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¡No, la champeta no embaraza!

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Por: Carmenza Zá // @zacarmenza // Foto tomada de YouTube

Esta semana, el Concejo de Cartagena prohibió bailar champeta en los colegios por considerar que era un baile demasiado erótico y que incitaba a los jóvenes a tener sexo a temprana edad. Me resultó increíble, no sólo la decisión del Concejo, sino las reacciones de la gente; la mayoría señalaba la decisión como acertada, argumentando que la champeta atentaba contra la moral y buenas costumbres de los adolescentes y, en general, de la población cartagenera.

No recuerdo si yo de joven tenía algo que se llamara moral pero, de lo que estoy segura, es que sí tenía tremendas ganas de conocer y levantarme algún muchachito en una fiesta de PROM ¡y eso que mi adolescencia la pasé en la fría Bogotá, en la que íbamos a fiestas debajo de capas y capas de ropa y en las que bailar merengue era ya un acontecimiento! Y aunque sabemos que, en la escala de sabrosura, los rolos estamos más cerca a la changua que al sancocho de pescado, hacemos nuestro mejor esfuerzo por volver el baile una rutina psicomorboafectiva que pueda terminar en un polvito post fiesta. Es porque todos los jóvenes a esa edad, bogotanos o cartageneros, estamos pensando en lo mismo… se nos cumpla el milagrito o no.

Los adolescentes están arrechos, eso no es un misterio para nadie; antes siquiera de haber tenido relaciones sexuales, las hormonas ya se los están culeando. En mis épocas existía esa cosa maravillosa llamada “bluyiniada” y ninguna de mis amigas quedó embarazada porque se lo restregaran un poquito pero,  por el contrario, me atrevería a decir que haber bluyiniado retrasó nuestro ingreso al  universo encantador y peligroso de la penetración… Tal vez haberlo hecho al ritmo de Mr Black hubiera resultado más divertido.

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El problema se resuelve, como casi siempre, con educación sexual… para los concejales cartageneros. Ante el miedo terrible de que la champeta incremente los embarazos adolescentes, hay que enseñarles cómo es que se hacen los bebés y explicarles que no se necesita ningún género musical particular, para que la vaina cuaje. El papá sólo tiene que meterle media semillita -a vergazos-  a la mamá y ningún estudio ha demostrado que el espermatozoide que se expulsa a ritmo de champeta, es más embarazador que el que se expulsa a ritmo de Jazz, por ejemplo.

Queremos mantener a los jóvenes lejos del sexo, como si el problema fuera que tiraran y ya. Insistimos en prohibir todo lo que medio nos huela a sexualidad, pero nos resistimos a educar para que se folle de manera responsable. Los adolescentes están arrechos y, en lugar de educarlos para reducir embarazos no deseados, enfermedades de trasmisión sexual y hasta violaciones, preferimos sacar la champeta de los colegios para trasladarla a lugares menos públicos y regulados… Porque las expresiones culturales no se eliminan con la prohibición y eso ya deberíamos haberlo aprendido.

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Cuando yo conocí la champeta ya había salido victoriosa de la adolescencia y ya no tenía que recurrir nada más al baile para acercarme al muchachito al que quería hacerle la vuelta. La madurez me llegó con la pérdida de la mística y con convertir el sexo en una transacción nada más, lejos del ritual de cortejo que encontraba antes en la danza.

Necesitamos más bailes sexuales,  más escenas explícitas, más restregadas y bluyiniadas, que se acabe el morbo en torno a lo natural que es el sexo, a ver si de una buena vez empezamos a combatir los que sí son verdaderos problemas. Nos está culeando la ignorancia y nos va a preñar al ritmo de prohibiciones mediocres.

 

 

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