuerzo. Si quisiera saber qué opina un completo desconocido sobre mí, cómo le parece mi ropa o qué imagina cuando me ve caminar por la calle, le preguntaría y nos ahorraríamos ese incómodo momento en el que él opina sobre cosas que no le competen y en el que yo sueño con colgarlo al techo, amarrado de los dedos más chiquitos del pie.

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Si no quiero tener que aguantarme un saludo cordial, es porque estoy cansada de no saber qué va a decir el próximo hampón con el que me cruce por la calle. En menos de dos cuadras puedo recibir un “qué bonita señorita” un “qué rico todo eso” y un lengüetazo en el cachete. No quiero tener que averiguar con qué va a salir el próximo, de repente no es un saludo, sino un ataque con ácido y la loca soy yo, por no querer recibir sus buenos días.

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Cómo no voy a estar mamada si no existe día en el que pueda salir a la calle, sin miedo a que el mismo tipo que me saluda con mirada morbosa a diario, de un momento a otro transforme sus saludos matutinos en una cogida de teta o una pellizcada de nalga. Y nadie dice nada, y nadie hace nada, y yo digo y hago menos porque me da un miedo terrible que  este tipo y otros varios saben exactamente dónde vivo, a qué hora salgo y a qué hora regreso a mi casa. Me aguanto, total, siempre puede ser peor.

No me interesa que me piten cuando van en su carro y agradecería poder salir a la calle a caminar, sin sentir que desfilo cual ganado ante sus ojos y que cualquier movimiento, vestido o gesto, merece ser evaluado por alguien a quien no conozco y a quien, gracias a la vida, no me volveré a encontrar jamás.

¿Quién le dijo a este tipo de hombres que pueden juzgarme, manosearme, acosarme, transgredirme? A mí y a otras tantas como yo.

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Antes de salir de la casa tomo las llaves y me repito a mí misma que no voy a dejar que pase de nuevo y que necesito reaccionar.  Y entonces ocurre de nuevo, algún desadaptado con el ego en las huevas cree que para mí es importante saber que él opina que “me veo muy bonita hoy”, “mi vestido se me ve muy bien” o, peor aún, que él “necesita una como yo”… por no hablar de las cosas grotescas y horribles que escucho a diario y que no escribo por puro pudor.

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Y ocurre que me dice lo mismo que me prometí no dejar volver a pasar, pero me quedo en silencio, no reacciono, no grito, no me defiendo, no pido ayuda porque durante los tres segundos que dura el “piropo” recuerdo que él es más fuerte, a él le han dado todo el poder de opinar, vulnerar, transgredir a las que son como yo y, después de todo, yo soy sólo una histérica que no se aguanta que le digan “señorita bonita” en la calle.

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